T VII-
La novela europea en el siglo XVIII. Los herederos de Cervantes y de
la picaresca española en la literatura inglesa.
- Factores económicos, sociales y culturales en la creación de la novela Inglesa
- Los libros de memorias
Daniel
Defoe: Robinson
Crusoe
Jonhatan
Swift: Los
viajes de Gulliver
Factores
económicos, sociales y culturales en la creación de la novela
Inglesa
¿Qué ocurre en la cultura
inglesa que produce una explosión narrativa sin precedentes en que
la prosa fecunda y fructifica en una progresión nueva e inesperada?
Las condiciones históricas son bien conocidas. La primera
revolución burguesa se inicia en Europa cuando la marina inglesa
destruye a la Invencible porque permite a los ingleses hacerse los
dueños casi exclusivos de los mares; explorar y explotar el ancho
mundo; porque permite a los segundones y aventureros, a los menos
afortunados pero más audaces, lanzarse a la búsqueda y a la
colonización paulatina de los lugares remotos. Con el tiempo la
aventura marítima permite al país la acumulación de un capital
enorme, fruto del comercio con las materias y productos obtenidos en
los viajes. El colonialismo provoca asimismo el enriquecimiento de
personas de origen muy diverso en la escala social, y la aparición
de una clase nueva, la de los comerciantes, cada vez más rica y
poderosa. En una palabra, la expansión marítima provoca un cambio
profundo en la estructura social que se adelanta ya en el estallido
violento de la Guerra Civil de 1640, cuando Oliver Cromwell, coronel
del ejército de religión puritana, es decir, protestante de la
reforma protestante, decapita al rey Carlos I Estuardo, católico y
tradicionalista.
La
revolución social progresa vertiginosamente durante la segunda mitad
del siglo, y culmina en el año 1714 cuando el partido liberal llega
al poder -desde la Restauración se establece en Inglaterra un
sistema parlamentario-, con Robert Walpole a la cabeza, que
representa los intereses de la nueva clase burguesa. Esta nueva
clase, cada vez más aposentada en Inglaterra, con medios y tiempo
para leer, va poco a poco imponiendo sus intereses ideológicos y
culturales, que difieren profundamente de los de las clases
tradicionalmente acomodadas, es decir, de los de la aristocracia.
Los estudios clásicos dejan de ser objetivo primordial, no sólo
porque las nuevas clases carecen de la formación en dichas
disciplinas, sino también porque el panorama científico ha
cambiado. Son hechos bien sabidos: Locke, Berkeley y Hume, los
filósofos empiristas, definen una manera nueva de comprender la
realidad. El conocimiento se vincula ahora por vez primera
rigurosamente a los procesos inductivos en vez de a los deductivos, y
se cree alcanzar el saber únicamente a través de los sentidos
porque la persona es como una tabula
rasa sobre
la que se imprime la información que poseemos, que procede
exclusivamente de lo que suministran los sentidos. La «Royal
Society», la universidad científica fundada durante el siglo XVII,
y cuyo primer director es Isaac Newton, se lanza verazmente a
observar y a definir la realidad con métodos propios y nuevos. El
empirismo, el pragmatismo, afectan profundamente a la literatura. El
interés por la observación, por la apreciación de los detalles,
potencia la consideración y la descripción de lo particular, el
análisis de lo individual.
La revolución no es sólo ideológica, científica y cultural; es
además lingüística. En sus primeros años de existencia, la
«Royal Society» define la necesidad de un lenguaje preciso,
denotativo, sin fantasías ni metáforas, lo más parecido posible al
lenguaje de las matemáticas. Es el lenguaje que exigen la ciencia,
el comercio y los negocios, y será el de los géneros nuevos en
prosa, el del ensayo periodístico, de la autobiografía, de la
narrativa, y sobre todo el que potencia la novela.
Vemos,
así, que la
novela surge como expresión literaria del mundo burgués,
de una sociedad estable y próspera, cuyo nivel de lectura aumenta
con el incremento del tiempo libre dedicado al ocio. Lo que los
lectores piden entonces es un retrato realista, verosímil, del mundo
que les rodea, no un conjunto inconexo de relatos o episodios
fantásticos destinados al mero entretenimiento, sino un argumento
sólidamente trabado, con personajes y acciones creíbles, que les
enseñen más sobre la sociedad en la que viven. La expansión
económica y comercial pone a los hombres del campo en relación cada
vez más estrecha con los de las ciudades, el trasvase social que se
produce es cada vez mayor, y la conciencia del desarrollo social y
personal se acentúa en la clase media. El avance que, desde el
siglo XVII, se advierte en el pensamiento filosófico relativo a
estas cuestiones, con autores como Francis Bacon (1561-1626), Thomas
Hobbes (1588-1679) y especialmente John Locke (1632-1704), es un
factor añadido de gran relevancia aquí, pues sus teorías sobre la
naturaleza del hombre y la sociedad, y cuestiones anexas como la
educación, la convivencia, el entendimiento humano, etc. contribuyen
a facilitar la reflexión y propiciar la discusión sobre ellos.
