tema V. El teatro europeo. El teatro isabelino. Shakespeare


TEMA III.-EL TEATRO EUROPEO en EL SIGLO XVII

 

I.El teatro europeo: introducción.

 I.I. El teatro isabelino: Marlowe; Jonson.

                                        -Shakespeare.

                                                                Lectura de Romeo y Julieta

             I.2.El teatro clásico francés: Corneille,Racine, Molière

 

 EL TEATRO DE LOS SIGLOS DE ORO

 POLÍTICA, SOCIEDAD Y ARTE

 

En la centuria que comprende una parte importante del siglo XVI y casi todo el XVII surgen y se consolidan las formas dramáticas que van a configurar definitivamente el teatro moderno europeo. Italia conoce el apogeo de la comedia del arte, en Inglaterra el genio de Shakespeare corona el edificio del teatro isabelino, en España emerge el teatro barroco, configurado a partir de Lope de Vega, y en Francia, Moliére, Corneille y Racine establecen la tradición teatral clasicista.

La idea de espectáculo, más allá del teatro, impregna la vida pública y privada de las monarquías absolutas. La espectacularidad de la vida pública se hace presente en los fastos de un Versalles concebido como un gigantesco escenario, o en los aparatosos autos de fe inquisitoriales que se celebraban en la Plaza Mayor de Madrid, o en la propia vida privada de los monarcas absolutos que, precisamente, era la cosa menos privada que se pueda imaginar.

En llamativo contraste, la idea de contingencia del ser humano individual, asediado por poderes omnímodos, rodeado, por contraste, de la pobreza y la crueldad de la vida cotidiana, es más patente que nunca. La fuga hacia lo externo y espectacular se combina, entonces, con un cúmulo de reflexiones sobre lo ficticio de la realidad: «estamos hechos del mismo paño con que se tejen los sueños», en palabras de Shakespeare; «pues estamos / en mundo tan singular / que el vivir sólo es soñar», dice años más tarde Calderón de la Barca. La vida es concebida como una escena, al tiempo que la escena comienza a verse invadida por la propia vida. Las relaciones sociales entre amos y criados, la pasión amorosa en todos sus aspectos, la cuestión de la libertad individual, las polémicas de la teología y la moral... ,todo tendrá cabida en los teatros nacionales de la Europa del XVI‑XVII, que hallaron un perfecto caldo de cultivo en esta sociedad profundamente angustiada.

El teatro tuvo durante esta época una importante presencia en la vida pública, que en gran medida inva­día y se mezclaba en lo privado. Por ejemplo, la regula­ción de la moda en el vestir fue una práctica muy exten­dida en la política de las monarquías absolutas. En España el conde‑duque de Olivares prohibió el uso de las enormes gorgueras que usaban los elegantes de la época (pragmática de 1623) y en 1639 obligó a las damas a prescindir del aparatoso guardainfante, ese artefacto que podemos admirar en la pintura de Velázquez y que convertía las faldas de las mujeres en un gigantesco ruedo.

Los poderes públicos, laicos y eclesiásticos, dicta­ron con frecuencia unas políticas teatrales sumamente caprichosas y fluctuantes. En unas ocasiones financia­ban el espectáculo y enaltecían a autores y cómicos y en otras prohibían las representaciones, como sucedió en 1598 bajo el reinado de Felipe II; en Francia, Moliere sufrió un verdadero calvario para conseguir que se per­mitiese la representación de su Tartufo, y en Inglaterra no fue nunca posible que las mujeres fuesen autorizadas a subir a un escenario.

Incluso cuando los monarcas y los nobles de alto rango actuaban como mecenas, mediatizaban en gran medida el contenido y orientación del drama. No es posible entender plenamente el Macbeth de Shakes­peare, con su aparatosa manipulación de la historia, si no sabemos que la monarquía inglesa estaba por entonces interesadísima en afirmar su legitimidad para ceñir la corona de Escocia. En el caso de España la figura del rey en el teatro es completa­mente intocable, incluso cuando éste obra arbitraria o caprichosamente, como sucede en La Estrella de Sevilla de Lope de Vega. En Francia, las necesidades de fasto de Luis XIV determinaron frecuentemente la fórmula dramática empleada por el propio Moliere o, como sucedió con su Enfermo imaginario, aplazaban las representaciones de una obra ya estrenada hasta que el monarca decidiera manifestar su satisfacción o dis­gusto por ella.

La consideración social de cómicos y poetas dra­máticos acusó estas contradicciones. Un personaje de tanta popularidad y prestigio como Lope de Vega podía recibir la cruz de la Orden de San Juan y honrarse con el título de «frey» y, al mismo tiempo, servir de alca­huete a un noble tan rico como depravado: el duque de Sessa. Moliere, honrado y protegido por el Rey Sol, sólo pudo ser enterrado en sagrado después que sus deudos sorteasen la norma que impedía a los cómicos, rameras, brujos, etc., reposar entre los fieles honorables. En el caso de las mujeres, ser actriz equivalía en la prác­tica a ser considerada una prostituta, lo que no impidió que alguna de ellas, como la famosa Calderona, lo fuera efectivamente y tuviera por cliente distinguidísimo al propio Felipe IV, anécdota que ilustra lo contradictorio de un poder que vivía ampliamente la doble moral.

 

PANORAMA GENERAL

EL TEATRO EUROPEO EN EL SIGLO XVI

 

Durante este siglo, el desarrollo del teatro pre­senta un estrecho paralelismo en los principales países de Europa: de las formas dramáticas me­dievales (religiosas y profanas), se pasa, de una parte, a manifestaciones de teatro popular, más acordes a los nuevos tiempos; de otra parte, se desarrollarán formas de teatro culto, inspiradas en las tragedias y comedias clásicas.

Las principales modalidades del espectáculo teatral, en toda Europa,  son:

a) Un teatro eclesiástico. Autos, misterios, et­cétera, que la Iglesia promueve, en especial con motivo de las grandes fiestas (Semana Santa, Corpus...).

b) Un teatro cortesano. Responde a los nuevos gustos de las brillantes cortes renacentistas (de los reyes o de los grandes señores), en las que el teatro es uno de los pasatiempos favoritos. En sus salones, se representan preferentemente obras de tipo profano y de inspiración clásica.

c) Un teatro popular. Es el de los comediantes profesionales que recorren las ciudades re­presentando en una plaza, en una posada, en un corral, etc., hasta que aparezcan los teatros fijos. Se trata de farsas, de enredos novelescos, a veces de improvisaciones, que sólo se proponen divertir a un abi­garrado público, pero que más tarde cobra­rán una inesperada dignidad, al ser trans­formadas por autores de genio.

A partir de estas manifestaciones, se irán per­filando las características propias de las dramatur­gias nacionales durante los últimos lustros del siglo XVI y el primer tercio del XVII. Atendiendo especialmente al teatro español, inglés y francés, an­ticiparemos las siguientes observaciones:

• En Inglaterra y en España prevalecen temas y formas procedentes del teatro popular, ennoble­cido por un Shakespeare o un Lope. (En efecto, los géneros cultos de estirpe clásica apenas dieron frutos de mérito ni consiguieron arraigar.)

• En Francia, en cambio (tras una etapa de características semejantes a las de sus países veci­nos, pero de escaso relieve), será el teatro de tipo cortesano y de moldes clásicos el que triunfe, a partir de 1630. De ahí la tragedia y la comedia clásicas de Francia.

 

 

 EL TEATRO EN INGLATERRA

 

El carácter relativamente tardío del Renaci­miento inglés explica que el teatro religioso pervi­va más tiempo que en otros países. Pero, junto a él, acabarán por desarrollarse las manifestaciones de teatro cortesano y popular. Como sabemos, este último será el que alcance mayor auge. Su conso­lidación se debe a múltiples factores, entre los que destacaremos los siguientes:

 

-En la segunda mitad   del  s. XVI, Inglaterra experimenta bajo Isabel I, que reinó desde 1558 hasta 1606, un momento de auge. Esta prosperidad económica se refleja en el mundo de las letras. En este período surgió el genio de la escena inglesa, Shakespeare, que aprovechó el desarrollo de la dramaturgia isabelina y supo llevarla a su más alta cima. Decíamos que el fuerte potencial económico del país fue una de las causas determinantes, con el oro y la plata que, tras arrebatárselo a las naves española, llevó a Londres el corsario Drake, Inglaterra pudo iniciar su despegue económico y permitirse el lujo de los teatros donde triunfaron las obras de Shakespeare.

-La profesionalización de las compañías teatrales que fue posible gracias a la protección que les proporcionó la corte y la nobleza, a pesar de que la moral establecida consideraba a los actores vagabundos y gente de mal vivir.

 

La influencia italiana. Y no sólo de la co­media, sino también la de los "novellieri". Varias son las obras de Shakespeare que se inspiran en cuentos italianos (como Romeo y Julieta y Otelo).

La inspiración en la historia y las tradicio­nes nacionales. Inglaterra había vivido una historia "dramática" (guerras civiles, lu­chas por el poder, etc.), en la que los au­tores encontrarían asuntos con que conmo­ver a un pueblo inmerso en los aconteci­mientos.

