T. X Poesía romántica. Novela histórica


10.- Poesía romántica. Novela histórica.

 

 

 La creación poética en el Romanticismo

 

EL SUEÑO

 Los sueños, con sus misteriosas potencialidades, constituyen un elemento de extrema importancia en la estructura del alma román­tica y en la concepción romántica de la creación poética. La creación poética, en el romanticismo, se sumerge profundamente en el dominio oní­rico, y esta irrupción del inconsciente en la poesía asume no sólo una dimensión psicológica, sino también una dimensión mística, integrán­dose en la concepción de la poesía como revelación de lo invisible y en la concepción del universo como vasto cuadro jeroglífico en que se refleja una realidad trascendente. Por otro lado, el elemento onírico ofrece un medio ideal para realizar la aspiración creadora, en el sentido más profundo de la palabra, del poeta, permitiendo iden­tificar la poesía con la reinvención de la realidad.

Los románticos no fueron los primeros en introducir los sueños en la literatura, pues desde los Persas de Esquilo hasta  Goethe, los sueños aparecen con frecuencia en el drama, en la lírica, en la epopeya y en la novela: aparecen casi siempre como un artificio literario. Fue el ro­manticismo, sin embargo, el que confirió nuevo significado a los sueños, poniendo de relieve y explorando sus virtualidades secretas y delineando una estética de los sueños en que el fenómeno onírico y el fenómeno poético se aproximan estrechamente o incluso se iden­tifican: "Si alguna cosa distingue al romanticismo de todos sus antecesores y la convierte en el verdadero iniciador de la estética moderna, es precisamente la alta conciencia que tiene siempre de su enraizamiento en las tinieblas interiores. El poeta romántico, sabiendo que no es el único autor de su obra, que toda poesía es ante todo el canto surgido de los abismos, procura deliberadamente y con toda lucidez provocar la ascensión de las voces misteriosas" . El sueño, para el romántico, es el estado ideal en que el hombre puede comunicarse con la realidad profunda del universo, que no puede ser aprehendida por los sentidos ni por el entendimiento: a través del inconsciente onírico se opera la inserción del alma hu­mana en el ritmo cósmico y se efectúa un contacto profundo e inme­diato del hombre con el alma de la naturaleza. La abolición de las categorías del espacio y del tiempo, propia del sueño, es una libe­ración de las barreras terrestres y una abertura hacia el infinito y hacia lo invisible, ideales hacia los que se eleva la indefinible nos­talgia del alma romántica. Este infinito y este invisible se sitúan en el propio yo, y el descenso al abismo de su interioridad es la con­dición esencial para que el poeta suscite su canto: "El poeta es literalmente insensato ‑en contrapartida, todo sucede en él-. El poeta es realmente sujeto y objeto al mismo tiempo, alma y universo". Estas palabras de Novalis, el más alto representante de la estética romántica de los sueños, al expresar la identificación del sujeto y del objeto, expresan también la identificación de la poesía con la magia y explican cómo, a través del sueño, el poeta reinventa la realidad. Por eso, teniendo en cuenta este proceso de identificación de la subjetividad y de la objetividad, de simbiosis del yo y del universo, y pretendiendo acentuar la actividad demiúrgica del poeta, Novalis puede aún escribir que "el mundo se transforma en sueño, y el sueño se transforma en mundo".

Las imágenes y las apariciones producidas en los sueños propiamente dichos, por su belleza y libertad, fascinan al poeta romántico, que ve en ellas la floración nocturna de los sentimientos y deseos más oscuros y secretos de su personalidad. Los dramas, las visiones y las voces que nacen y mueren en los estados oníricos aparecen así como una especie de poesía involuntaria, a cuya eclosión asiste maravillado el poeta.