Todos estos fenómenos exigen naturalmente una recreación artística,
para lo que la novela se demuestra especialmente dotada.
Otro
importante determinante en el nacimiento de la novela es el contexto
religioso: la revolución protestante y los rigores posteriores de
las sectas de los llamados dissenters,
puritanos,
metodistas y cuáqueros. La reforma aparta a los fieles de la
oración común y estimula la salvación personal que es fruto de la
introspección.
La religión protestante fomenta y normaliza el acceso a dimensiones
desconocidas de la individualidad, y suministra una retórica precisa
para establecer el diálogo con Dios a través de la propia
intimidad.
Esta tradición de análisis de la intimidad se convierte en una
práctica común a partir de la Reforma religiosa, y además de crear
un importante hábito de libre pensamiento y de libre interpretación
de las Escrituras, establece una retórica que incide, con la
secularización que es ya muy intensa desde principios del siglo
XVIII, directamente sobre las técnicas de creación de los
personajes literarios ficticios y autobiográficos, para cuya
creación sus autores cuentan con los recursos lingüísticos y
estilísticos necesarios con los que explorar los aspectos más
desconocidos de la identidad literaria. La novela inventa muy
pronto, y explora hasta la saciedad, nuevas dimensiones de la vida
personal que la literatura clásica había desconocido.
La expresión
de nuevos aspectos de la personalidad se debe vincular inmediatamente
a otro
fenómeno nuevo e insólito: el de la incorporación de la mujer a la
lectura,
el de su creciente aunque lenta alfabetización, el de su inevitable
aunque limitada educación. La critica contemporánea, en particular
la feminista, ha debatido ampliamente la estrecha relación entre la
aparición del género novelístico y la incorporación incipiente de
la mujer a la cultura. No es difícil explicar estos hechos. La
mujer, que no ha tenido nunca acceso a las universidades ni estudios
superiores, carece de la preparación necesaria para apreciar los
textos literarios clásicos más difíciles, en su mayoría poéticos.
Durante el siglo XVIII el
bienestar
económico creciente de las clases medias y la abundancia de servicio
doméstico en sus nuevas mansiones, permiten a la mujer mucho tiempo
libre. La nueva organización económica ha alejado por primera vez
en la historia el centro de producción económica de la casa, y los
hombres abandonan diariamente sus hogares para trabajar en centros de
producción: talleres, oficinas y fábricas. También las tareas más
duras de la producción doméstica, la elaboración del pan, del
jabón, la crianza de los animales y la confección textil, se
realizan fuera del hogar. Todas
estas circunstancias, unidas a la obsesión del siglo por la
educación y los logros de la razón, ponen a muchas mujeres en
situación de poder leer e incluso poco a poco también a escribir.
Las bibliotecas ambulantes, que se institucionalizan en Inglaterra
durante la segunda mitad del siglo XVII, convierten el acto de
lectura en la más personal y secreta de las actividades. La comedia
de la Restauración está llena de referencias a jovencitas que leen
a escondidas demasiadas novelas, sobre todo demasiadas novelas de
amor, y Swift en el primero de los viajes de Gulliver atribuye el
incendio del palacio de la reina de Liliput al descuido de una criada
absorta en la lectura de una novela. Charlotte Lennox publica en
1760 una novela titulada The
Female Quixote
(La mujer Quijote) en
la que la protagonista ha perdido la razón por los excesos de
lectura de romances o novelas de amor, y Maria Edgeworth escribe en
1790 un relato similar en Angelina,
en
que también la protagonista se convierte en una Quijota a la inglesa
gracias a los excesos de la lectura.
La
crítica Nancy Armstrong atribuye esta vinculación entre la novela
incipiente y la cultura femenina a razones claramente políticas e
ideológicas. La mujer, apartada legal y definitivamente de los
centros de producción y de poder, queda especializada en la práctica
imaginativa de una función única: la del amor, y su ámbito de
acción se limita al de la vida afectiva. La ley objetiva y
comprobable se encarga de determinar este destino a base de impedirle
textualmente a la mujer el acceso a cualquier otra dimensión de la
experiencia, ya sea económico o laboral. Pero la tesis de Armstrong
va más lejos y sugiere que el relato amoroso burgués, que se
inventa durante el siglo XVIII en Inglaterra ofrece unas pautas de
comportamiento posible para la mujer en un mundo cambiante.
La
novela inventa el nuevo mundo a la vez que la identidad moderna, y
relata sus contradicciones y ansiedades más ocultas. Por primera
vez un género se compromete con la originalidad temática, y el
relato se centra en el destino individual de personajes cualesquiera,
no príncipes o nobles.