• Y así surgirá el llamado teatro isabelino (o "elisabethiano"). Con este nombre, alusivo al rei­nado de Isabel I (1559‑1603), se conoce el gran ciclo teatral que se extiende aproximadamente de 1580 a 1642, fecha en que los puritanos del Parla­mento disponen el cierre de los teatros. Su centro y cima es Shakespeare, a quien estudiaremos en especial. Veamos en qué marco se movió.

 

 

 

LOS TEATROS Y SU PÚBLICO

La situación es similar a la española, con sus "corrales de comedias". Al principio, las represen­taciones se realizaban en locales improvisados, preferentemente en patios de posadas. Hacia 1575, prohibidas las representaciones en la ciudad de Londres, se construyen en sus alrededores tea­tros: los más famosos son El Cisne y El Globo (en este último, se instalaría la compañía de Shakes­peare).

• Se trataba  de construcciones circulares o hexagonales, en cuyo patio central, rodeado de galerías, se ha­llaba la escena. No había decorado, y la imagina­ción del espectador tenía que suplirlo todo.

Véase lo que Shakespeare pone en boca de un actor, en el prólogo de Enrique V, tras lamentar­se de las limitaciones de la escena:

“Este circo de gallos, ¿puede contener los vastos campos de Francia? (...) Suplid mi insuficiencia con vuestro pensamiento. Multiplicad un hombre por mil y cread un ejército imaginario. Cuando os hablemos de caballos, imaginad que los veis hollando con sus soberbios cascos la blandura del suelo porque son vuestras imaginaciones las que deben hoy ves­tir a los reyes, transportarlos de aquí para allá, cabalgar sobre las épocas, amontonar en una hora los acontecimientos de numerosos años...”

El público es heterogéneo, pero ‑junto a personas de alta condición‑ domina el elemento popular: artesanos, comerciantes, marineros, sol­dados... Es un público nuevo, que no sabe de "reglas" y busca movimiento, emoción, "ruido y furia" (como dirá un personaje shakespeariano). Pide que le diviertan y que le hagan temblar de espanto. Y a estos gustos ‑nótese bien‑ se plie­gan desde los más rastreros escribientes de come­dias hasta un genio como Shakespeare.

 

FORMAS Y GÉNEROS

La raíz eminentemente popular de este teatro explica sus principales rasgos formales. Ante todo, es un arte al margen de las reglas clásicas: en el prólogo de Enrique V se alude a la variedad de tiempos y lugares. Tampoco se respeta siempre la unidad de acción: frecuentemente se busca su mul­tiplicidad para servir al enredo. Igualmente, se hace caso omiso de la separación de géneros: lo cómico, por ejemplo, cabe en la tragedia (de la que el clown, semejante a nuestro "gracioso", es personaje fundamental). En fin, ni siquiera se ob­serva la unidad de estilo: en una misma obra, se mezcla la prosa con el verso, y lo sublime con lo popular y hasta lo obsceno.

• Enumeraremos, brevemente, los géneros preferidos del teatro inglés (de todos ellos, vere­mos muestras eminentes al hablar de Shakespea­re):

a) La comedia es de una gran variedad: nove­lesca, pastoril, fantástica, etc., pero es co­mún la sutileza del enredo, rasgo que le viene de Italia.

b) La tragedia alcanzó las máximas cimas. Se orienta a suscitar la emoción, el escalofrío, la compasión, etc., en un público acostum­brado por la historia a la violencia y a la sangre. Todas sus modalidades (tragedia de caracteres, familiar, de la venganza, "ro­mana", etc.) se hallarán magnificadas en Shakespeare.

c) Las tragicomedias son abundantes, por la citada imprecisión en la separación de gé­neros: muchas veces, es difícil decir si nos hallamos ante una tragedia o un drama (así, en ciertas obras de Shakespeare).

d) Finalmente, hay que citar las obras de tema histórico (tragedias o tragicomedias, según los casos). Es un género muy característico del teatro isabelino (y una coincidencia más con el español). Ya hemos aludido al peso de la historia sobre el espectador inglés: esto explicaría su gusto por ver en escena episodios de su pasado. Pero, además, los grandes dramaturgos sabrán elevar estos dramas a una auténtica reflexión histórica y política, ejerciendo así un notable papel en la educación de la conciencia popular.

 

LOS AUTORES

Dada la demanda de un público insaciable, la nómina de dramaturgos es muy amplia y variada: al lado de autores formados en las universidades (Marlowe, Jonson), hay escritores autodidactos (como el mismo Shakespeare). Común a todos es un escaso sentido de la "propiedad literaria": como en España, es frecuente que un autor refun­da obras de otros.

Como pura información, citaremos algunos nombres. Predecesores de Shakespeare son Tho­mas Kyd, autor de una Tragedia española y de un primer Hamlet, modelos de la "tragedia de la ven­ganza" y Christopher Marlowe, cuya Tragedia del Doctor Fausto es la primera versión escénica de la famosa leyenda alemana. Contemporáneo de Shakespeare es el erudito Ben Jonson, cuyo Vol­pone es un retrato implacable de la codicia, la lujuria y la hipocresía.

 

 Marlowe: Fausto

 

Christopher Marlowe (1564, Canterbury- 1593, Londres)

Considerado el antecesor más importante de Shakespeare, Marlowe surgió como la gran promesa del drama isabelino antes de morir en plena juventud. Su obra más celebre, el Fausto, recrea el gran mito europeo de este personaje , que le vende el alma al diablo a cambio de la promesa de la inmortalidad. Tamerlán el Grande o El judío de Malta figuran entre sus obras y giran en torno al mismo tema. El autor, famoso en vida por sus desencuentros con la ley y por sus visiones religiosas heterodoxas, murió apuñalado a los veintinueve años en una riña de taberna.

 

ARGUMENTO

* La trágica historia del doctor Fausto [Tragical History of doctor Faustus], drama en verso y prosa sin división de actos, fue compuesta en 1588, publicada anónima en 1601 y, con nombre autor, en 1604. Fausto es el mayor teólogo de su ciudad, nadie puede alabarse de ser superior a él en sutileza dialéctica. Pero no contento de esta superioridad, decide distinguirse en otro arte, penetrando en el reino del misterio y adquiriendo poderes mágicos. Después de renegar de la fe de sus mayores y de solicitar y obtener el auxilio de un diablo, Mefistófeles, por medio del cual estipula con su sangre un pacto con Lucifer, Fausto obtiene seguridad de 24 años más de vida, tiene a su servicio a Mefistófeles y podrá hacerse espíritu y no substancia, pero a su muerte, su alma pertenecerá al Demonio. Dotado de tales poderes, Fausto empieza a hacer cosas maravillosas que han de convertirlo en el hombre más célebre y poderoso del mundo. En vano el ángel bueno, en eterna lucha con el malo, intenta volverle al recto camino. Fausto va a Roma, donde se mofa de los cardenales y del Papa y logra liberar al antipapa Bruno; da luego pruebas de su poder mágico al emperador de Alemania y a su corte, haciendo, entre otras cosas, salir un par de cuernos sobre la frente de un cortesano que se había burlado de él. Éste, para vengarse, le tiende una emboscada, de la que Fausto sale, naturalmente, ileso, y el mago condena entonces al cortesano a seguir lle­vando los cuernos para siempre. Así Fausto pasa la vida, burlándose, a placer y en las más extrañas formas, de todo el mundo, sin que nadie se atreva a echárselo en cara, ya que basta un gesto suyo para que todos enmudezcan, y sin que nadie logre darle muerte, ya que durante 24 años tiene asegurada la vida. Pero se aproxima el plazo fatal, y en la conciencia de Fausto empieza a apuntar el remordimiento. Insatisfecho por tantas experiencias, Fausto desea gozar también del beso de la inmortal belleza griega: el beso de Elena. Es famoso el verso con que saluda la aparición de la heroína: ¿Es éste el rostro que lanzó a mil naves? [Was this the face that launch'd a thousand chips?) . Llega la hora temida: Fausto quisiera poder detenerla, prolongarla, pero es en vano; muere implorando y sus discípulos encuentran su cadáver descuartizado por los diablos.

 

           

 

Ben Jonson ( 1572 Londres -1637, Londres)

 

Poeta, dramaturgo, crítico literario, maestro en prosa y en verso, es considerado uno de los mayores autores dramáticos de su lengua. Estudió en el Westminster College, fue soldado del ejército inglés e inició en su juventud una carrera de actor y escritor de comedias y tragedias para Philip Henslowe, el mayor empresario teatral de la época. Se dio a conocer con Cada cual según su humor (1598), pieza en la que encarnó en cuatro personajes los otros tantos humores de la medicina medieval. Tras dar muerte en un duelo a un actor, fue eximido de la pena capital gracias a saber leer latín, y posteriormente se convirtió al catolicismo. Sus piezas, entre las que figuran Volpone (1606) o El alquimista (1610) se convirtieron en espectaculares montajes, y se contaron entre las más populares de su época, sólo superadas por las de Shakespeare.

