Tema VII- Los herederos de Cervantes


T VII- La novela europea en el siglo XVIII. Los herederos de Cervantes y de la picaresca española en la literatura inglesa.



  • Factores económicos, sociales y culturales en la creación de la novela Inglesa
  • Los libros de memorias

Daniel Defoe: Robinson Crusoe

Jonhatan Swift: Los viajes de Gulliver


Factores económicos, sociales y culturales en la creación de la novela Inglesa



¿Qué ocurre en la cultura inglesa que produce una explosión narrativa sin precedentes en que la prosa fecunda y fructifica en una progresión nueva e inesperada? Las condiciones históricas son bien conocidas. La primera revolución burguesa se inicia en Europa cuando la marina inglesa destruye a la Invencible porque permite a los ingleses hacerse los dueños casi exclusivos de los mares; explorar y explotar el ancho mundo; porque permite a los segundones y aventureros, a los menos afortunados pero más audaces, lanzarse a la búsqueda y a la colonización paulatina de los lugares remotos. Con el tiempo la aventura marítima permite al país la acumulación de un capital enorme, fruto del comercio con las materias y productos obtenidos en los viajes. El colonialismo provoca asimismo el enriquecimiento de personas de origen muy diverso en la escala social, y la aparición de una clase nueva, la de los comerciantes, cada vez más rica y poderosa. En una palabra, la expansión marítima provoca un cambio profundo en la estructura social que se adelanta ya en el estallido violento de la Guerra Civil de 1640, cuando Oliver Cromwell, coronel del ejército de religión puritana, es decir, protestante de la reforma protestante, decapita al rey Carlos I Estuardo, católico y tradicionalista.

La revolución social progresa vertiginosamente durante la segunda mitad del siglo, y culmina en el año 1714 cuando el partido liberal llega al poder -desde la Restauración se establece en Inglaterra un sistema parlamentario-, con Robert Walpole a la cabeza, que representa los intereses de la nueva clase burguesa. Esta nueva clase, cada vez más aposentada en Inglaterra, con medios y tiempo para leer, va poco a poco imponiendo sus intereses ideológicos y culturales, que difieren profundamente de los de las clases tradicionalmente acomodadas, es decir, de los de la aristocracia. Los estudios clásicos dejan de ser objetivo primordial, no sólo porque las nuevas clases carecen de la formación en dichas disciplinas, sino también porque el panorama científico ha cambiado. Son hechos bien sabidos: Locke, Berkeley y Hume, los filósofos empiristas, definen una manera nueva de comprender la realidad. El conocimiento se vincula ahora por vez primera rigurosamente a los procesos inductivos en vez de a los deductivos, y se cree alcanzar el saber únicamente a través de los sentidos porque la persona es como una tabula rasa sobre la que se imprime la información que poseemos, que procede exclusivamente de lo que suministran los sentidos. La «Royal Society», la universidad científica fundada durante el siglo XVII, y cuyo primer director es Isaac Newton, se lanza verazmente a observar y a definir la realidad con métodos propios y nuevos. El empirismo, el pragmatismo, afectan profundamente a la literatura. El interés por la observación, por la apreciación de los detalles, potencia la consideración y la descripción de lo particular, el análisis de lo individual. La revolución no es sólo ideológica, científica y cultural; es además lingüística. En sus primeros años de existencia, la «Royal Society» define la necesidad de un lenguaje preciso, denotativo, sin fantasías ni metáforas, lo más parecido posible al lenguaje de las matemáticas. Es el lenguaje que exigen la ciencia, el comercio y los negocios, y será el de los géneros nuevos en prosa, el del ensayo periodístico, de la autobiografía, de la narrativa, y sobre todo el que potencia la novela.