Por vez primera los objetivos son la intensidad en la
caracterización, en lo individual e idiosincrásico, en la veracidad
del contexto sometido a procesos espaciales y temporales precisos,
observables. El tiempo se cuenta ahora por minutos y pierde su
condición general y abstracta. El espacio se localiza hasta sus
últimos detalles. Son los métodos del realismo formal en que la
ilusión de autenticidad es total, el lenguaje descubre un destino
eminentemente referencial y se concentra más en la enumeración
exhaustiva que en la expresión connotativa y polisémica.
Es
así como surgen
los primeros novelistas ingleses, que sirven a su sociedad de
portavoces de las preocupaciones dominantes. En estos pioneros
hallamos efectivamente el eco del interés por el dinero, por el
comercio, por la corrupción moral y social, por los sentimientos,
por los convencionalismos, por las modas, etc.,
todo ello siempre mediatizado por el individuo como factor
conformador de esas preocupaciones. Lo que pone en relación a
autores tan distintos como Daniel Defoe (1660-173l), Samuel
Richardson (1689-1761) y Henry Fielding, los tres primeros novelistas
sin duda, es precisamente el desarrollo individual, personal, de
determinados seres inmersos en el complejo tejido social
contemporáneo. Frente a ellos y sus obras, Los
viajes de Gulliver de Swift,
publicada por los mismos años (1726), es el producto -sin duda
genial y admirable- de otro género narrativo, que nada -o muy poco-
tiene que ver con la novela moderna.
LOS
LIBROS DE MEMORIAS
Daniel
Defoe: Robinson Crusoe
Será
en 1719 cuando Defoe dé a la imprenta la obra que lo consagraría
como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos: el
Robinson Crusoe, cuyo auténtico, original y completo título es “La
vida y las extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe,
marinero de York: el cual vivió 28 años completamente solo en una
isla deshabitada de la costa de América, cerca de la desembocadura
del gran río Orínoco; arrojado hasta la orilla por un naufragio,
donde todos los hombres perecieron, excepto él: con el relato de
cómo fue al final extrañamente liberado por los piratas. Escrito
por él mismo.” Tan largo título refleja bien tanto la necesidad
de legitimar un relato de ficción, dándole la apariencia de
verdadero, como del afán de informar que subyace en toda la
literatura ilustrada. El Robinson, cuyo éxito fue enorme, aparte de
un clásico de lo que podemos llamar “la novela de aventuras», es
un compendio perfecto de los temas de la literatura de la
Ilustración. Problemas como el destino del hombre, la religión, la
soledad humana, el mal, la educación, el papel del dinero y de la
riqueza, se dan cita en esta novela que con razón se ha llamado una
epopeya de la laboriosidad burguesa y no es de extrañar que todavía
hoy sea un libro que se reedita una y otra vez.
ARGUMENTO
y ESTRUCTURA DEL ROBINSON
La
novela está contada en primera persona por el héroe y protagonista
de la novela. Robinson es el hijo de un próspero comerciante a quien
su padre recomienda encarecidamente que no se meta en aventuras y que
se establezca como comerciante a fin de poder llevar una vida sin
agobios ni penalidades. El joven, sin embargo, desobedece a sus
padres y, llevado por su deseo de ser marino y conocer el mundo, se
embarca hacia Londres en el barco del padre de un amigo. Durante la
travesía el barco sufre las consecuencias de una tormenta y un
fuerte temporal que hacen que se arrepienta de haber desobedecido a
su padre. Pero una vez en tierra se olvida de sus buenos propósitos
y hace un viaje a África con buenos resultados comerciales. Llevado
por sus deseos de aventura y fortuna embarca en nuevo viaje volviendo
a ser víctima de una desgracia: su barco es abordado por piratas
musulmanes y es capturado y esclavizado. Después de tres años
consigue escapar en una pequeña barca y es recogido por navegantes
portugueses que lo transportan a Brasil, donde se establece como
propietario de una buena plantación de caña de azúcar. A pesar de
la prosperidad vuelve a embarcarse para participar en el tráfico de
esclavos negros y, una vez más, la suerte no le es propicia. Una
tormenta y un naufragio lo llevan a una isla como único
superviviente. Con los utensilios y enseres que puede recuperar de
entre los restos del naufragio: tres ejemplares de la Biblia,
galletas, algunos licores, hachas, clavos, maderas, escopetas y
pólvora, un perro y dos gatos, construye su refugio y se adapta a
las condiciones de vida de la isla. Domestica cabras salvajes y
aprovecha el florecimiento casual de granos de cebada y arroz para
abastecerse de alimentos. El protagonista nos cuenta los obstáculos
que la naturaleza le presenta y cómo, a través de la razón, el
esfuerzo y las herramientas de que dispone, supera esas pruebas. Al
tiempo que nos cuenta estos hechos y otros que nos muestra a través
de un diario que llevó hasta que se le acabó la tinta, nos ofrece
también sus estados de ánimo, su arrepentimiento y su confianza en
la providencia divina que la lectura de la Biblia no le hace olvidar.