 

 Volpone

El rico veneciano Volpone, por divertirse, hace creer, por medio de su criado Mosca, que está muy enfermo y que legará su herencia a quien se porte más generosamente con él. Van llegando ambiciosos, ante quienes Volpone finge estar en la cama muy grave. El abogado Voltore le regala un bello objeto de plata; el usurero Corbaccio, que le ha adelantado mucho dinero con esperanzas de recuperarlo a su muerte, se deja convencer por Mosca para nombrarle su heredero, desheredando a su hijo Bonario. Corvino, el mercader, que trae un diamante y una perla como regalos, al oír a Mosca que los médicos han recomendado a Volpone la compañía de una mujer, lleva a su propia mujer, Celia, joven y bella. Pero ésta es salvada de las pretensiones de Volpone por su enamorado Bonario, el hijo de Corbaccio, que se había escondido en la casa, lleno de sospechas. Bonario denuncia a Volpone, así como a su propio padre y a Corvino. El abogado Voltore se ofrece para defender a Volpone, y los otros dos pretendientes a su herencia le ayudan, mintiendo de tal modo que Volpone queda en libertad y Bonario es procesado por difamador. Entonces Volpone piensa una broma definitiva: hace testamento a favor de Mosca y le envía a decir que ha muerto. Cuando se descubre quién es el heredero, los pretendientes, furiosos, revelan sus mentiras ante los jueces, que entonces cambian su sentencia: envían a galeras a Mosca y confiscan los bienes de Volpone, mandándole a prisión, junto con los otros dos. Corvino, además, es condenado a devolver a su mujer Celia a casa de sus padres, con el doble de la dote recibida.

Volpone es la mejor y la más densa de las obras de Ben Jonson. Constituye una sátira feroz contra la avaricia y la estupidez humanas a través de la manifestación de cómo la avaricia nos estupidiza hasta el punto de convertirnos en bestias. Para que no quede duda, Jonson presenta a sus personajes con simbólicos nombres de animales: el zorro, el buitre, el cuervo, el grajo, la mosca, bailan ante nosotros una danza lleno de movimiento, de agilidad y de ímpetu mientras intentan devorarse unos a otros y en su intento se precipitan todos hacia su destrucción.

 

 

SHAKESPEARE

 

VIDA Y TRAYECTORIA

Muchos son los puntos oscuros en la biografía de William Shakespeare. Hijo de un próspero comerciante, nació en 1564 en Stratford‑on‑Avon. Debió de hacer estudios en la escuela de su ciudad natal, pero parece que su padre lo sacó de ella para colocarlo de aprendiz. Sabemos seguro que se casó a los dieciocho años y que tuvo varios hijos. Diez años más tarde (en 1592), lo encontramos en Londres cosechando sus primeros triunfos como actor y autor. Se dice ‑pero nada es seguro‑ que se había escapado a la capital, donde comenzó guardando los caballos a la puerta de los teatros, para hacerse luego actor y comenzar su obra defendiendo dramas de otros autores.

Debió de pertenecer a varias compañías, antes de entrar en la protegida por el lord Chambelán. A partir de entonces, comienza su éxito y su fortuna. Pronto posee su propia compañía, que se instala en el Teatro del Globo a partir de 1599.

En aquellos años, partiendo de los géneros usuales del "teatro isabelino'', Shakespeare ha ido enriqueciendo su arte en más de una docena de obras de diverso tipo, con predominio de las piezas históricas y de la comedia, elevada ésta a calidades eminentes como en La fierecilla domada o El sueño de un noche de verano. En conjunto, lo que domina en su producción hasta 1600, y salvo alguna muestra trágica (como Romeo y Julieta), es un tono risueño.

A partir de 1600, su obra se hace más grave. Vienen sus comedias llamadas "sombrías" (por ejemplo, A buen fin no hay mal principio), a la vez que Julio César o Hamlet (1602) preludian resueltamente su época de las grandes tragedias: Otelo, El rey Lear, Macbeth... ¿Se debe este período a amarguras personales, a alguna honda crisis? Bien pudo ser, pero, desgraciadamente, nada sabemos de su vida íntima de aquellos años (1602‑1607). En todo caso, esta evolución resulta coherente con la índole de los tiempos (el paso del reinado de Isabel al de Jacobo I, años difíciles) y con un consiguiente giro en los gustos del público. También es posible, simplemente, que Shakespeare se considerara llegado a una madurez capaz de emprender las más altas empresa dramáticas.

 Pero, en 1608, la "etapa sombría" termina; vuelve a la comedia, al final feliz. Sus últimas obras respiran una grandiosa serenidad y una paz superior que culmina con La tempestad (1611).

Shakespeare se retira entonces y pasa sus últimos años en su ciudad natal, en donde le llega la muerte el día en que había de cumplir cincuenta y dos años (el 23 de abril de 1616). Ese mismo día muere en España Cervantes.

 

OBRA Y SISTEMA DRAMÁTICO

 

Shakespeare no es sólo un gran dramaturgo, sino también uno de los más grandes poetas líricos y narrativos ingleses. No hemos de detenernos, sin embargo, en este sector de su producción: nos limitaremos a citar su largo poema Venus y Adonis (inspirado en Ovidio y muy del gusto de la época), y a destacar que sus sonetos ‑más de ciento cincuenta‑ figuran entre lo más hermoso de la lengua inglesa y suponen una de las cimas de la poesía amorosa de todos los tiempos.

Su obra dramática se compone de treinta y siete piezas, entre tragedias, comedias y dramas; producción escasa, si se compara con la de algunos dramaturgos coetáneos españoles. Pero la limitación en cantidad le hizo ganar en intensidad dramática y en perfección poética. En los apartados siguientes examinaremos los aspectos de contenido de cada uno de los géneros que cultivó. En este, aludiremos a los principales rasgos formales de su construcción teatral.

El sistema dramático de Shakespeare desborda totalmente los moldes y reglas del arte clásico (su única coincidencia con él es mantener los cinco actos del modelo clásico).

 En efecto, no encontraremos en su obra ni unida­des ni uniformidad de estilo; las formas métricas serán variadas, e incluso se mezclarán la prosa con el verso en una misma obra.

• Interesa insistir, especialmente, en la mezcla de lo trágico con lo cómico, con un aspecto parti­cular: la utilización del "clown" por Shakespeare. Las compañías inglesas de la época contaban con un actor cómico así llamado, que representaba el papel de gracioso o el de fool (loco y bufón). Pues bien, el genio de Shakespeare elevó este papel a una altura insospechada: en sus "gracias" llegará a encerrar sentencias de singular hondura filosó­fica, dentro de una visión cínica y desengañada de la vida. Así podría verse en El rey Lear, donde el bufón desempeña una función importantísima. En Hamlet, veremos a dos clowns (los famosos sepultureros); pero el mismo Hamlet, al fingir la locura, no hace sino asimilar el papel del clown o fool y alzarlo a un nivel superior.

Esta inclusión de una veta cómica hasta en las más estremecedoras tragedias es la base de lo que se ha llamado el “comic relief”, un contrapunto có­mico que realza los temas y episodios más graves, oponiéndoles como un espejo irónico o deforman­te. Esta faceta, tan alejada de la "pureza" clásica, constituye, sin duda, una de las aportaciones más originales de Shakespeare.

 

LAS COMEDIAS

 

Partió Shakespeare de una fórmula ya consa­grada: la comedia novelesca y de enredo, de raíces terencianas e italianas. Nos encontraremos, pues, con intrigas amorosas que se entrecruzan, salpica­das de dificultades, de celos, de malentendidos provocados por parecidos entre personajes o por disfraces, etc.

Pero el genio de Shakespeare enriquece tal materia, convencional en principio, dándole una inconfundible hondura humana. Los tipos estereo­tipados, propios de aquel género, se convierten en criaturas vivas, individualizadas. Por otra parte, la poderosa imaginación del autor renueva continua­mente el placer de los espectadores con giros ines­perados, o le llevan a mezclar la fantasía con la realidad. En el estilo, en fin, se conjugan las ma­yores exquisiteces con el más sabroso lenguaje popular.

 Todo ello se observa ya en las comedias de su primera época, de entre las que citaremos La comedia de las equivocaciones (basada en una obra de Plauto), La fierecilla domada (de tema también tratado por Lope de Vega y procedente de un famoso apólogo de don Juan Manuel), El sueño de una noche de verano (una de las cimas de la comedia fantástica), Los dos hidalgos de Verona, Las alegres casadas de Windsor, etc.

En las dark comedies (las "comedias som­brías" de 1601 a 1604) los temas graves ‑en el fondo, nunca ausentes de su obra‑ cobran espe­cial densidad: el conflicto entre apariencia y rea­lidad, los límites de la felicidad, la muerte, etc., empañan de cierta melancolía obras como A buen fin no hay mal principio y Medida por medida, entre otras.

• Finalmente, y como hemos indicado, la se­renidad y el optimismo caracterizan sus últimas comedias, como Cuento de invierno o La tempes­tad, prodigio esta última de fantasía y lirismo.

 

LOS DRAMAS HISTÓRICOS

 

Como ya sabemos, la inspiración en temas na­cionales es esencial en el teatro isabelino (como en el español de la misma época). A esta línea corresponden diez de las obras de Shakespeare, desde los tres dramas sobre Enrique VI (sus pri­meras obras, de 1592) a Enrique VIII (tal vez su última obra), pasando por Ricardo III, Enri­que V, etc.

 En conjunto, los dramas históricos de Shakes­peare abarcan unos dos siglos de historia de In­glaterra, del siglo XIII al XV, con sus guerras, sus luchas dinásticas, sus conjuras... Ya en sus ante­cesores, el drama histórico tenía como función el llevar ante el pueblo la propia historia, a menudo con la intención de justificar el actual reinado de paz frente a las tormentosas épocas anteriores.