Vemos, así, que la novela surge como expresión literaria del mundo burgués, de una sociedad estable y próspera, cuyo nivel de lectura aumenta con el incremento del tiempo libre dedicado al ocio. Lo que los lectores piden entonces es un retrato realista, verosímil, del mundo que les rodea, no un conjunto inconexo de relatos o episodios fantásticos destinados al mero entretenimiento, sino un argumento sólidamente trabado, con personajes y acciones creíbles, que les enseñen más sobre la sociedad en la que viven. La expansión económica y comercial pone a los hombres del campo en relación cada vez más estrecha con los de las ciudades, el trasvase social que se produce es cada vez mayor, y la conciencia del desarrollo social y personal se acentúa en la clase media. El avance que, desde el siglo XVII, se advierte en el pensamiento filosófico relativo a estas cuestiones, con autores como Francis Bacon (1561-1626), Thomas Hobbes (1588-1679) y especialmente John Locke (1632-1704), es un factor añadido de gran relevancia aquí, pues sus teorías sobre la naturaleza del hombre y la sociedad, y cuestiones anexas como la educación, la convivencia, el entendimiento humano, etc. contribuyen a facilitar la reflexión y propiciar la discusión sobre ellos. Todos estos fenómenos exigen naturalmente una recreación artística, para lo que la novela se demuestra especialmente dotada.



Otro importante determinante en el nacimiento de la novela es el contexto religioso: la revolución protestante y los rigores posteriores de las sectas de los llamados dissenters, puritanos, metodistas y cuáqueros. La reforma aparta a los fieles de la oración común y estimula la salvación personal que es fruto de la introspección. La religión protestante fomenta y normaliza el acceso a dimensiones desconocidas de la individualidad, y suministra una retórica precisa para establecer el diálogo con Dios a través de la propia intimidad. Esta tradición de análisis de la intimidad se convierte en una práctica común a partir de la Reforma religiosa, y además de crear un importante hábito de libre pensamiento y de libre interpretación de las Escrituras, establece una retórica que incide, con la secularización que es ya muy intensa desde principios del siglo XVIII, directamente sobre las técnicas de creación de los personajes literarios ficticios y autobiográficos, para cuya creación sus autores cuentan con los recursos lingüísticos y estilísticos necesarios con los que explorar los aspectos más desconocidos de la identidad literaria. La novela inventa muy pronto, y explora hasta la saciedad, nuevas dimensiones de la vida personal que la literatura clásica había desconocido.

La expresión de nuevos aspectos de la personalidad se debe vincular inmediatamente a otro fenómeno nuevo e insólito: el de la incorporación de la mujer a la lectura, el de su creciente aunque lenta alfabetización, el de su inevitable aunque limitada educación. La critica contemporánea, en particular la feminista, ha debatido ampliamente la estrecha relación entre la aparición del género novelístico y la incorporación incipiente de la mujer a la cultura. No es difícil explicar estos hechos. La mujer, que no ha tenido nunca acceso a las universidades ni estudios superiores, carece de la preparación necesaria para apreciar los textos literarios clásicos más difíciles, en su mayoría poéticos. Durante el siglo XVIII el bienestar económico creciente de las clases medias y la abundancia de servicio doméstico en sus nuevas mansiones, permiten a la mujer mucho tiempo libre. La nueva organización económica ha alejado por primera vez en la historia el centro de producción económica de la casa, y los hombres abandonan diariamente sus hogares para trabajar en centros de producción: talleres, oficinas y fábricas. También las tareas más duras de la producción doméstica, la elaboración del pan, del jabón, la crianza de los animales y la confección textil, se realizan fuera del hogar. Todas estas circunstancias, unidas a la obsesión del siglo por la educación y los logros de la razón, ponen a muchas mujeres en situación de poder leer e incluso poco a poco también a escribir. Las bibliotecas ambulantes, que se institucionalizan en Inglaterra durante la segunda mitad del siglo XVII, convierten el acto de lectura en la más personal y secreta de las actividades. La comedia de la Restauración está llena de referencias a jovencitas que leen a escondidas demasiadas novelas, sobre todo demasiadas novelas de amor, y Swift en el primero de los viajes de Gulliver atribuye el incendio del palacio de la reina de Liliput al descuido de una criada absorta en la lectura de una novela. Charlotte Lennox publica en 1760 una novela titulada The Female Quixote (La mujer Quijote) en la que la protagonista ha perdido la razón por los excesos de lectura de romances o novelas de amor, y Maria Edgeworth escribe en 1790 un relato similar en Angelina, en que también la protagonista se convierte en una Quijota a la inglesa gracias a los excesos de la lectura.