La creación poética, en el romanticismo, es siempre hermana del ensueño, porque en ambos casos la belleza y el misterio revelados no se apoyan en una elaboración consciente, sino que constituyen algo que florece en el poeta, y en el que sueña, sin esfuerzo voluntario. La creación poética puede, por consiguiente, hundir sus raíces en los sueños nocturnos, participando el poema de las revelacio­nes obtenidas por el poeta mientras dormía. Con frecuencia, por lo demás, el romántico provoca artificialmente esos estados oníricos, para alcanzar, en el éxtasis que acompaña a tales experiencias, el secreto del acto creador. El opio es una droga utilizada con este fin.

Baudelaire analiza y exalta los estados de alma suscitados por el opio, por el "hachish", por los licores y los perfumes ‑estados de alma caracterizados por una embriaguez alucinante-, en que el tiempo y el espacio adquieren un desarrollo singular: una armonía infinita envuelve al hombre. La inspiración poética arraiga en los paraísos artificiales así creados, y, ante la plenitud de las sensaciones, de los pensamientos, de los pla­ceres, etc., experimentada en tales circunstancias, tanto el soñador como el poeta pueden exclamar: " Me he convertido en Dios”

Tales son los principios fundamentales de la doctrina romántica sobre la creación poética. Como es obvio, implican el repudio de las reglas, la desvalorización de la inteligencia y del esfuerzo lúcido, y, por otro lado, la valorización del inconsciente, de lo irracional, del éxta­sis, etc.

LA IMAGINACIÓN

 

Hasta el siglo XVIII, la poesía se define siem­pre en términos de imitación u otros congéneres, como "copia", "ima­gen", etc. En la segunda mitad del siglo XVIII, la doctrina de la imi­tación comienza a sufrir rudos golpes, que poco a poco determinan su decadencia. En primer lugar, se niega el carácter imitativo de todas las artes, y esto constituye ya un serio ataque contra el principio mismo de la mímesis.

Pero el factor capital que provoca la decadencia de las teorías de la imitación es la creciente importancia reconocida a la personalidad del artista en el acto creador. La atención se desplaza del objeto al sujeto, y el ideal poético deja de consistir en la imitación de la naturaleza para transformarse en la expresión de los sentimientos, de los deseos, de las aspiraciones del poeta. El poema, de reflejo de la realidad objetiva y externa, se convierte en revelación de la interioridad del poeta, mediante un proceso creador en que la imaginación y el sentimiento asumen importancia fundamental. "La  Poesía -escribe Wordsworth en el prefacio de las Lyrical ballads- es el desbordamiento espontáneo de sentimientos poderosos" .El "desbordamiento" (overflow) denuncia la creencia de que la poesía nace impetuosamente de la intimidad profunda del poeta, como brota el agua del interior de una fuente. La valoración del genio y de las fuerzas creadoras naturales e inconscientes  concurre también al triunfo de la teoría expresiva sobre la teoría imitativa del arte. El hecho capital en este desarrollo fue la sustitución de la metáfora del  poema como imitación, espejo de la naturaleza, por la del poema como heterocosmos, segunda naturaleza, creada, por el poeta en un acto análogo al de la creación del mundo por Dios. Este modo de concebir la creación poética no sólo comporta un significado psicológico ‑la expresión de la interioridad del artista en su obra, afirmación de la imaginación creadora, etc.‑, sino que encierra elementos ontológicos y metafísicos que serán plenamente desarrollados en la estética ro­mántica.

 El concepto de creación adquiere así con el Romanticismo un sentido absoluto, y la poesía, recobrando el significado original de su étimo griego, anhela crear un mundo, y no describir, ni siquiera expresar el mundo.

 

El concepto de imaginación adquiere también en el romanticismo especial importancia. El siglo XVIII, y en particular la estética del empi­rismo inglés, considera la imaginación como la facultad que permite conjugar, en un orden inédito, las imágenes o los fragmentos de imá­genes presentadas a los sentidos, construyendo una totalidad nueva. La imaginación, por consiguiente, disocia los elementos de la expe­riencia sensible y reúne después las diversas partes en un nuevo objeto.