• Pero Shakespeare no es un historiador: en sus dramas se interesa, más que por los aconteci­mientos, por los hombres. En efecto, busca lo humano por detrás del personaje histórico; de ahí, el alcance universal de sus dramas. Así, en Ricar­do III ve una encarnación de la iniquidad; o en Falstaff, personaje de varios de sus dramas, des­cubre una fuerza vital y cínica inolvidable. Por lo demás, Shakespeare encierra en sus dramas histó­ricos, con una fuerza inusitada, aquella violencia tan del gusto de la época. Algunos de ellos, como Ricardo III, son intensas tragedias.

• Podemos adjuntar a este epígrafe sus "piezas romanas": Julio César, Antonio y Cleopatra, etcétera. También en ellas supera el autor lo pu­ramente histórico para atender a los conflictos interiores de los personajes. Su fuente es Plutarco, y ‑como en el historiador latino‑ el enfoque es predominantemente moral. Julio César, una de sus obras más vivas, es una meditación sobre la tiranía; el personaje verdaderamente trágico es Bruto, un "idealista puro", casi diríamos un "in­telectual", lanzado a pesar suyo a la acción por imperativos morales de justicia.

 

 Las tragedias de Shakespeare: un apunte sobre Hamlet

 

A comienzos del siglo XVII, William Shakespeare había escrito ya su gran ciclo sobre la historia de Inglaterra, sus mejores comedias y dos tragedias primerizas, como son Titus Andronicus (1593) y Romeo and Juliet (1595).  Entre 1600 y 1606, Shakespeare compuso sus cuatro grandes tragedias: Hamlet, Othello, King Lear y Macbeth.  Y es quizás más apropiado hablar de tragedias de Shakespeare que de tragedias shakespeareanas, ya que, igual que sucede con las comedias, la diversidad es la nota que caracteriza a las tragedias, y las coincidencias superficiales no pueden ocultar las diferencias profundas.  En tres tragedias el protagonista es un personaje de sangre real (Hamlet, Lear y Macbeth); Othello es la excepción, y ello está en consonancia con una obra calificada de “tragedia doméstica”.  Las cuatro piezas tienen un trasfondo bélico: la invasión de Polonia por Fortinbrás en Hamlet, la campaña contra los turcos en Othello, la guerra entre Cordelia y sus hermanas en King Lear, y las rebeliones de Macbeth.  El acto tercero incluye en las cuatro obras un momento culminante para el desarrollo posterior de la trama: la representación teatral del crimen de Claudius en Hamlet, la «escena de la tentación» en Othello, la tormenta que acompaña a la locura de Lear en King Lear y la aparición del fantasma de Banquo en Macbeth.  El tema de la venganza desempeña un papel importante tanto en Hamlet como en Macbeth, y en las dos piezas hacen su aparición los fantasmas de personajes asesinados.  Hamlet y King Lear tienen un subplot que repite aspectos de la acción principal; por el contrario, la trama de Othello y la de Macbeth se caracterizan por la intensidad y la concentración.  Las cuatro tragedias concluyen con la muerte de los protagonistas y de varios personajes principales.  El elemento sobrenatural está presente en Hamlet y Macbeth; Othello se caracteriza por su realismo, y King Lear posee rasgos grotescos que contrastan vivamente con el final más estremecedor de las tragedias de Shakespeare.  La mezcla de lo sublime con lo cómico y grotesco es otra nota interesante de las cuatro tragedias.

El gran atractivo que Hamlet ha ejercido sobre la crítica y el público se debe a su excepcional combinación de valores teatrales y profundidad moral y psicológica . La acción dramática de Hamlet posee una gran variedad; tras un comienzo lleno de teatralidad y misterio en el que el fantasma del padre de Hamlet se aparece a los soldados de la guardia, los centros de interés se van acumulando.  El primer soliloquio del príncipe en I, II, introduce de manera espléndida varios motivos recurrentes de la obra: el suicidio como posible alternativa a una existencia insoportable

[¡Oh! ¡Si esta carne mancillada/ se disolviera en rocío,/ o si el Eterno no hubiese fijado/ su ley contra la autodestrucción!]

y las imágenes de corrupción que van a ser dominantes en la pieza

... es un jardín encizañado/ que se echa a perder, cosas groseras y / malolientes que lo dominan

 

Este primer soliloquio nos muestra además cómo el alma de Hamlet ha sido sacudida por la boda de su madre con su tío antes de conocer el asesinato de su padre.  No hay duda de que la repugnancia hacia la sexualidad y el ataque contra las mujeres que caracterizan el discurso de Hamlet tienen sus raíces en la apresurada segunda boda de su madre, en una época en que, siguiendo a la Biblia, el matrimonio entre una mujer y el hermano de su marido era considerado incestuoso.  Y si bien Hamlet será responsable en el curso de la pieza de la muerte de cinco hombres (dos de ellos, Polonius y Laertes, sin intención por parte del príncipe; los tres restantes, Rosencrantz, Guildernstern y Claudius, intencionadamente), los ataques verbales más violentos están dirigidos contra Ophelia y Gertrude.  En la primera escena del tercer acto la crueldad de Hamlet con Ophelia se traduce en el rechazo de sus anteriores propuestas de amor y en la repetida exhortación «Get thee to a nunnery» [«Vete a un convento»]. Pero es en la confrontación con su madre (III, IV) donde la raíz sexual del malestar de Hamlet se hace más patente; no es extraño que en algunas representaciones de esta escena se ponga el énfasis en el complejo de Edipo del príncipe.  Aquí, como en otras ocasiones, es la boda de su madre con Claudius, y no el asesinato de su padre, la que provoca en Hamlet un lenguaje violento en el que predominan imágenes de corrupción y enfermedad.  Es también significativo que ambas escenas con las dos mujeres concluyan con una exhortación a la castidad: en el caso de Ophelia, con el consejo ya citado de que se marche a un convento y evite así ser la madre de pecadores, y en el caso de Gertrude, con el deseo de que la reina no comparta esa noche el lecho de Claudius.

Es un dato conocido el que en ninguna otra tragedia de Shakespeare existe una identificación tan completa con el protagonista como en Hamlet.  Ello se refleja en el número de los soliloquios asignados al príncipe y en el modo en que el lenguaje y meditaciones de Hamlet impregnan toda la obra.  Para John Gielgud, intérprete en 1934 de un famoso Hamlet, y que dirigió a Richard Burton en el mismo papel en 1964, Hamlet es un hombre «incapaz de reconciliar su conciencia con su percepción del mundo, pero que logrará efectuar esa reconciliación al final de la obra».  La percepción del mundo de Hamlet ha experimentado una sacudida radical tras el segundo matrimonio de su madre y se alterará todavía más a partir de las revelaciones del fantasma de su padre. De ahí que en los soliloquios el príncipe de Dinamarca no sólo especule sobre las peculiaridades de su posición personal, sino que plantee cuestiones básicas de la existencia humana.  Hemos visto cómo en el primer soliloquio (I, ii) aparecía la repulsión que le había originado la boda de su madre, y el sentimiento de que la vida había perdido su valor y sólo quedaba el hastío.  Al hablar del brevísimo espacio de tiempo que había transcurrido entre la muerte del padre y la boda de la madre con Claudius, Hamlet comentaba:

[¡Por Dios, una bestia que carece de facultad racional/ habría esperado más

tiempo!]

Si Hamlet compara desfavorablemente a Gertrude con una bestia, el fantasma de su padre llama a Claudius «bestia adúltera».  La oposición entre la bestia y la criatura racional que es (o debería ser) el hombre surge también en el soliloquio de Hamlet en IV, IV:

[... ¿Qué sería el hombre/ si el principal bien y beneficio de su vida/ fuese sólo el comer y el dormir?  Una bestia, nada más./ Ciertamente, quien nos dotó de entendimiento/ capaz de recordar el pasado y de pensar en el futuro,/ no nos dio esa facultad y la divina razón/ para que se enmoheciera por falta de uso.]

 

La meditación profunda que Hamlet contiene sobre la naturaleza del hombre y de la vida humana incorpora también la cuestión de la percepción de la realidad.

 

El contraste entre lo aparente y lo real está presente desde el principio: el fantasma parece ser el difunto rey de Dinamarca, pero podría ser igualmente un enviado del infierno; Gertrude parecía ser virtuosa, y Claudius tiene todas las apariencias de ser un monarca efectivo.  Como es frecuente en Shakespeare , las alusiones a los afeites de las mujeres actúan de imágenes de falsedad.  Claudius da las primeras señales de remordimiento por el fratricidio que ha cometido en los siguientes términos:

 [No es más horrible la mejilla de la ramera/ bajo los afeites que la cubren,/ que mi acto bajo mis palabras acicaladas.]