La crítica Nancy Armstrong atribuye esta vinculación entre la novela incipiente y la cultura femenina a razones claramente políticas e ideológicas. La mujer, apartada legal y definitivamente de los centros de producción y de poder, queda especializada en la práctica imaginativa de una función única: la del amor, y su ámbito de acción se limita al de la vida afectiva. La ley objetiva y comprobable se encarga de determinar este destino a base de impedirle textualmente a la mujer el acceso a cualquier otra dimensión de la experiencia, ya sea económico o laboral. Pero la tesis de Armstrong va más lejos y sugiere que el relato amoroso burgués, que se inventa durante el siglo XVIII en Inglaterra ofrece unas pautas de comportamiento posible para la mujer en un mundo cambiante.



La novela inventa el nuevo mundo a la vez que la identidad moderna, y relata sus contradicciones y ansiedades más ocultas. Por primera vez un género se compromete con la originalidad temática, y el relato se centra en el destino individual de personajes cualesquiera, no príncipes o nobles. Por vez primera los objetivos son la intensidad en la caracterización, en lo individual e idiosincrásico, en la veracidad del contexto sometido a procesos espaciales y temporales precisos, observables. El tiempo se cuenta ahora por minutos y pierde su condición general y abstracta. El espacio se localiza hasta sus últimos detalles. Son los métodos del realismo formal en que la ilusión de autenticidad es total, el lenguaje descubre un destino eminentemente referencial y se concentra más en la enumeración exhaustiva que en la expresión connotativa y polisémica.

Es así como surgen los primeros novelistas ingleses, que sirven a su sociedad de portavoces de las preocupaciones dominantes. En estos pioneros hallamos efectivamente el eco del interés por el dinero, por el comercio, por la corrupción moral y social, por los sentimientos, por los convencionalismos, por las modas, etc., todo ello siempre mediatizado por el individuo como factor conformador de esas preocupaciones. Lo que pone en relación a autores tan distintos como Daniel Defoe (1660-173l), Samuel Richardson (1689-1761) y Henry Fielding, los tres primeros novelistas sin duda, es precisamente el desarrollo individual, personal, de determinados seres inmersos en el complejo tejido social contemporáneo. Frente a ellos y sus obras, Los viajes de Gulliver de Swift, publicada por los mismos años (1726), es el producto -sin duda genial y admirable- de otro género narrativo, que nada -o muy poco- tiene que ver con la novela moderna.



LOS LIBROS DE MEMORIAS



Daniel Defoe: Robinson Crusoe



Será en 1719 cuando Defoe dé a la imprenta la obra que lo consagraría como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos: el Robinson Crusoe, cuyo auténtico, original y completo título es “La vida y las extrañas y sorprendentes aventuras de Robinson Crusoe, marinero de York: el cual vivió 28 años completamente solo en una isla deshabitada de la costa de América, cerca de la desembocadura del gran río Orínoco; arrojado hasta la orilla por un naufragio, donde todos los hombres perecieron, excepto él: con el relato de cómo fue al final extrañamente liberado por los piratas. Escrito por él mismo.” Tan largo título refleja bien tanto la necesidad de legitimar un relato de ficción, dándole la apariencia de verdadero, como del afán de informar que subyace en toda la literatura ilustrada. El Robinson, cuyo éxito fue enorme, aparte de un clásico de lo que podemos llamar “la novela de aventuras», es un compendio perfecto de los temas de la literatura de la Ilustración. Problemas como el destino del hombre, la religión, la soledad humana, el mal, la educación, el papel del dinero y de la riqueza, se dan cita en esta novela que con razón se ha llamado una epopeya de la laboriosidad burguesa y no es de extrañar que todavía hoy sea un libro que se reedita una y otra vez.