                        El amor de los románticos a la imaginación fue fortalecido por consideraciones religiosas y metafísicas. Durante un siglo la filosofía inglesa estuvo dominada por las teorías de Locke. Este pensaba que la mente, en sus percepciones, era enteramente pasiva, una simple máquina registradora de las impresiones del exterior, “un espectador ocioso del mundo externo”. La poesía era para él una cuestión de “ingenio”, cuya tarea consistía en combinar ideas “para trazar pinturas agradables inspiradas por la fantasía”. El ingenio, en su opinión, era completamente irresponsable y prescindía de la verdad y la realidad. Los románticos rechazaban fieramente una teoría que despojaba a su trabajo de su conexión esencial con la vida.        

LA REBELDÍA Y EL TITANISMO ROMÁNTICOS: el demonio

La aventura del yo romántico presenta un aspecto de declarado titanismo, y el personaje romántico se configura como un rebelde que se yergue, altivo y desdeñoso, contra las leyes y los límites que le oprimen, y desafía a la sociedad y a Dios mismo.

 

El héroe busca refugio en el “demonio”: el demonio romántico es tanto una respuesta a la civilización de las “luces” cuanto un reconocimiento autodestructivo.

           

            En la poesía trágica romántica el demonismo refleja el ímpetu de destrucción que anida en el espíritu humano. La “inversión de alianzas” se produce en el genio romántico: el “espíritu superior”, el “elegido del cielo” se siente burlado por éste al comprobar la impotencia de su sacrificio y, consecuentemente, le muestra su desprecio apelando al demonio.

                        El satanismo es la forma más evidente de la plasmación de un titanismo desesperado, nihilista y sin objetivos posibles. La estética del mal es un fascinante monumento a una subjetividad que, habiéndose aventurado por los más extremos confines, en lugar de reconocer su derrota con resignación, lo hace con brillante desdén y arrogante temeridad. Rebatidas todas las coordenadas morales, la estética del mal sólo acepta la ley moral de la belleza.

           

LA PASIÓN ROMÁNTICA (El tema del amor en el Romanticismo)

El romántico siente un infinito y exaltado deseo de amor, de sociedad, de abarcarlo todo, pero sabe que ese anhelo es irrealizable y que su alma seguiría insatisfecha aunque pudieran realizarse sus deseos.

En la belleza y el amor encuentra el héroe romántico el campo de pruebas idóneo para volcar su afán de infinitud. La pasión amorosa y la pasión estética del romántico son los frutos directos de su ansia de acción. De ahí que la posesión amorosa  no solamente no escapa, sino que es el principal reflejo de la dialéctica romántica de los polos opuestos que se nutren y cercenan entre sí: vida‑muerte, belleza‑muerte, amor‑muerte, placer‑dolor, creación‑destrucción, posesión‑desposesión...

La pasión amorosa romántica no es «platónica», sino que contempla, con todas sus consecuencias, el placer y la sensualidad. El amor «platónico» es totalmente antitrágico porque renuncia al placer para evitar el dolor; el amor romántico, por el contrario, asume a uno y a otro como hermanos inseparables. El primero rehúye la consumación amorosa; el segundo, no. Lo que ocurre es que el enamorado romántico reconoce en esta consumación el punto de inflexión a partir del cual la pasión muestra su faz exterminadora. No hay duda de que desde el punto de vista de la autopiedad, renunciar a la consumación amorosa es una buena manera de desconocer el dolor, pero esto es totalmente impropio de la tragicidad del pensamiento romántico.

Amor y muerte están hermanados y luchan entre sí con furia, a un tiempo, destructora y creadora.

 

 

 

En La Belle Dame Sans Merci, Keats aborda directamente esta crucial paradoja romántica en relación con la aparentemente más aprehensible dimensión de la Belleza: el amor sensual.