Veinticuatro años más tarde de su llegada a la isla, Robinson
parece haberse adaptado a la vida de colono solitario sólo
sobresaltada por el descubrimiento de que salvajes caníbales,
habitantes de algunas tierras cercanas, utilizan su isla para llevar
a cabo sus crueles ritos gastronómicos con la carne de sus
prisioneros. Un día interviene en uno de estos festines y consigue
rescatar a un salvaje a quien llamará Viernes y a quien se dedicará
a ilustrar y cristianizar mientras goza de su compañía. Tres años
más tarde los dos lograrán rescatar a otro salvaje –que
casualmente será el padre de Viernes- y a un español víctima a su
vez de un naufragio. A través de ellos prepara su salvación y los
envía a las tierras donde malviven los compañeros del español.
Mientras aguardan su llegada aparece un barco cuya tripulación se ha
amotinado y del que desembarcan presos al capitán y a algunos
tripulantes fieles. Robinsón y Viernes consiguen salvarlos y más
tarde recuperar el barco. Marchan a Lisboa y allí R. descubre que
sus bienes en Brasil han multiplicado su riqueza y luego se dirige a
su patria cruzando los Pirineos en medio de la nieve y la persecución
de una manada de lobos. En Londres se establece, ayuda a los que en
otro tiempo lo trataron bien y se casa. Nos da noticia de su regreso
a su isla y de las cosas que sucedieron durante su ausencia, si bien
promete comentarlas más largamente en otro libro.
La
estructura del Robinson corresponde a la de los libros de viaje que
habían venido popularizándose en aquellos años. Presentado como
una historia verdadera, recoge el testimonio –en el que va
insertado la parte del diario- en primera persona del presunto
protagonista, que nos va contando sus largas y complicadas
vicisitudes. En cierto modo la novela presenta la dinámica
argumental de los libros de aventuras, es decir, un protagonista que
ha de ir superando diversos obstáculos hasta lograr su meta, en este
caso su vuelta a la civilización. Alrededor de cada obstáculo se
organiza un episodio –por ejemplo, cómo la previsión de un
terremoto le obliga a transformar su vivienda o cómo la escasez de
pólvora le hace domesticar cabras- y estos se van sumando hasta
componer la novela. Sin embargo, en el Robinson,
al contrario de lo que sucede en otras novelas de aventuras, el
protagonista se va transformando interiormente y este rasgo se verá
reforzado por la presencia de largas reflexiones de corte religioso o
moral.
Robinson
recorrerá todos los ciclos de la humanidad (cazador, ganadero,
agricultor, y artesano), creará excedentes que superan sus
necesidades inmediatas y, con la sola ayuda de Dios, demostrará que
el hombre debe apropiarse de cuantos medios naturales estén a su
alcance.
El mito de
Robinson es el del individuo que, aislado en medio de una naturaleza
virgen, es capaz de recrear en ella la vida civilizada, un mito que
pudo y puede atraer a muchas personas por motivos distintos.
Para los niños, que pronto se encontraron entre sus más
entusiastas lectores, es la vida libre sin padres ni maestros. Para
los misóginos es una isla sin mujeres y para los solitarios una isla
sin vecinos. Para quienes lamentan la creciente división del
trabajo, Robinson evoca la posibilidad de que cada uno satisfaga
directamente sus necesidades. Los imperialistas encontraban en él
un ejemplo del partido que hombres civilizados podían sacar de
tierras desaprovechadas por los salvajes, que sólo utilizaban su
isla para horrorosas barbacoas caníbales. Rousseau consideraba el
libro como el más adecuado para que los niños aprendieran a confiar
en su inteligencia y su trabajo, mientras que los
primeros economistas vieron en Robinson al perfecto homo
economicus,
esa
cómoda abstracción del hombre que toma sus decisiones partiendo de
estrictas consideraciones de costes y beneficios, sin interferencia
sentimental alguna. El historiador se encuentra en ella con uno de
los grandes vectores de la sociedad contemporánea expuesto en su
estado más puro: Robinson Crusoe
es el
paradigma del individualismo.
Dos mil años antes Aristóteles
había escrito que quien puede prescindir de la vida en sociedad,
porque se basta a sí mismo, ha de ser o una bestia o un dios, nunca
un hombre. Robinson parece demostrar lo contrario. Permanece 28
años en su isla y no sólo sobrevive con creciente comodidad
material, sino que se siente perfectamente feliz. Explica que no
añora el mundo porque se halla libre de la maldad que hay en éste,
libre de ansias pecaminosas, capaz de satisfacer sus deseos reales,
señor e incluso rey de su isla, sin rivales ni competidores. Todo
ello es por supuesto inverosímil, pues nadie sería capaz de
mantener su equilibrio mental durante tres décadas de aislamiento.
Así lo muestra la historia real en la que Defoe se basó. Pero al
lector le interesan los valores que se encarnan en la fábula de
Defoe y no resulta difícil ver en ellos un reflejo de esa ética
protestante del trabajo en la que Max Weber vio el fundamento moral
del capitalismo.