 

Ambas meditaciones sobre el significado de la vida humana y sobre el contraste entre apariencia y realidad convergen en la escena del cementerio en el quinto acto.  A la vista de los restos que los sepultureros manejan con tanto desenfado, Hamlet, con la calavera de Yorick en las manos, asocia de nuevo la mutabilidad de todo lo humano con las mujeres: [«Vete al aposento de mi dama y dile que aunque se cubra con una pulgada de espesor de afeites, también se verá así»] La hondura filosófica de Hamlet y el uso repetido de la frase memorable, que hace de ella una de las obras más citadas en la literatura inglesa posterior, no pueden hacer olvidar su condición de pieza teatral dentro de la tradición del drama de venganza isabelino.  En su aspecto superficial, Hamlet es la historia de la venganza del príncipe de Dinamarca por el asesinato de su padre, y la trama incluye momentos de gran teatralidad, como la escena del acto tercero en la que Hamlet hace que la compañía de actores repita en su actuación ante la corte el asesinato que había cometido Claudius.  Tradicionalmente, la crítica ha centrado el problema de Hamlet, en tanto que drama, en las posibles razones por las que el príncipe retrasa su acción vengadora.  Cierto que el espectador no suele ser consciente de ese retraso mientras asiste a la representación de la obra, y por otro lado está la respuesta obvia de que si Hamlet ejecutara su venganza inmediatamente después de recibir el mensaje del fantasma de su padre, la pieza no existiría.  Pero hay otras razones que justifican la dilación del príncipe.  Hasta la escena primera del acto tercero (el aparte de Claudius, en las líneas 50-54) no existe ningún indicio de que Claudius sea realmente culpable del crimen del que le ha acusado el fantasma.  En el soliloquio al final del acto tercero, Hamlet se pregunta si el espíritu que le ha anunciado el crimen de Claudius no es quizás un ser diabólico, y existía toda una tradición que atribuía procedencia infernal a este tipo de apariciones.  Es evidente por lo tanto que Hamlet posee motivos fundados (aparte de la conveniencia dramática) para retrasar su acción, pero no es menos cierto que el dramaturgo nos ofrece a modo de contraste el ejemplo de otros dos jóvenes que actúan de manera muy distinta.  Laertes, hijo también de un padre asesinado, reacciona de forma fulminante, y la campaña del joven Fortinbras contra los polacos provoca en Hamlet la acusación más explícita contra la propia  pasividad. La incapacidad de Hamlet para la acción violenta y decisiva puede estar ligada a su temperamento reflexivo (Hamlet como el arquetipo del intelectual), o ser el resultado pasajero de la conmoción moral a la que el príncipe se ha visto sometido (Hamlet como víctima del complejo de Edipo).  Lo que es innegable es que, en Hamlet, Shakespeare creó un héroe trágico lleno de complejidad y atractivo, y merecedor del epitafio de Horatio:

Now cracks a noble heart.  Good night, sweel prince,

Andflights of angels sing thee to thy rest. (V, ii, 364-365)

[Aquí se rompe un noble corazón.  Buenas noches, dulce príncipe,/ y que coros de ángeles te acompañen al descanso.]

 

Otelo (1604), basado en una "novella" ita­liana (de Cinthio), es la tragedia de los celos. El protagonista, hombre de natural violento, se ve arrastrado por las sospechas que hace nacer en él Yago. Piedad suscitan tanto Desdémona, la vícti­ma inocente, como el ofuscado Otelo. Pero, sin duda, la máxima creación de la obra es Yago: resentido, de una habilidad diabólica para mani­pular a los demás personajes; él es el verdadero motor de la tragedia.

El rey Lear (1604‑1605), basado en una le­yenda céltica, es el drama de la ingratitud filial. Lear, vilipendiado y abandonado por sus dos he­rederas, se ve arrastrado a la desesperación, la locura y la muerte, sin que pueda impedirlo el tierno amor de su tercera hija, a la que él había desheredado. Pero en su compleja trama, aquel tema inicial se ensancha en los más intensos en­frentamientos entre fidelidad y deslealtad, amor y odio, pureza y degradación; en suma, un enfren­tamiento entre el Bien y el Mal en que este alcanza toda su fuerza destructora (y autodestructora). La intensidad de la tragedia, que raya con lo insoste­nible, supone la más alta cima, sin duda, del techo shakespeariano.

ANÁLISIS DE ROMEO Y JULIETA

 

Orígenes del argumento

 

El teatro isabelino tomaba frecuentemente de las novelle italianas ‑herederas del Decamerón de Boccaccio‑ los argumentos para sus escenarios. Shakespeare mostró una especial predilección por esos temas melodramáticos de raíz popular. La originalidad de las historias ‑para nosotros tan importante‑ no fue una exigencia hasta dos siglos más tarde, cuando el romanticismo puso el énfasis en mostrar la particularidad de cada «genio», de cada personaje, historia o situación. Aunque Shakespeare creó grandes individualidades, su visión era la del humanismo, que piensa que todos participamos de un mismo poso común y que, por tanto, no existe una originalidad radical.

Por infinidad de préstamos textuales detectados sabemos que, al escribir Romeo y Julieta hacia 1595, Shakespeare tenía a mano y seguía bastante fielmente el poema narrativo de 3.020 versos Romeo and Juliet, de Arthur Brooke, que fue publicado en Londres en 1562 y que, debido a su popularidad, fue reeditado en 1582 y 1587. No era, pues, una historia nueva en Inglaterra; Brooke mismo cuenta haberla visto escenificada, aunque bien pudiera haber sido en italiano, en francés o incluso en latín.

Durante el Renacimiento, en 1476, Masuccio Salernitano publicó en Nápoles sus Cinquante Novelle. Una de ellas, situada en Siena, cuenta la historia (que él pretende que es contemporánea) de Mariotto, quien soborna a un fraile para poder casarse secretamente con Giannozza. Poco después de la boda se ve envuelto en una reyerta y mata a un ciudadano importante, por lo cual es desterrado a Alejandría. Para reunirse con él, Giannozza soborna al mismo fraile, que le da una poción que la hará parecer muerta; después de enterrada, Mariotto vendrá a sacarla de la tumba y embarcarla hacia Alejandría. Pero el mensajero que había de advertir del plan a Mariotto cae en manos de unos piratas, mientras él recibe nuevas de que Giannozza ha muerto. Vuelve a Siena disfrazado de peregrino, pero es apresado mientras abre la tumba, y decapitado. Giannozza vuelve a Siena y muere de dolor en un convento.

Más cerca de nuestra obra, Luigi da Porto publica en Venecia, en 1530, su Historia novellamente ritrovata di dui nobili amanti, situándola, como si se tratase de hechos reales ocurridos unos siglos atrás, en Verona, durante el gobierno de Bartolomeo della Scala. Los veroneses pronto la hicieron suya y hasta hoy en día pueden visitarse allí el balcón y la tumba de los «hechos». Da Porto introduce muchos detalles que habían de permanecer: la ciudad -Verona -,los nombres de los amantes ‑Romeo y Giuletta‑, las familias ‑Montecchi y Cappelletti‑, Fray Lorenzo, Marcuccio, Theobaldo y el pretendiente Conte di Lodrone (el futuro Paris, en la versión de Bandello de 1554).

En la novella de da Porto, Romeo, disfrazado de ninfa, acude al baile de carnaval de sus enemigos en busca de una muchacha de quien está enamorado. Al verlo, Giuletta se enamora de él. Bailan y, después de un cambio de parejas, Giuletta se encuentra cogiendo con una mano la calurosa de Romeo y con la otra la fría de Marcuccio. A partir de aquel día Romeo la visitará a menudo en el balcón y, una noche, le ruega que lo deje entrar. Ella no se lo permite, pero añade que cuando estén casados le seguirá a todas partes. Con la intención de reconciliar a las dos familias, el fraile los casa secretamente. Pero se produce una nueva pelea y, en un momento de peligro para los suyos, Romeo mata a un Cappelletti. Es desterrado a Mantua, y las consiguientes muestras de dolor de Giuletta, que tiene 18 años, son interpretadas por sus padres como deseos de casarse. Para evitar este matrimonio el fraile le da una adormidera, que la hace parecer muerta. Cuando oye las falsas nuevas, Romeo toma un veneno y llega a tiempo para despedirse de Giuletta en la tumba. Ella se niega a seguir al fraile a un convento y muere ahogándose a sí misma junto a su esposo.

Pocos años más tarde, en 1554, otro autor de literatura popular, Matteo Bandello, incluye entre sus Novelle otra versión del tema («Romeo e Giulietta») con nuevos detalles: la melancolía inicial de Romeo; los personajes de la nodriza y de un amigo de Romeo; el nombre de Paris para el noble pretendiente. Los amantes deciden casarse desde la primera conversación en el balcón. Cuando Romeo es desterrado, Giulietta quiere seguirle disfrazada de paje, pero aquél no se lo permite; la peste impide la llegada del mensajero del fraile; Romeo vuelve disfrazado de extranjero y espanta a Giulietta, que, recién despierta, cree que el fraile la ha engañado; Romeo muere y aconseja a Giulietta seguir viviendo.

Este es el texto que, con nuevas variaciones, Arthur Brooke traduce al inglés en 1562, y que servirá a Shakespeare como base de su obra. Entre otras cosas, Brooke introduce  el poder voluble y trágico de la diosa Fortuna. Pero aunque en la advertencia preliminar al lector Brooke pretenda que su historia tiene una intención disuasiva y moralizante, lo cierto es que resulta atractiva, y Shakespeare tomará de ella muchos detalles concretos: descripciones de lugares y ambientes, los gestos y reacciones de muchos personajes. Básicamente, el dramaturgo concentra la acción (de unos nueve meses, en Brooke, a cuatro o cinco días) y la diseña según formas más complejas, para que su impacto sea mayor: simetrías, paralelismos, contrastes, ironía, pasión. Shakespeare, a diferencia de Brooke, introduce a todos los personajes importantes desde el principio, y así puede desarrollar los contrastes entre ellos: Benvolio frente a Teobaldo, el melancólico Romeo frente al cínico Mercucio (que en Brooke apenas aparece) y, cuando éste muere, frente a las formalidades y el convencionalismo de Paris (que, aunque había sido el primero en pretender a Julieta, tiene que ceder ante el amor de verdad). De la misma manera, la verborrea del ama ‑ya en Brooke‑ contrasta con la parquedad de palabras inicial de Julieta, o el prosaísmo vulgar de aquélla con la inocencia de ésta.