Keats hace de la sensualidad el verdadero campo de prueba de la posesión. No solamente no la rehúye, sino que, probablemente, cree que la sensualidad es uno de los pocos ‑quizá el principal‑ resorte de la subjetividad, por el cual el hombre enfrenta su ser a la infinitud del no‑ser, a la Nada. Para él sentimiento y sensualidad son categorías muy aproximadas y tiende a considerar «lo sensorial, lo sensible y lo sensual como una misma cosa».  Keats, como Leopardi, es ciertamente un epicúreo capaz de incitar a su recién casado amigo John H. Reynolds a «no pensar en otra cosa que no sea el placer; a coger la rosa y saborear la miel de la vida». Capaz de desechar dudas timoratas: «Ya sabes que ningún hombre puede verdaderamente considerar la lujuria como algo triste y bestial, sin antes haberse hartado de ella».

Keats siente un apasionado deseo de poseer, de amar sensualmente. The Eve of St. Agnes es un verdadero himno apologético de los sentidos en donde Keats, recorriendo a un vocabulario que nos recuerda a San Juan de la Cruz, busca una identificación de lo religioso y lo sensual. El poeta busca crear, por medio de ambiguos claroscuros, de ruinas y murmullos, de piadosos propósitos y brutales confesiones apenas veladas, un clima de panteísmo erótico en el que el triunfo de los sentidos es manifiesto.

Keats es un epicúreo que tiene un sentimiento trágico del placer. En esto no se diferencia ni de Epicuro, cuya ética tiene más de consideración trágica de la vida que de chato «epicureísmo», ni del pensamiento libertino posrenacentista que no rehúye considerar al placer como tránsito hacia el dolor. Cuando invita a su amigo «a coger la rosa» sabe que ésta tiene los pétalos dolorosos, sabe que el amor sensual es, en palabras wordsworthianas, «un viajero entre la vida y la muerte» («a Traveller between life and death»).

 

A ella también se remiten, con mucha probabilidad, los sobrecogedores y fascinantes versos de Ode to a Nightingale cuando Keats escribe:

 

Where youth grows pale, and ‑specte‑thin, and dies; Where but to think is to be full of sorrow And leaden‑eyed despairs Where Beauty cannot keep her lustrous eyes, Or new Love pine at them beyond tomorrow.

(…donde los jóvenes crecen pálidos, delgados como espectros y mueren; donde el pensar, sin embargo, está lleno de tristeza y los insensibles ojos desesperan; donde la Belleza no puede conservar los brillantes ojos o el nuevo Amor en ellos se marchita más allá del mañana.)

 

En la palidez de los amantes, sugerida por la figura de Francesca de Rimini, Keats encuentra la simbolización física del amar como transición entre vida y muerte, entre placer y condenación. De ahí que en esta misma oda el poeta clame por conseguir la muerte («in love with eauseful Death») cuando se halla en la presencia del conseguido amor, de la posesión, del éxtasis.

Now more than ever seems it rich to die to cease upon the midnight with no pain.

(Ahora más que nunca parece precioso morir, abandonar a medianoche sin dolor)

El epicureísmo de Keats es trágico, guiado por la Muerte. En ella se consume la sensualidad, la extrema búsqueda del Amor y de la Belleza. No obstante,  Keats se resiste a que la tragicidad se convierta en desesperación. El pensamiento de Keats es demasiado vigoroso, demasiado titánico, para aniquilarse ante el eterno retorno del vacío.

LA EVASIÓN ROMÁNTICA

Del fracaso de esta aventura, de la imposibilidad de realizar el absoluto a que se aspira, nacen el pesimismo, la melancolía y la desesperación, la voluptuosidad del sufrimiento, la búsqueda de la soledad. El mal du siécle, la indefinible enfermedad que aqueja a los románticos, que les debilita la voluntad, les llena de tedio la vida y les hace desear la muerte, sólo podrá ser bien entendida en el contexto de la odisea del yo romántico, pues expresa el cansancio y la frustración resultantes de la imposibilidad de realizar el absoluto.