Defoe, lo
mismo que el ginebrino Rousseau, se había formado en un ambiente
calvinista. La mentalidad calvinista exalta la laboriosidad y en
ella encuentra la salvación el náufrago Robinson, que emplea sus
jornadas en el trabajo manual, tan despreciado por la tradición
aristocrática.
El esfuerzo y el talento tienen su recompensa natural en la riqueza
y el calvinismo no la desprecia. Robinson no se refugia en la
naturaleza para huir de un mundo corrompido por el dinero, sino que
el deseo de obtenerlo es el que le ha empujado a viajar y, cuando
finalmente es rescatado, lo primero que hace es exigir que se le
reconozca por escrito la propiedad de la isla. Es en cierto sentido
un modelo de empresario protestante, que trabaja para crear riqueza,
pero no aspira a que ésta le conduzca a una vida de ocio y placer,
pues declara carecer de deseos pecaminosos y explica que nada le
resulta tan desagradable como la inactividad. Su religiosidad es
plenamente protestante, pues se basa en la Biblia y en una relación
directa con Dios que no requiere de intermediarios y puede por tanto
desarrollarse en el aislamiento. Robinson confía en la providencia
divina, pero no espera de ella milagros, sino que todo lo logra por
sí mismo.
Le resulta en cambio ajeno el
mensaje cristiano de amor, pues para él los otros seres humanos son
puros instrumentos. No tiene mala voluntad hacia nadie, no es
xenófobo, salva la vida a un joven miembro de una tribu caníbal, a
punto de ser devorado por otros caníbales, y en los años en que
éste le sirve como esclavo comprueba que Dios ha dotado a los
salvajes de las mismas facultades que a los demás hombres y de la
misma capacidad de hacer el bien. Incluso toma cariño a este
salvaje al que llama Viernes, pero se trata de un sentimiento
superficial frente a sus auténticas pasiones, que son el trabajo y
la riqueza. Ello se manifiesta en un episodio anterior que asombra
al lector actual, el del muchacho moro Xuri, que en una ocasión le
ha ayudado a escapar de sus captores y al que está dispuesto a
convertir en un gran hombre, pero al que vende como esclavo sin
especiales remordimientos cuando le ofrecen por él una buena suma.
Y también le resulta ajeno el amor romántico, pues comenta con
elogio el caso del colono que al elegir entre un grupo de mujeres
optó por la de mayor edad y menor atractivo, que resultaría la
mejor esposa por su rendimiento doméstico.
Por
todo ello Robinson
puede ser considerado un arquetipo dieciochesco del individualismo y
un precursor de la mentalidad utilitaria
que un siglo después satirizaría Dickens, pero sólo es
representativo de un aspecto de su época. En el
Tratado sobre
la
naturaleza humana que
en 1739 publicó el escocés David Hume, uno de los más destacados
pensadores ilustrados, hay una observación que viene a negar la
fábula de Defoe.
Aunque un hombre tuviera todo el poder sobre las fuerzas naturales,
escribió Hume, sería infeliz si no tuviera al menos una persona con
la que compartir su felicidad.
Defoe jamás
supuso a su héroe al margen de la cultura. Al contrario: puede
afirmarse que el meollo del Robinsón
reside precisamente aquí, en la forma en que el náufrago logra
salvarse y hacer germinar la semillita, precisamente porque tenía
consigo ese germen. Las ropas, las armas, los libros, los manjares,
los instrumentos que salvó del barco constituían para él otras
tantas prendas de su alianza indestructible con el resto del género
humano. Esos trebejos impiden que el protagonista se encuentre de
veras solo en su isla. Carece de rostros, de nombres, de voces
reales que lo circunden. Pero no está solo. Tiene ahí, junto a
él, en sus manos, sobre su cabeza, al alcance de la vista la
reconfortante colección de sus utensilios. Tiene la Biblia,
que
es muchísimo más que un utensilio, o es un utensilio de gran
estilo. Tiene, en fin, toda la historia de la civilización, y
gracias a ella sobrevive y se salva. Hay un canto a la vida
primitiva, de acuerdo. Pero no es un canto al buen salvaje. Si
acaso Viernes representa a ese arquetipo, tan característico de la
época de la Ilustración. Viernes, con su perfecta inocencia. Una
inocencia tan redonda, que no puede dar lugar al mal. Cuando Viernes
comprueba que los salvajes enemigos que los seguían, a él y a su
recién adquirido amo, yacen a su merced, les asesta el golpe de
muerte sin ninguna complicación moral, y luego, tranquilamente,
entierra los cadáveres con la intención de volver por ellos más
tarde y devorarlos. ¿Maldad? Ni por asomo. Las cosas le salen tan
espontáneas -tan bien contadas- a Defoe, que ni siquiera tiene que
tomarse el trabajo de persuadirnos de que Viernes no es perverso. Lo
vemos. Lo palpamos. Es el buen salvaje.