Los cambios introducidos por Shakespeare, en suma, aunque no muy numerosos son, sin duda, muy significativos. Él añade, por ejemplo, casi todas las escenas que tienen lugar en la calle, dando así a la historia privada el contrapeso de una dimensión pública.


Estructura


Como en el resto de obras shakesperianas, la división en escenas y actos no se introdujo hasta finales del siglo XVII. Con ello se pretendía que adquiriesen una apariencia más digna, más parecida a los clásicos griegos y latinos. Pero la estructura que realmente vertebra Romeo y Julieta no es, obviamente, una simple división mecánica, sino la organización interna que existe entre sus partes.

Podríamos decir que la obra avanza como sobre un eje, desde la distancia que al principio separa a los protagonistas (que ni se conocen, ni tienen, aparentemente, posibilidades de hacerlo), pasando por su súbito encuentro, enamoramiento y boda, hasta la también muy rápida separación definitiva y su reencuentro en la muerte. Este desarrollo lineal, que funciona a base de alternancias contrastadas, casi regulares, entre lugares y temas, parece pautado «desde fuera» por las tres apariciones del Príncipe. Ellas proveen de un marco público, «objetivo», a la historia íntima de la pasión amorosa de los protagonistas.

Pero también esta historia «personal» está construida esquemáticamente; los amantes tienen cinco únicos encuentros, dispuestos de forma simétrica: en la fiesta de los Capuleto, en el balcón de Julieta, en la celda del fraile, de nuevo en el balcón (pero ahora en sentido contrario, alejándose), y en la tumba, con simetría explícita del símbolo de la luz: las luces de la fiesta (antorchas, fuego, luz) tienen su paralelismo en el aura que irradia ahora Julieta («su belleza / llena esta bóveda de luz festiva», dirá Romeo).

Por último, a una primera parte cómica, feliz, corresponde, como en un espejo, una segunda parte trágica. La división entre ambas es tan marcada que Romeo y Julieta ha sido vista a menudo como estructuralmente débil, «con dos mitades que no encajan»I, con la dificultad que esto supone para poner en escena una representación coherente.

 

Contrastes

 

Dentro de la linealidad y la simetría apuntadas, muchos aspectos son definidos por medio de contrastes. No sólo la historia de amor está enmarcada en un contexto de odio, y el amor «verdadero» es contrastado con diversas clases de amores «falsos» (obsceno, artificioso o convencional), sino que todo el planteamiento gira en torno a dualidades enfrentadas: pasión frente a razón (representada por el fraile); jóvenes frente a mayores (incluso la madre de Julieta, que, aunque se declara joven, se comporta como una mujer mayor); idealismo, poesía y entrega frente a un grosero materialismo; la intimidad de la noche frente a la violencia pública del día. Este planteamiento de la obra por medio de contrastes proviene, en la tradición teatral inglesa, de unas obritas religiosas medievales, las «moralidades», en las que se enfrentaban vicios y virtudes, malos y buenos, ángeles y demonios.

Pero en Romeo y Julieta la lección es más ambigua que en el teatro medieval. El amor que propone como modélico contiene una buena dosis de síntesis entre opuestos: tiene mucho de petrarquizante, pero ensalza el matrimonio; idealiza a la persona amada, pero no olvida la relación sexual; es breve, pero sobrevivirá eternamente. El hecho mismo de que sea necesario el sacrificio de los dos jóvenes para alcanzar la paz en una sociedad cruel no ofrece precisamente una lección clara y convincente.

 

Los personajes

 

La mayoría de personajes de la obra ‑que, como sabemos, Shakespeare toma del poema de Arthur Brooke‑ son figuras convencionales, estereotipadas, propias de las comedias italianas de intriga amorosa: los padres severos, la nodriza parlanchina, los jóvenes y románticos enamorados... Shakespeare, sin embargo, consigue transformarlos en personajes memorables mediante sus versos precisos y densos, retóricos o líricos.

A grandes rasgos, podemos dividir a estos personajes en tres grupos: el de los jóvenes, que se enamoran, bromean o se pelean por las calles de Verona; el de sus padres, representantes de la alta burguesía, y otros adultos de particular relieve como fray Lorenzo y la nodriza; y, por último, el de la gente llana, representada aquí por un buen número de criados y otros personajes secundarios.

Entre el grupo de los jóvenes, sólo Mercucio es creación casi exclusiva de Shakespeare. En el poema de Brooke era poco más que un nombre; nuestro autor ‑que parece asociar este nombre al del mercurio‑ hace de él un personaje extraordinariamente ágil y atractivo que cumple, además, dos funciones importantes: contraponer ‑con su lenguaje crudo, ingenioso y divertido‑ el amor sexual al amor idealizado de los protagonistas, y dar motivo, con su muerte accidental, para que Romeo mate a Teobaldo y abra paso con ello a la tragedia. Su compañero Benvolio (el `bien intencionado'), al contrario que él, va perdiendo progresivamente su protagonismo inicial como amigo íntimo de Romeo, hasta que, oscurecido por la viva personalidad de Mercucio, acaba por convertirse en un simple testigo.

Teobaldo y el conde Paris representan dos tipos opuestos de jóvenes de posición elevada: mientras que el primero no hace sino mostrar su carácter agresivo, basado en un mal entendido sentido del honor, el segundo representa un espíritu convencional, pero de gran nobleza, que siente un afecto genuino por Julieta ‑muy distinto, ciertamente, al amor apasionado de Romeo‑ que le hace merecedor de morir defendiéndola y yacer junto a ella. Ambos habían sido, para Brooke, meros instrumentos de la acción: Teobaldo aparecía sólo en el momento de su muerte; Paris, sólo para fijar su boda. Shakespeare, en cambio, los introduce desde el principio y los incorpora plenamente a la trama dramática.

Los dos protagonistas constituyen la primera tentativa, en la obra shakespeariana, por presentar la evolución de unos personajes: vemos el cambio del Romeo melancólicamente enamorado de Rosalina al «romero» feliz que encuentra en Julieta el fin de su peregrinaje. Aunque conserve algunos rasgos del antiguo petrarquismo y sufra recaídas (como su patético comportamiento en la celda del fraile en la escena III del acto III), reaparece, después de su ausencia en el acto IV, capaz de enfrentarse decididamente a su destino sin falsa retórica ni autocompasión. También Julieta sufre un cambio entre su primera aparición como niña silenciosa y sumisa, y su primer encuentro con Romeo: en ella, sin embargo, su firme decisión revela desde el principio una gran estabilidad y madurez (con una sola excepción: su momento de tribulación al conocer la muerte de su primo). Por otra parte, Julieta aparece siempre muy integrada en un espacio y un ambiente familiares, mientras que a Romeo lo vemos más a menudo por las calles, acompañado de sus amigos. Los dos encarnan, sin embargo, una misma clase de amor: espontáneo, apasionado, físico y espiritual a la vez, sin fisuras.

De entre el grupo de los adultos destaca por su vivacidad y calor humano ‑como entre los compañeros de Romeo destacaba Mercucio‑ la figura de la nodriza. Ya en Brooke era un personaje más atractivo que los demás. Lo que en Mercucio es ingenio y provocación deliberada parece, en ella, ser fruto de una naturaleza a la vez instintiva y calculadora, afectuosa y obscena. Su lenguaje coloquial está plagado de digresiones y de detalles realistas, de bromas obscenas y de reminiscencias del pasado. Si finalmente es condenada por Julieta a causa de su pragmatismo intolerablemente cínico, la acusación no recae sólo sobre ella, sino sobre el mundo burgués y patriarcal.

Compañero de la nodriza por su participación en la trama secreta, pero opuesto a ella por su carácter, es fray Lorenzo: todo en él es sentencioso y moralizante, aunque muestra una actitud ambigua en que se mezclan a partes iguales sensatez y decisiones arriesgadísimas y cuestionables. También él, al final, abandonará irresponsablemente a Julieta, no sabemos si por necesidad del argumento o porque el autor quiere expresar así su juicio condenatorio del proceder del personaje.

Los demás personajes son sobre todo figuras emblemáticas. Incluso Capuleto, que parece responder de manera auténtica a los cambios de la acción, refleja, tanto en su actitud afectuosa inicial como en su posterior reacción cruel y airada, la figura tópica del pater familias. La nula personalidad de su esposa forma parte, igualmente, de este retrato negativo. El príncipe Escala, en cambio, descuella por su superioridad respecto a sus súbditos, por su autoridad y ecuanimidad, así como por su compasión. Con este personaje, Shakespeare parece rendir un pequeño homenaje a la autoridad respetada de la reina Isabel I.

Los criados, los músicos, el boticario, el capitán de la guardia, etc., representan, como ya hemos dicho, a diferentes tipos del pueblo llano; con su visión materialista, ofrecen un contrapunto al apasionado idealismo de los protagonistas.