Profundamente hastiado de la realidad circundante ‑encarnación de lo efímero, finito e imperfecto‑, en conflicto latente o manifiesto con la sociedad, lacerado por sus demonios íntimos, el romántico busca con ansia la evasión: evasión al ensueño y a lo fantástico, a, la orgía y a la disipación, al espacio y al tiempo .

 La evasión al espacio conduce al exotismo, al gusto por las costumbres y paisajes de países nuevos y extraños; a veces, al gusto por lo bárbaro y primitivo.

El exotismo se había revelado ya en la literatura pre‑romántica, pero se desarrolló mucho con los románticos, dando satisfacción simultánea a sus ansias de evasión y a la exigencia de verdad en la pintura del hombre y de sus costumbres. Por eso mismo, el color local, es decir, la reproducción fiel y pintoresca de los aspectos característicos de un país, una región, una época, etc., constituye uno de los recursos más vulgarizados en el arte romántico.

Entre los países europeos, Italia y España, de paisajes y costumbres tan característicos, de contrastes violentos y pasiones exaltadas, fueron las dos grandes fuentes del exotismo romántico; fuera de Europa, el Oriente con su misterio, la fascinación de sus tradiciones, de sus colores y perfumes, se transformó en el mito central  de los románticos.

 La evasión en el tiempo condujo a la rehabilitación y glorificación de la Edad Media, época histórica particularmente denigrada por el racionalismo ilustracionista. La Edad Media atraía la sensibilidad y la imaginación románticas con lo pintoresco de sus usos y costumbres, con el misterio de sus leyendas y tradiciones, con la belleza nostálgica de sus castillos, con el idealismo de sus tipos humanos más relevantes ‑el cruzado, el monje, el caballero...

Lo fantástico

En la imaginación romántica hay un gran espacio reservado a la fantasía más delirante, que en­tronca con el mundo de pesadi­lla que reflejó El Bosco en sus pinturas. El ejemplo más cono­cido (por la repercusión que ad­quirió a través del cine) es el de la criatura inventada por Mary Shelley en 1818, aunque ella la atribuyó a un imaginario doctor Frankenstein.

Los románticos sentían que lo común y lo cotidiano no tenía lugar en el reino del arte. De ahí su insistencia en lo extraño, lo misterioso, lo inusual o lo inesperado. El objetivo del arte romántico consistía en escoger temas que pudieran afectar al lector de una manera especial. Por esa razón, el tema de muchas obras románticas lo personifican criaturas extrañas, cadáveres vivientes, o personajes que se niegan a morir, a pesar de estar enterrados ( como algunos de Poe); o bien el escritor romántico se decica a relatar experiencias aterradoras, utilizando el horror y el misterio, con los que esperaba asombrar al lector por medio de la creación de situaciones que éste jamás se hubiese imaginado. Lo que no se ve ni puede ser visto ( el alma,  lo desconocido) son los componente de la realidad que interesan al romántico. Frente a lo común que propugnaban los ilustrados del XVIII, el Romanticismo levanta el estandarte de lo irrepetible, lo impredecible, lo raro o lo incognoscible. En este gusto casi enfermizo por lo extraño, lo enigmático o lo misterioso encontrarán inspiración muchos de los escritores románticos.

Distingue Roger Callois entre lo fantástico sobrenatural, liga­do a los milagros y las supersti­ciones de toda índole, que nacen en la mitología griega (y en el que se integran los cuentos de hadas, dragones, etc., las vari­tas mágicas, las brujas, los el­fos, los milagros, etc.), y lo fan­tástico elaborado, fruto de una creación humana en la que un elemento aterrador irrumpe de modo insólito y casi siempre in­soportable en el mundo real, co­tidiano, «normal». El primero existe desde tiempo inmemorial en todas las civilizaciones. El segundo es un producto característico de la época romántica: la fantasía se elabora en el interior de la men­te de un autor.

Esta literatura de terror “gra­tuito” arranca, quizá, con Hoff­mann  en Alemania, y continúa con Walter Scott en Inglaterra y Tur­gueniev en Rusia, para culminar en Edgar Allan Poe.