Pero en cuanto a Robinsón, es el
hombre a cuyos pies se extienden, con la mayor firmeza, siglos y más
siglos de progresos, de refinamientos, de avances. Robinsón se
afianza en ellos. Gracias a ellos produce, en su ínsula olvidada,
todo un pequeño mundo a imagen y semejanza del otro, del que dejó
más allá del Atlántico. Falta el contacto real con sus
semejantes, pero está el contacto con sus obras, tal vez menos real
pero sin duda tan eficaz como el otro. Y está también la nostalgia
de los prójimos de carne y hueso, aunque en un lugar menos
principal y angustioso. Robinsón añora a los suyos. "Como el
tema del río en el mar, el tema de Robinsón es la sociedad, en la
que se afana por desembocar algún día." “ Acaso no tanto
como afanarse. Hay que recordar que el náufrago -y lo mismo
aconteció en la realidad con Selkirk- no corrió al encuentro de sus
salvadores. Procedió con una parsimonia que bien podría encubrir
cierta desgana. Como tristeza por dejar la isla.
SWIFT.-Los
viajes
de
Gulliver
La primera edición de
Gulliver's
Travels (cuyo
verdadero título es Travels
into several
remote nations of the world, in four parts, by Lemuel Gulliver)
apareció en 1726 y obtuvo un éxito extraordinario. Un
informe de la época señala que se vendieron 10000 ejemplares en
tres semanas.
Swift siguió el modelo de un auténtico libro de viajes, los
Voyages
del
marinero y pirata William Dampier. Un dato interesante para la
historia de la literatura es que Dampier había recogido en la isla
de Juan Fernández al náufrago Alexander Selkirk, cuya estancia
solitaria de cuatro años en la isla sería la inspiración de
Robinson
Crusoe.
Guiliver's
Travels se
divide en cuatro partes bien diferenciadas. Las dos primeras («A
Voyage to Lilliput» y «A Voyage to Brobdingnag») son las más
conocidas, y el hecho de que una transcurra en un país de seres
diminutos y otra en una tierra de gigantes ha dado origen a esa idea
absurda de encuadrar a Gulliver's
Travels dentro
de la literatura infantil. Los cuatro viajes son radicalmente
diferentes entre sí, y el viajero Lemuel Gulliver, la perfecta
tabula
rasa del
empirismo, satiriza aspectos diferentes de la naturaleza humana y
social.
El primero
de los viajes a la isla de Lilliput parodia la política inglesa
contemporánea, el sistema parlamentario y las intrigas y privilegios
de la corte. La estancia de Gulliver en Lilliput está llena de
alusiones a la política inglesa de la época (no hay que olvidar que
Swift tomó partido a favor de los tories
frente a los whigs).
En
«A Voyage to Brobdingnag», el país de los gigantes, aparecen ya
muestras de esa repulsión hacia el cuerpo humano que alcanzará
expresión máxima en la cuarta parte. El horror de Swift por las
funciones corporales,
le
ha valido el calificativo de misántropo, aunque el propio Swift
matizaba su actitud en carta dirigida a Pope: «But
principally I hate that animal called man, although I heartily love
John, Peter, Thomas and so forth».
En el segundo de los viajes, Swift
aproxima su ojo, es decir, la «persona» literaria que es Gulliver,
al otro extremo del telescopio, y el mundo cambia vertiginosamente de
dimensión. Vistos en su nueva magnitud, los actos físicos y
morales de los habitantes de Brobdignac se ven deformados,
desfigurados, y su armonía y articulación desencajada. En este
viaje, en el que se consiguen los efectos del surrealismo, las
intenciones paródicas y críticas de Swift son más difusas que en
el primero, y el autor inicia su dolorosa peregrinación hacia las
profundidades del mal, hacia la expresión simbólica, en términos
de un aparente realismo, de la perversión intrínseca e irreversible
de la vida humana.
«Debo
confesar que jamás nada me ha dado tanto asco como la vista de aquel
pecho monstruoso ... El pezón abultaba casi la mitad de mi cabeza y
su color y el de la ubre era tan abigarrado de lunares, granos y
pecas que nada podría encontrarse más nauseabundo ... Esto me hizo
reflexionar sobre la finura de la piel de nuestras damas inglesas,
que nos parece tan bella porque ellas son del mismo tamaño que
nosotros y sus defectos no se ven más que con lupa»
(Segunda parte, cap. 1).
La parte
tercera de Gulliver's
Travels es
la menos unitaria, ya que comprende los viajes a Laputa, Balnibarbi,
Glubbdubdrib y Luggnagg. En Glubbdubdrib, la isla de los magos,
Gulliver habla con César, Bruto, Sócrates, Epaminondas y otras
figuras del mundo clásico. La contemplación del Senado romano y de
un parlamento contemporáneo da pie a una reflexión sobre la
degeneración de la raza.
El
tercer viaje es contradictorio y paradójico, pero concreto, como el
primero, en la medida en que el
autor
limita su burla despiadada a los sabios, científicos y matemáticos
que invaden la famosa Royal Society de Londres, y que investigan los
más absurdos proyectos. Swift cumple sus objetivos críticos y
paródicos con menos eficacia que en los otros tres viajes, y este
tercero resulta el menos universal de ellos.