ARGUMENTO y ESTRUCTURA DEL ROBINSON



La novela está contada en primera persona por el héroe y protagonista de la novela. Robinson es el hijo de un próspero comerciante a quien su padre recomienda encarecidamente que no se meta en aventuras y que se establezca como comerciante a fin de poder llevar una vida sin agobios ni penalidades. El joven, sin embargo, desobedece a sus padres y, llevado por su deseo de ser marino y conocer el mundo, se embarca hacia Londres en el barco del padre de un amigo. Durante la travesía el barco sufre las consecuencias de una tormenta y un fuerte temporal que hacen que se arrepienta de haber desobedecido a su padre. Pero una vez en tierra se olvida de sus buenos propósitos y hace un viaje a África con buenos resultados comerciales. Llevado por sus deseos de aventura y fortuna embarca en nuevo viaje volviendo a ser víctima de una desgracia: su barco es abordado por piratas musulmanes y es capturado y esclavizado. Después de tres años consigue escapar en una pequeña barca y es recogido por navegantes portugueses que lo transportan a Brasil, donde se establece como propietario de una buena plantación de caña de azúcar. A pesar de la prosperidad vuelve a embarcarse para participar en el tráfico de esclavos negros y, una vez más, la suerte no le es propicia. Una tormenta y un naufragio lo llevan a una isla como único superviviente. Con los utensilios y enseres que puede recuperar de entre los restos del naufragio: tres ejemplares de la Biblia, galletas, algunos licores, hachas, clavos, maderas, escopetas y pólvora, un perro y dos gatos, construye su refugio y se adapta a las condiciones de vida de la isla. Domestica cabras salvajes y aprovecha el florecimiento casual de granos de cebada y arroz para abastecerse de alimentos. El protagonista nos cuenta los obstáculos que la naturaleza le presenta y cómo, a través de la razón, el esfuerzo y las herramientas de que dispone, supera esas pruebas. Al tiempo que nos cuenta estos hechos y otros que nos muestra a través de un diario que llevó hasta que se le acabó la tinta, nos ofrece también sus estados de ánimo, su arrepentimiento y su confianza en la providencia divina que la lectura de la Biblia no le hace olvidar. Veinticuatro años más tarde de su llegada a la isla, Robinson parece haberse adaptado a la vida de colono solitario sólo sobresaltada por el descubrimiento de que salvajes caníbales, habitantes de algunas tierras cercanas, utilizan su isla para llevar a cabo sus crueles ritos gastronómicos con la carne de sus prisioneros. Un día interviene en uno de estos festines y consigue rescatar a un salvaje a quien llamará Viernes y a quien se dedicará a ilustrar y cristianizar mientras goza de su compañía. Tres años más tarde los dos lograrán rescatar a otro salvaje –que casualmente será el padre de Viernes- y a un español víctima a su vez de un naufragio. A través de ellos prepara su salvación y los envía a las tierras donde malviven los compañeros del español. Mientras aguardan su llegada aparece un barco cuya tripulación se ha amotinado y del que desembarcan presos al capitán y a algunos tripulantes fieles. Robinsón y Viernes consiguen salvarlos y más tarde recuperar el barco. Marchan a Lisboa y allí R. descubre que sus bienes en Brasil han multiplicado su riqueza y luego se dirige a su patria cruzando los Pirineos en medio de la nieve y la persecución de una manada de lobos. En Londres se establece, ayuda a los que en otro tiempo lo trataron bien y se casa. Nos da noticia de su regreso a su isla y de las cosas que sucedieron durante su ausencia, si bien promete comentarlas más largamente en otro libro.