Algunas obras de autores ro­mánticos partieron de leyendas o mitos de edades antiguas, co­mo el caso de Fausto. Entre ellos habría que incluir a Bécquer, en cuyas Leyendas y Narraciones predominan ‑en los escenarios religiosos de lúgubres conventos y monasterios‑ las historias de muertos y aparecidos.

Poe consigue subvertir las convenciones del relato gótico y de misterio para convertirlo en vehículo de exploración psicológi­ca del ser humano, verdadero objetivo de toda su obra narrativa. Es éste un rasgo de la modernidad de Poe, cla­ro precursor de la preocupación por la subjetividad de la percepción y de la realidad característica de la literatura muy posterior a él, y aun de las propias teorías psicoanalíti­cas. Pero además, si los clásicos son aquellos que consiguen reformular y reactualizar los géneros para ponerlos al servi­cio de fines nuevos (recuérdese a Cervantes y la novela de caballerías, por ejemplo), a Edgar Poe debe considerársele también uno de ellos, pues en sus manos el relato gótico y de misterio adquiere dimensiones hasta entonces descono­cidas en el género.

 

LA POESÍA ROMÁNTICA ALEMANA

La poesía romántica alemana había tenido un precedente en los autores del Sturm und Drang; también se vio impulsada por la revista “Atheneaum”, fundada por los hermanos Schlegel, en la cual se publicaron las teorías que August Schlegel había manifestado en sus cursos sobre Literatura y Arte en la Universidad de Berlín, según las cuales la poesía romántica debía retornar a la Edad Media para librarse de la influencia clásica.

FIEDRICH HÖLDERLIN

Hölderlin (1770-1843) nació en Lauffen am Neckar y estudió Teología en la Universidad de Tübingen. Durante su etapa estudiantil, entabló amistad con Hegel, con quien compartía una gran admiración por la Revolución Francesa.

Se estableció en Frankfurt, donde trabajó como preceptor en la casa del banquero Jacob Gontard, pero abandonó la ciudad en 1798. Empezó entonces un periodo de intensa creatividad durante el que compuso sus grandes elegías. Después de un viaje a pie por Francia, su esquizofrenia (enfermedad que se le había manifestado por primera vez en 1802) empeoró, y se hizo irreversible cuando conoció la muerte de Suzette. Hölderlin muere en 1843.

Este poeta alemán no pertenece directamente ni al Clasicismo ni al Romanticismo, pero su pensamiento refleja elementos comunes a ambos: comparte con el Clasicismo su gusto por la belleza de la forma y la exaltación del mundo griego; es Romántico en su sentido místico de la naturaleza, así como por los elementos del panteón y las imágenes cristianas.

Su poesía fue adquiriendo cada vez tonos más pesimistas: su poesía de juventud es de inspiración rousseaniana (la naturaleza es inocente y el mal del mundo es un producto perverso de la sociedad); posteriormente, Hölderlin llegó a la conclusión de que el mal también existe en la naturaleza y que el ser humano nace de la corrupción.

NOVALIS

Novalis (1772-1801), nacido en el seno de una familia noble de Sajonia, recibió una educación pietista. Estudió Derecho en Jena, donde asistió a los cursos de Historia impartidos por Schiller y conoció a Fitche, cuya filosofía idealista gravita sobre toda su obra. Después de trasladarse a Leipzig en 1791, conoció a los hermanos Schlegel, con los que colaboró en la revista “Athenaeum”. Un año más tarde, se trasladó a Wittenberg para ejercer la jurisprudencia. La muerte de su prometida, Sophie von Kühn, en 1797 a causa de la tuberculosis lo afectó profundamente. En 1799 ocupó el cargo de administrador de minas en Weissenfels, poco antes de su prematura muerte.