 

Amor y matrimonio

 

El amor es, obviamente, el tema central de Romeo y Julieta. Pero, al contrario de lo que era frecuente en épocas anteriores, ese amor auténtico y pasional se canaliza a través del matrimonio. Dicha actitud se corresponde con el nuevo valor que el movimiento protestante otorga a la institución matrimonial. Durante siglos, amor y matrimonio habían seguido caminos distintos, si no divergentes. La idealización amorosa, muy próxima al sentimiento religioso, había sido introducida en Europa por el Islam hacia el siglo x. Esta innovación constituyó una auténtica revolución mental y de las costumbres. Pero si en Italia Dante y Petrarca conciben también el amor como una religión, en que la vertiente íntima y espiritual, la autenticidad, tienen un valor decisivo, en el resto de Europa la poesía trovadoresca y los libros de caballerías ofrecen una visión del amor como una pasión no correspondida y, por tanto, casi inevitablemente trágica.

Por otra parte, los cambios sociales producidos en el Renacimiento ponen en peligro el orden familiar tradicional. Los humanistas, por ello, ven la necesidad de reforzar los vínculos entre los esposos proponiendo un nuevo modelo de amor matrimonial. Y éste es el camino que sigue Shakespeare en su obra: nos presenta un amor perfecto e idealizado que, por su frescura, generosidad y felicidad, será capaz de vencer todos los obstáculos, incluida la muerte. Pero a ese amor eterno Shakespeare le añade la pasión propia del antiguo amor de las novelas caballerescas, que, en el momento en que escribe, era ya visto como una fantasía irreal del pasado. De aquí que la intensidad de la obra sorprenda y conmueva, y resulte finalmente abocada a la tragedia.

 

El amor contra el odio

 

El amor de Romeo y Julieta está enmarcado en un ambiente hostil, y éste resulta un factor determinante de ese amor y de la propia acción de la obra. La imposibilidad de ser correspondido que caracterizaba al amor cortés se ha sustituido aquí por la grave dificultad que entraña la relación entre dos amantes que pertenecen a familias enfrentadas secularmente por un odio irracional. Este odio invencible aparece en la obra, desde la primera línea, a cada vuelta de la esquina, y constituye una amenaza permanente y el marco necesario para esta trágica historia de amor y muerte. Hay que añadir, por otra parte, que la vinculación entre amor y odio y, sobre todo, la violencia, son rasgos recurrentes del teatro shakespeareano.

La obra, de ese modo, está construida sobre una serie de contrastes que, aunque dispuestos casi simétricamente, no encuentran un punto de equilibrio: en su entorno social imperan el odio, la agresividad, la violencia, el bullicio, la energía desbordante, la fiesta, los infinitos detalles de la realidad cotidiana; alejados de todo ello, los amantes crean su propio mundo idealizado, sublime, como si estuviera fuera del espacio y del tiempo. Mientras que el mundo exterior podría ser escenario de una comedia de intriga, para los amantes es un lugar opresivo y amenazador que los aboca, en su huida hacia adelante, a la muerte. Su único consuelo serán ellos mismos, compartir su amor y su decisión de entrega mutua.

Estos dos mundos se oponen radicalmente, y ello se refleja, de modo especial, en su manera distinta de concebir las relaciones amorosas. Tanto Mercucio como la nodriza tienen una visión materialista, casi exclusivamente sexual, de lo que es el amor. Aunque generosos en su afecto por los protagonistas, en su mentalidad no cabe la nueva experiencia vivida por éstos. Otro tanto cabe decir de las bromas obscenas de los criados, en que el amor queda reducido a un mero intercambio sexual. Y, por lo que se refiere a los padres de Julieta, el amor y el matrimonio representan tan sólo un medio de ascender en la escala social, obviando el parecer de la muchacha; el caprichoso avance de un día de la boda de conveniencias será precisamente la causa de la catástrofe. A fray Lorenzo, por su parte, el matrimonio le parece un instrumento idóneo para la reconciliación entre las familias enemistadas: propósito noble, sin duda, pero que desvirtúa por completo la única finalidad que ‑al menos para los protagonistas‑ tiene la institución matrimonial: el vínculo amoroso y afectivo.

 

Destino, azar y responsabilidad

 

La crítica no ha conseguido explicar satisfactoriamente las razones del enorme atractivo que Romeo y Julieta ha ejercido sobre toda clase de públicos durante cuatro siglos. Unos lo atribuyen a lo que consideran el enfrentamiento heroico entre un amor humano puro y un destino sobrehumano ciego y cruel. Ese trágico destino, que en el prólogo está simbolizado por los astros, se materializa en el encadenamiento de unos hechos fortuitos que parecen conjurarse contra los protagonistas: las muertes de Mercucio y Teobaldo, el destierro, el inoportuno avance de la boda de Paris, la peste que impide que la carta de fray Lorenzo llegue a manos de Romeo, la precipitación de éste... El azar no parece dejar a los protagonistas otra salida que la muerte antes que traicionar su amor.

Una lectura opuesta ve en los astros, los sueños y las premoniciones sólo una vaga excusa para encubrir la responsabilidad de los propios protagonistas sobre sus vidas. Su falta de reflexión y su precipitación en todo serían muestras inequívocas de inmadurez que la tragedia se encarga de castigar.

La mera existencia de dos interpretaciones tan antagónicas ya debería ser suficiente para hacernos pensar que ninguna de las dos esclarece, por sí sola, el sentido último de la obra. De hecho, su capacidad de fascinación consiste precisamente en ofrecer diferentes perspectivas sin comprometerse totalmente con ninguna. De esta manera, el espectador tiene presente la multiplicidad de fuerzas que presionan a los amantes y su imposibilidad de enfrentarse a todas ellas con la sola guía de su corazón.

 

Una carrera contra el tiempo

 

En el poema de Brooke la acción sucede en nueve meses; Shakespeare la concentra en cuatro días. La reducción espacial y temporal es habitual en el género dramático pero, en este caso, se convierte también en un elemento clave de la acción. Romeo y Julieta se enamoran y se comprometen en matrimonio la misma noche en que se conocen; al día siguiente se casan. La precipitación empuja a los amantes de forma irremisible, como un instrumento del destino. Frente a él, los consejos prudentes del fraile resultan inútiles. La prisa conduce a los protagonistas hacia su gran error final, donde todo se pierde por unos pocos segundos. También Capuleto, recuérdese, se apresura a concertar e incluso a anticipar arbitrariamente una boda impuesta.

La brevedad de la acción se ve reforzada por el contraste con las largas perspectivas de la vida en Verona, donde los hechos parecen proceder de largo tiempo atrás: la enemistad entre las familias, la tradicional fiesta de los Capuleto o los recuerdos del pasado de Capuleto y de la nodriza. Por otra parte, varios acontecimientos importantes de la obra (la visita de Romeo al fraile, las dos despedidas de los amantes, los descubrimientos de los cadáveres en el panteón...) suceden al amanecer, como si nada pudiera esperar la plenitud del día. Y lo mismo cabe decir de la repetición, en tan corto período de tiempo, de algunos hechos que requieren un lapso temporal más prolongado: Romeo se enamora dos veces, se producen dos peleas en la calle, se organizan dos preparativos de fiesta, Julieta `muere' dos veces... La aceleración de los acontecimientos resulta abrumadora.

 

La ironía trágica

 

A este tratamiento del tiempo hemos de añadir la extraña lógica que hace que muchas decisiones produzcan, casi sistemáticamente, efectos distintos a los esperados: la invitación a la fiesta de los Capuleto llega a Romeo, a quien no debería llegarle, mientras que la misiva del fraile a Mantua no le llega; Romeo acude a la fiesta para ver a Rosalina y encuentra a Julieta; tras comprometerse con ésta, sus amigos se burlan de su amor por aquélla... Parece haber una desconexión constante entre lo que sucede realmente y la manera como lo viven sus actores. Las buenas intenciones del fraile y el afán pacificador de Romeo desembocan en tragedia; los suicidios, en cambio, consiguen la reconciliación.

Esta lógica contradictoria hace que el público contemple los hechos y las palabras desde un distanciamiento irónico: los personajes creen que van a conseguir algo, pero los espectadores son conscientes de que va ocurrir lo contrario. La obra, de hecho, está plagada de frases con un sentido que los personajes pretenden metafórico... pero que el espectador presiente que es real. La proliferación de estas premoniciones, que convierten a Romeo y Julieta en una crónica de unas muertes anunciadas, demuestra que la intención del autor era poner de manifiesto la ironía trágica que se encerraba en tales alusiones. Así, por ejemplo, Romeo decide asistir a la fiesta para poder ver a Rosalina y, antes de entrar, pronuncia unas palabras agoreras, que enlazan con las del prólogo:

... presiento que de los astros penden consecuencias que me traerán su terrible destino con esta fiesta de hoy, y pondrán fin a mi indeseada y miserable vida con una muerte inoportuna.