La estructura del Robinson corresponde a la de los libros de viaje que habían venido popularizándose en aquellos años. Presentado como una historia verdadera, recoge el testimonio –en el que va insertado la parte del diario- en primera persona del presunto protagonista, que nos va contando sus largas y complicadas vicisitudes. En cierto modo la novela presenta la dinámica argumental de los libros de aventuras, es decir, un protagonista que ha de ir superando diversos obstáculos hasta lograr su meta, en este caso su vuelta a la civilización. Alrededor de cada obstáculo se organiza un episodio –por ejemplo, cómo la previsión de un terremoto le obliga a transformar su vivienda o cómo la escasez de pólvora le hace domesticar cabras- y estos se van sumando hasta componer la novela. Sin embargo, en el Robinson, al contrario de lo que sucede en otras novelas de aventuras, el protagonista se va transformando interiormente y este rasgo se verá reforzado por la presencia de largas reflexiones de corte religioso o moral.

Robinson recorrerá todos los ciclos de la humanidad (cazador, ganadero, agricultor, y artesano), creará excedentes que superan sus necesidades inmediatas y, con la sola ayuda de Dios, demostrará que el hombre debe apropiarse de cuantos medios naturales estén a su alcance.





El mito de Robinson es el del individuo que, aislado en medio de una naturaleza virgen, es capaz de recrear en ella la vida civilizada, un mito que pudo y puede atraer a muchas personas por motivos distintos. Para los niños, que pronto se encontraron entre sus más entusiastas lectores, es la vida libre sin padres ni maestros. Para los misóginos es una isla sin mujeres y para los solitarios una isla sin vecinos. Para quienes lamentan la creciente división del trabajo, Robinson evoca la posibilidad de que cada uno satisfaga directamente sus necesidades. Los imperialistas encontraban en él un ejemplo del partido que hombres civilizados podían sacar de tierras desaprovechadas por los salvajes, que sólo utilizaban su isla para horrorosas barbacoas caníbales. Rousseau consideraba el libro como el más adecuado para que los niños aprendieran a confiar en su inteligencia y su trabajo, mientras que los primeros economistas vieron en Robinson al perfecto homo economicus, esa cómoda abstracción del hombre que toma sus decisiones partiendo de estrictas consideraciones de costes y beneficios, sin interferencia sentimental alguna. El historiador se encuentra en ella con uno de los grandes vectores de la sociedad contemporánea expuesto en su estado más puro: Robinson Crusoe es el paradigma del individualismo.

Dos mil años antes Aristóteles había escrito que quien puede prescindir de la vida en sociedad, porque se basta a sí mismo, ha de ser o una bestia o un dios, nunca un hombre. Robinson parece demostrar lo contrario. Permanece 28 años en su isla y no sólo sobrevive con creciente comodidad material, sino que se siente perfectamente feliz. Explica que no añora el mundo porque se halla libre de la maldad que hay en éste, libre de ansias pecaminosas, capaz de satisfacer sus deseos reales, señor e incluso rey de su isla, sin rivales ni competidores. Todo ello es por supuesto inverosímil, pues nadie sería capaz de mantener su equilibrio mental durante tres décadas de aislamiento. Así lo muestra la historia real en la que Defoe se basó. Pero al lector le interesan los valores que se encarnan en la fábula de Defoe y no resulta difícil ver en ellos un reflejo de esa ética protestante del trabajo en la que Max Weber vio el fundamento moral del capitalismo.