La obra de Novalis es a la vez literaria, poética y filosófica. Novalis, que publicó muy poco en vida, es autor de miles de notas teóricas en las que combina ciencia, poesía, religión, política y filosofía. La mayoría de estas notas se recogen en “El borrador general”. Se caracterizan estas notas por un espíritu enciclopédico, propio del primer Romanticismo y presente también en Fiedrich Schlegel, quien proyectaba una enciclopedia literaria. Novalis imaginó en “El borrador general” una forma específica de saber total, en el que el arte y, sobre todo, la poesía son la clave de todo. En el corazón de su reflexión se encuentra la búsqueda de un idealismo mágico que combina potencia espiritual y creación literaria. Este idealismo tiene como finalidad sintetizar diferentes formas (como sujeto y objeto) y, al mismo tiempo, producir, gracias a la imaginación creadora, una armonía global que Novalis denomina la edad de oro.

Los textos poéticos de Novalis son, en verso: “Himnos a la noche” y “Cantos espirituales”; en prosa, “Los discípulos en Sais”. Su obra maestra en prosa es “Enrique de Ofterdingen”, ambientada en un universo medieval mítico, y que publicó póstumamente su amigo Ludwick Tieck

 

LA POESÍA ROMÁNTICA INGLESA

La poesía romántica inglesa se manifiesta en dos generaciones de escritores:

a) La primera recibe el nombre de lakistas o poetas de los lagos, porque sus componentes residieron una temporada en la región de los lagos del noroeste de Inglaterra. Compusieron los primeros poemas claramente románticos entre 1798 y 1815, y está representada sobre todo por William Wordsworth
y Samuel Taylor Coleridge (1770-1834).

b) Los poetas de la segunda generación reciben el nombre de poetas rebeldes; forman parte de ella tres grandes figuras de la lírica inglesa: Lord Byron (1788-1824), Percy Bysshe Shelley (1792-1822) y John Keats (1795-1821).

 

 WILLIAM WORDSWORTH

En colaboración con Coleridge, publicó en 1798, anónimas, las "Baladas líricas", cuyo prólogo es considerado como el manifiesto del Romanticismo en Gran Bretaña. Los temas principales de su poesía nacen de la observación directa de la naturaleza por los sentidos y de una intención de liberar al hombre en el ámbito político, religioso y sexual, intención no ajena a la simpatía que en una época sintió por la Revolución Francesa, contra cuyos ideales acabó sin embargo por reaccionar.

La renovación del lenguaje poético que propugnó y practicó consiste básicamente en el alejamiento de la jerga convencional de la literatura a favor de una dicción más cercana al habla común. Su vasta producción, cuya joya es quizá el autobiográfico The Prelude, tiende a evitar los materiales tópicamente poéticos para explotar en cambio la expresividad del lenguaje ordinario y la nobleza de los temas rústicos. Central en Wordsworth es la distancia que se establece entre la experiencia inmediata y en recuerdo de esa experiencia tal y como se revive en el poema: la poesía es "la emoción rememorada en la tranquilidad".

 

SAMUEL TAYLOR COLERIDGE

Coleridge se destacó como el mayor teórico de la primera generación del Romanticismo inglés, en particular al lado de Wordsworth, con quien compartió muchos ideales y proyectos. La adicción al opio, un carácter voluble y la "vocación de ser un hombre echado a perder" (T. S. Eliot) no le permitieron dejar una obra poética más contundente, pero la "Balada del viejo marinero" y el "Kubla Khan" (1816) bastan para reconocerle una fisonomía propia, por su efusiva evocación de lo fantástico y de lo exótico. Especial influencia y popularidad consiguió gracias a sus escritos filosóficos y críticos. La "Biographia literaria" diagnosticó con bastante anticipación el peligro que aún había de acusarse en el Romanticismo posterior: evaluar la obra de un autor por su mitología personal más que por su hechura literaria. Muy analizada ha sido su distinción entre la "fantasía", que se limita a acumular desordenadamente imágenes e impresiones, y la "imaginación", que las elabora y reduce a la unidad.