[1.IV.106‑110]

Sus amigos, naturalmente, no le hacen el menor caso y atribuyen sus palabras al estado de languidez y afectación que le embarga, y que se corresponde con su pose de amante cortés; poco antes, de hecho, Romeo ya había confesado a Benvolio que Rosalina «ha jurado no amar, y eso me tiene / muerto en vida. Tan sólo vivo para / poder contártelo» (1.1.223‑225). Pura retórica, pues. Un caso distinto es, sin embargo, la reacción de Julieta al interrogarse por el estado civil de Romeo, a quien acaba de conocer en la fiesta: «Si es casado, / mi tálamo será también mi tumba» (I.V.135‑136), una expresión evidentemente hiperbólica pero que el espectador interpreta como una acertada y trágica premonición. De igual manera, las expresiones de Romeo antes de la boda:

Por más males que vengan jamás extinguirán esta alegría de poder contemplarla un breve instante. Tú une nuestras manos con tus rezos y que la muerte lo devore todo; me basta con poder llamarla mía.

[II.VI]

son interpretadas por el público como más trágicamente verdaderas de lo que el propio Romeo es capaz de imaginar; sin ser consciente de ello, con la frase “un breve instante» está irónicamente describiendo su destino.

En muchos otros casos la referencia es menos directa pero, probablemente, no menos intencionada: «Tus dos ojos encierran más peligro /que veinte de sus dagas» (II,II le dice Romeo a Julieta, y resultará ser bien cierto. Pero, entre tan abultado número de ironías trágicas, merece la pena seguir el hilo a las que continúan la vinculación entre «tálamo» y «tumba» que Julieta establece y que ella misma sigue desarrollando; en efecto, al saber que Romeo ha sido exiliado, Julieta exhorta a la muerte a que «me tome en el lecho» , imagen que vuelve a reiterar cuando se le impone la boda con Paris: «haced mi cama / en el negro sepulcro de Teobaldo» . Con la fingida muerte de la heroína, su padre retoma el hilo de esas imágenes, y le dirá a Paris: «la noche anterior a tus nupcias / ha yacido la muerte con tu esposa, / una flor que la muerte ha desflorado» , razón por la cual Paris siente que la muerte le ha «engañado» y «suplantado» (IV.V). Todas esas imágenes confluirán en la escena final cuando Romeo, admirado por la belleza que la ‑supuesta‑ muerte no ha podido arrebatar a Julieta, exclama:

¿He de creer

que la fantasmal muerte te desea

y que ese flaco monstruo horrendo quiere

convertirte en su amante y prisionera?

Voy a quedarme aquí para evitarlo.

Shakespeare ha conducido sabiamente este entramado de premoniciones hacia un desenlace en que ‑más allá de mostrar que los protagonistas son víctimas de un trágico destino‑ aflora un tema capital de la obra: el amor que todo lo vence, incluso a la propia muerte.

 

El estilo

 

En rigor, no puede decirse que los padres ‑ni la sociedad veronesa en general‑ se opongan en la obra al amor de los protagonistas. En realidad, con excepción del fraile y la nodriza, ni siquiera conocen su existencia. Su manera de entender la vida, el autoritarismo, la importancia que otorgan a las convenciones y valores sociales ‑que encuentran un reflejo en el lenguaje que emplean-les impiden enterarse de lo que sucede. A través de las distintas maneras de expresarse, Shakespeare valora a los personajes y los temas. Romeo y Julieta es sobre todo el triunfo de una expresión sincera y sin afectaciones del amor, contra las expresiones amaneradas, obscenas o francamente cínicas.

La distinción más obvia de las formas de expresión de los personajes es, naturalmente, la prosa y el verso. Sólo los criados ‑y los jóvenes burgueses, cuando se gastan bromas‑ emplean la prosa; el verso es, por tanto, un signo de distinción social. Ahora bien: aunque se trate casi siempre de endecasílabos, no todos ellos tienen las mismas características. En esta obra, como en todo el teatro inglés de la época, domina el endecasílabo sin rima («versos blancos»), que tiene la doble ventaja de marcar un ritmo natural y fácilmente reconocible y, a la vez, de permitir- por la ausencia de la rima‑ una gran libertad en la expresión. Pero en Romeo y Julieta aparecen, además de los sonetos, toda una serie de versos rimados en pareados. El verso pareado era habitual en las escenas líricas, especialmente las de amor. En nuestra obra, sin embargo, los protagonistas nunca se hablan así. La naturalidad y espontaneidad de su lenguaje se expresa siempre en endecasílabos blancos. Los versos pareados se utilizan, precisamente, para subrayar el tono afectado y artificioso de quienes los usan. Fray Lorenzo habla en pareados; Romeo también expresa su amor por Rosalina así. Shakespeare marca la diferencia entre los sentimientos convencionales del petrarquismo de moda, y el nuevo amor. Para subrayarla hace un uso paródico de diversos recursos retóricos habituales en el estilo petrarquista popularizado en Inglaterra, como en toda Europa, en el siglo XVI. Veamos algunos de ellos.

La expresión del amor mediante paradojas era un modo de reflejar el tormento interior del amante desdeñado e indicaba un reconocimiento del carácter ilógico e irracional de este amor, imposible de expresar de otra manera. Ahora bien: el abuso que hace Romeo de los oxímoros raya en lo cómico:

¡Oh, pendenciero amor, odio amoroso, oh absoluto que nace de la nada! ¡Liviandad grave, vanidad sensata...

[1.1.176‑1781

Lo mismo podemos decir de las hipérboles. La expresión del sentimiento mediante imágenes tan exageradas que escapan a cualquier atisbo de realismo produce un efecto ridículo y desmitificador:

Muchos le han visto en las madrugadas aumentar el rocío con su llanto y las nubes con nubes de suspiros.

 

Si comparamos estos versos de Montesco con los que emplea Capuleto justo antes de su cruel explosión de cólera contra Julieta, habremos de deducir cuán grave es la crítica implícita contra esta retórica aparentemente inocua pero que en algún caso encubre tanta agresividad.

Curiosamente, aunque el lenguaje de los amantes está libre de estos artificios hueros, a Romeo le cuesta deshacerse de este tipo de retórica. En el jardín, Julieta ha de corregirle para que se deje de frases tópicas:

ROMEO. Señora, yo te juro por la luna que corona de plata estos frutales...

JULIETA. No jures, ay, por la inconstante luna.

ROMEO. Si el amor de mi corazón...

JULIETA. No insistas.

El aprendizaje resulta, más que cómico, satírico, pero es del to­do necesario.

Pese al rechazo de esa retórica vacía, es obvio que los amantes utilizan también un lenguaje muy lírico y metafórico. Sólo abandonan los clichés más gastados y las formas más amaneradas. La metáfora que predomina en sus parlamentos es la de la luz. En la primera ocasión que Romeo ve a Julieta exclama:

' «¡Oh, ella enseña a brillar a las antorchas!» ,

y, al descubrirla en el balcón poco después:

Pero, ¡oh! ;qué luz asoma a esa ventana? Viene de oriente, y Julieta es el sol.

 

Los amantes no necesitan más luz que la que ellos mismos irradian; pero su pasión y su prisa hacen que se convierta en una explosión o en un rayo destructores:

 Todo es tan brusco, repentino y súbito

como un rayo que brilla de repente

 sin dar tiempo a decir: «Relampaguea». (II,II)

Su pasión desmedida se refleja también en las imágenes de la inmensidad del mar o de la furia de la naturaleza salvaje que emplean los enamorados.

Otras imágenes se enraízan en la tradición literaria del amor cortés, en que la mujer es tratada como un dios. Es el caso cuando Romeo se presenta como un peregrino ante Julieta, a la que contempla como una imagen venerada. Esta religio amoris se refleja también en la situación que ocupa cada uno de los enamorados en la escena del jardín: ella, arriba, como un ser superior, y Romeo, abajo, como un suplicante. Pero el arquetipo central es, naturalmente, el del abrazo del amor y la muerte. En el inglés isabelino, el verbo to die significaba a la vez `morir' y `tener un orgasmo'. Desde el punto de vista escenográfico, la cama de Julieta servirá a la vez de lecho de bodas y de sepulcro. Su presencia en el escenario sin interrupción ‑sólo oculta a veces tras unas cortinas‑ desde el acto III hasta el final representa este vínculo fatídico anunciado repetidamente durante la obra.

Pero, junto a las imágenes y metáforas trascendentes para expresar el amor, en la obra abundan asimismo dos recursos retóricos humorísticos: los juegos de palabras fonológicos y conceptistas, habituales en las conversaciones de Romeo con sus amigos y también en las de los criados (incluida la nodriza). Hay casi doscientos juegos de palabras en Romeo y Julieta, la obra shakespeariana en que más proliferan. No hace falta decir que hacen referencia casi exclusiva a asuntos indecentes y, debido a ello, fueron a menudo censurados en las ediciones victorianas y escolares.

Los juegos conceptistas son otra muestra de ingenio, tanto por parte de los personajes como del autor, y hasta del mismo público, que se preciaba de captar las sutiles interferencias entre lógica y retórica:

¡Ay, que el Amor, con sus ojos vendados,

vea siempre el modo de hacer su capricho!

Nos consta que eran apreciados por el público isabelino porque la primera edición de esta obra llevaba por subtítulo, precisamente, «A conceited tragedy», es decir, `una tragedia conceptuosa'. Críticos y público posteriores han visto a menudo en estos juegos de ingenio un exceso de artificiosidad que estropeaba la frescura de la expresión de los sentimientos. Shakespeare, por el contrario, parecía muy interesado en la contraposición y la complementariedad de voces tan distintas.

 

 

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