En el cuarto viaje, en cambio, la
burla adquiere magnitudes nuevas. El juego de las paradojas
estilísticas literarias, y de los niveles subversivos, cobra un
sentido claro desde la perspectiva no menos fantástica, pero muy
seria y abrumadoramente pesimista del final, del resumen síntesis
swiftiano sobre lo que el autor interpreta ser la condición humana.
Swift ha ido poco a poco perdiendo las ganas de continuar su
complicado juego de humor y sutilezas, y se enfrenta por fin
directamente al horror de la condición humana en la fantasía de los
yahoos, unos humanoides abyectos. El libro para niños, el juego
fantástico para cortesanos, damas y caballeros de tamaños y
opiniones diversas, concluye con una consideración despiadada y
desesperanzada sobre la virtud humana.
Frente
a la creciente confianza en la bondad del ser humano no corrompido
por la sociedad, Swift insiste, sobre todo en el cuarto de los viajes
que realiza Gulliver a la tierra de los yahoos, en la corrupción
intrínseca del ser humano, y contradice el optimismo progresista e
incipientemente
romántico de los tiempos.
EL CUARTO
VIAJE
Hemos observado
cómo se desencadena de inmediato la antipatía de Gulliver hacia el
animal humano cuando lo ve sin el adorno de la ropa o de la
civilización, y veremos que, únicamente cuando los caballos
(houyhnhnms),
ansiosos
por conocer la naturaleza de Gulliver, le yuxtaponen a uno de esos
animales (que ellos llaman “yahoos”, aceptará con horror que ese
«abominable
animal tenía una perfecta figura humana»
(cap. 2). Sólo desea nuestro viajero salvarse de la identificación
con los yahoos y, dado que los caballos consideran que su ropa es una
cobertura natural y una «diferencia» que dificulta su definición,
la ropa asume una importancia vital para Gulliver, el signo externo y
visible de lo que quiere que sea diferencia intrínseca entre él y
los yahoos.
Cuando
se descubre el «engaño», y Gulliver expone las razones por las que
los de su especie se cubren el cuerpo («tanto
por decencia como para guardarse de las inclemencias atmosféricas»,
cap.
3) la sorpresa de los houyhnhnms
pone
de manifiesto que el concepto de «naturaleza» de Gulliver está
quebrado, pues cómo «iba
[la
Naturaleza]
a enseñarnos a mantener oculto lo que la Naturaleza había dado»
(cap. 3), y se hace evidente la confrontación entre el estilo de
vida europeo, «real» pero artificial, y el de los caballos,
«ficcional» pero natural. A su vez, el amo-houyhnhnm
concluye,
después de ver a Gulliver completamente desnudo, que «era
un perfecto yahoo»
(cap. 3), y el texto va dejando claro que ni la ropa (el pequeño
engaño de Gulliver), ni la limpieza (no es tan sucio como los
yahoos), ni la belleza (ni tan mal formado como ellos), ni la
eficacia de su cuerpo (muy escasa de acuerdo con el amo-houyhnhnm)
hacen
al hombre (cap. 4).
Una vez
establecida la identidad física de Gulliver con lo
yahoos, éste
debe mostrar su racionalidad y la de sus congéneres para poder
escapar a la identificación completa con los repugnantes brutos,
pero su pretensión se viene abajo muy pronto ya que la sola
descripción de su tripulación (cap. 4) constituye un catálogo
completo de los vicios humanos;,
y para cuando termina su informe sobre la situación general de
Europa y de su propio país (caps. 5 y 6), queda claro que nuestro
viajero ya no estaba interesado en guardar las apariencias, que había
renunciado a la defensa de sus congéneres y que solamente deseaba
poder unir su destino al de los houyhnhnms:
«No
llevaba
un año en aquel país cuando ya había cobrado un amor y reverencia
tales a los habitantes, que adopté la firme resolución de no volver
jamás a la especie humana y pasar el resto de mi vida en la
contemplación y ejercicio de toda virtud entre aquellos admirables
houyhnhnms»
(cap. 7).
Como en el segundo viaje, las
cuestiones fundamentales se plantean en éste mediante las
conversaciones entre Gulliver y su anfitrión, o mejor ahora su
«amo», como le llama Gulliver, en consonancia con la completa
inversión de roles hombre-caballo que se lleva a cabo en esta parte.
Gulliver vuelve a los mismos temas que trató con el rey gigante (la
guerra, la ley y el derecho, el comercio, la medicina, el ministro
principal del Gobierno y la nobleza) pero, en lugar de defender las
vanidades de la sociedad inglesa, como había hecho entonces, aquí
ha asumido plenamente el papel de satírico y pone de manifiesto con
frialdad implacable el horror de aquella civilización.
La conversión
de Gulliver al punto de vista de los houyhnhnms
es
tan absoluta que resuelve «no
volver jamás a la especie humana»
(cap. 7) y vivir dichosamente entre ellos.