LORD BYRON

Nadie como él ha encarnado el mito del poeta rebelde, aventurero y transgresor. De cuna aristocrática, culto y atractivo (aunque es cierto que cojeaba ligeramente), George Gordon Byron comenzó su carrera con un libro de poemas, "Horas de ocio", a cuya mala acogida reaccionó con una composición satírica, "Bardos ingleses y críticos escoceses", que le congració en cambio el favor del público. En 1812, a la vuelta del "Grand Tour" que lo había llevado a Lisboa, Sevilla, Cádiz y al próximo Oriente, publicó los dos primeros cantos de "Las peregrinaciones del joven Harold", poema narrativo de tono autobiográfico destinado a tener gran éxito. Las deudas y los escándalos, como los de su separación matrimonial y la relación amorosa con su hermanastra, le fueron cerrando puertas y le aconsejaron marcharse primero a Suiza (cerca del lago Leman, junto a Shelley y su mujer) y luego a Italia, donde vivió una apasionada historia con una condesa veneciana y tomó partido por la independencia de Grecia. Unas fiebres acabaron con él cuando estaba a punto de unirse a los insurrectos. Las obras más celebradas de Byron fueron los poemas narrativos "The Corsair", "Mazeppa" y el que mejor ha soportado el paso del tiempo, Don Juan, cuyo héroe, inteligente y altivo, tierno y pecador, pasea por el mundo una mirada burlona y habla con el desafío de un buen conversador. La última fase de su poesía pierde espectacularidad y desgarro y gana en hondura psicológica e intelectual.

PERCY BYSSHE SHELLEY

Como miembro de una familia distinguida, se educó en Eton y Oxford y pudo vivir gracias a las pensiones y herencias de los suyos, por más que sus matrimonios y amores le causaron no pocos problemas, llevándolo a instalarse en Suiza y luego, desde 1818, en Italia, donde se ahogó en el naufragio de su yate. Había sido expulsado de la Universidad a raíz de la publicación del ensayo "La necesidad del ateísmo", acorde ya con los ideales racionalistas y revolucionarios que pronto articuló en su poema "Queen Mab" (1813), luego muy difundido y que lo volcaron un tiempo en la agitación política. Su obra, irregular y a veces un tanto desdibujada, se distingue por el aliento visionario, la inspiración utópica y una rica vena meditativa, presente también en muchas de sus piezas líricas y en el excelso Prometeo desencadenado (1820). La plenitud de su poesía la alcanzó sin duda en Adonais (1821), elegía a la memoria de su amigo John Keats y a la vez apasionada proclamación de la fuerza de la

de Byron y Shelley, Keats no se preocupó por la política ni por la religión, sino que condensó su poesía para superar las adversidades. El ensayo A Defence of Poetry  insiste en la función social y el carácter profético de los poetas.

 JOHN KEATS

A diferencia esfuerzo creativo en la elaboración de una poética y una estética ideales, no carentes sin embargo de convicciones éticas. Proveniente de una familia humilde y cirujano de oficio, entró en el mundo literario hacia los 20 años y tuvo una vida marcada por las desgracias y por la enfermedad. Pese a que los "Poems" de 1817 fueron recibidos con tanta acritud como el largo "Endymion" de 1818, está claro que Keats es el maestro de las formas breves del Romanticismo inglés. En efecto, carente de la habilidad narrativa de Byron, lo más logrado de su obra es de carácter lírico y se encuentra en algunos de los sonetos de su etapa inicial, en "Lamia and other Poems" y en otras piezas de los últimos años, tales "La belle dame sans merci", "La víspera de Santa Inés" e "Hiperión". Justamente estimadas han sido siempre la "Oda a un ruiseñor", en la que la belleza del canto del ave supera con creces la muerte y el dolor humanos, y la "Oda a una urna griega" donde la belleza, inmortalizada por el arte, se contrapone a la caducidad de la vida, a la cual se superpone. La limpidez expresiva y la gracia verbal dan a la lírica de Keats una tonalidad inconfundible.

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