Concluida la
narración de sus viajes, el viejo misántropo se despide
despotricando de la naturaleza envilecida del hombre, y asegurando
que sus experiencias responden a la más escrupulosa verdad. Como han
venido haciendo los satíricos desde la antigüedad, justifica su
ingrato arte en la finalidad moral («mi
único propósito es el bien público»;
cap. 12) y vuelve, con mayor fuerza que nunca, a su papel de satírico
en este último capítulo, donde cada párrafo requiere del lector un
reajuste de posición al mezclarse en él la broma y la verdad, la
ironía y el ataque directo.
Lo que Suwift
hace, por tanto, en este cuarto viaje, es poner a prueba esta
definición tradicional, homo
est animal rationale, de
manera característicamente minuciosa. Su imaginación literalizadora
carga
la frase animal
rationale con
todo el significado que puede soportar, de modo que es la razón pura
e incorrupta, una facultad que no permite opiniones ni disputas sino
que conduce inmediatamente a la certeza, la que gobierna a los
caballos, representación concreta y literal del animal
rationale.
Nos
encontramos, por tanto, con que los houyhnhnms
no
pueden por menos de actuar con racionalidad, pero los yahoos
no
pueden más que servir a sus apetitos, lo que equivale a decir que
ambos seres viven de acuerdo con una naturaleza diferente y más
simple que la del hombre; comparten ambos la misma incapacidad para
la elección y carecen asimismo de responsabilidad, ya que son la
presencia del conflicto y la capacidad para el cambio las que obligan
al hombre a la elección moral, algo que, consecuentemente, sólo un
ser en la isla puede realizar: Gulliver.
La
utopía
en el cuarto viaje
El modelo
racional de vida de los houyhnhnms
tiene
muchos rasgos en común con las comunidades utópicas más conocidas,
muy especialmente con la República
de
Platón y la Utopía
de
T. Moro, pero es importante subrayar que, con independencia de cuáles
sean sus modelos, se trata de un «buen lugar», de una «eu-topía»
excepcionalmente pura, de gran simplicidad y ascetismo, en la que
Gulliver encuentra el ideal para el que sus anteriores viajes le han
preparado.
Los houyhnhnms
representan
el polo de una antinomia: «la perfección de la Naturaleza», frente
a la repulsividad del hombre yahoo,
y tanto
Gulliver como ellos mismos se esfuerzan en señalar dónde reside su
perfección física, mental y moral .
Sin
embargo, descubrimos que los racionales houyhnhnms
carecen
del problema fundamental que lleva a los hombres a escribir utopías,
el de la potencialidad humana para el mal, el mismo que llevó a
Sócrates a construir su Estado ideal ;
por
el contrario, estos seres no pueden concebir nada maligno y no
necesitan luchar para alcanzar la virtud pues, aunque la corrupción,
encarnada en los yahoos,
existe
en su civilización, estos no suponen tentación o amenaza alguna.
Como la «edad de oro», su utopía les ha sido dada,
no
ha sido creada
en
términos aplicables a la condición humana ,
y
está claro que la distancia entre este ideal y la realidad del
hombre, tal como Swift la conocía, es completamente insalvable.
Recuérdese que la utopía, frente
a otras sociedades ideales, es un logro humano. No depende de la
intervención divina (la «edad de oro», el «paraíso terrenal» o
«el milenio») es, en todo caso, una secularización del mito del
paraíso que pasa a ser «un paraíso hecho por el hombre, una
usurpación de su [de Dios] omnipotencia»
En armonía con
la metafísica platónica que inspira a Swift, su viajero queda
alienado tras la visión de la realidad del Bien en un país
fantástico y de la irrealidad de la vida diaria en su Inglaterra
reales, y frente a la solución que presenta Gulliver (separarse de
la especie humana y retirarse a Utopía y al país de los
houyhnhnms),
Swift proponen vivir en el mundo manteniendo la utopía como una
ciudad de la mente, como había hecho ya Platón. La república de
los houyhnhnms
aparece,
desde esta perspectiva, como una encarnación de la utopía de corte
clásico, aquella que se sitúa sólo en la mente y cuya función es
la de enjuiciar el presente mediante “un ideal inmutable", a
diferencia de las utopías «modernas», las que, a medida que la
idea del progreso se fue incorporando al tiempo histórico, se
escribieron con la esperanza de su realización en un futuro más o
menos cercano. Lleva, en efecto, la república de los caballos
racionales todas las marcas de las utopías «antiguas»,
ahistóricas, estáticas y eternas, de esas ciudades pensadas para la
mente y no para un nuevo «paraíso terrenal» hecho por el hombre.
Pero el ideal trascendente, que se presentaba realizado en las
utopías «clásicas», aparece ahora encarnado en unos seres aún
mucho más alejados del hombre y de sus posibilidades que los
habitantes del Estado imaginario de Platón . Los de Swift son seres
angélicos, no tocados por el pecado original, seres que no han de
hacer frente a la maldición.
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