Defoe, lo mismo que el ginebrino Rousseau, se había formado en un ambiente calvinista. La mentalidad calvinista exalta la laboriosidad y en ella encuentra la salvación el náufrago Robinson, que emplea sus jornadas en el trabajo manual, tan despreciado por la tradición aristocrática. El esfuerzo y el talento tienen su recompensa natural en la riqueza y el calvinismo no la desprecia. Robinson no se refugia en la naturaleza para huir de un mundo corrompido por el dinero, sino que el deseo de obtenerlo es el que le ha empujado a viajar y, cuando finalmente es rescatado, lo primero que hace es exigir que se le reconozca por escrito la propiedad de la isla. Es en cierto sentido un modelo de empresario protestante, que trabaja para crear riqueza, pero no aspira a que ésta le conduzca a una vida de ocio y placer, pues declara carecer de deseos pecaminosos y explica que nada le resulta tan desagradable como la inactividad. Su religiosidad es plenamente protestante, pues se basa en la Biblia y en una relación directa con Dios que no requiere de intermediarios y puede por tanto desarrollarse en el aislamiento. Robinson confía en la providencia divina, pero no espera de ella milagros, sino que todo lo logra por sí mismo.



Le resulta en cambio ajeno el mensaje cristiano de amor, pues para él los otros seres humanos son puros instrumentos. No tiene mala voluntad hacia nadie, no es xenófobo, salva la vida a un joven miembro de una tribu caníbal, a punto de ser devorado por otros caníbales, y en los años en que éste le sirve como esclavo comprueba que Dios ha dotado a los salvajes de las mismas facultades que a los demás hombres y de la misma capacidad de hacer el bien. Incluso toma cariño a este salvaje al que llama Viernes, pero se trata de un sentimiento superficial frente a sus auténticas pasiones, que son el trabajo y la riqueza. Ello se manifiesta en un episodio anterior que asombra al lector actual, el del muchacho moro Xuri, que en una ocasión le ha ayudado a escapar de sus captores y al que está dispuesto a convertir en un gran hombre, pero al que vende como esclavo sin especiales remordimientos cuando le ofrecen por él una buena suma. Y también le resulta ajeno el amor romántico, pues comenta con elogio el caso del colono que al elegir entre un grupo de mujeres optó por la de mayor edad y menor atractivo, que resultaría la mejor esposa por su rendimiento doméstico.



Por todo ello Robinson puede ser considerado un arquetipo dieciochesco del individualismo y un precursor de la mentalidad utilitaria que un siglo después satirizaría Dickens, pero sólo es representativo de un aspecto de su época. En el Tratado sobre la naturaleza humana que en 1739 publicó el escocés David Hume, uno de los más destacados pensadores ilustrados, hay una observación que viene a negar la fábula de Defoe. Aunque un hombre tuviera todo el poder sobre las fuerzas naturales, escribió Hume, sería infeliz si no tuviera al menos una persona con la que compartir su felicidad.

Defoe jamás supuso a su héroe al margen de la cultura. Al contrario: puede afirmarse que el meollo del Robinsón reside precisamente aquí, en la forma en que el náufrago logra salvarse y hacer germinar la semillita, precisamente porque tenía consigo ese germen. Las ropas, las armas, los libros, los manjares, los instrumentos que salvó del barco constituían para él otras tantas prendas de su alianza indestructible con el resto del género humano. Esos trebejos impiden que el protagonista se encuentre de veras solo en su isla. Carece de rostros, de nombres, de voces reales que lo circunden. Pero no está solo. Tiene ahí, junto a él, en sus manos, sobre su cabeza, al alcance de la vista la reconfortante colección de sus utensilios. Tiene la Biblia, que es muchísimo más que un utensilio, o es un utensilio de gran estilo. Tiene, en fin, toda la historia de la civilización, y gracias a ella sobrevive y se salva. Hay un canto a la vida primitiva, de acuerdo. Pero no es un canto al buen salvaje. Si acaso Viernes representa a ese arquetipo, tan característico de la época de la Ilustración. Viernes, con su perfecta inocencia. Una inocencia tan redonda, que no puede dar lugar al mal. Cuando Viernes comprueba que los salvajes enemigos que los seguían, a él y a su recién adquirido amo, yacen a su merced, les asesta el golpe de muerte sin ninguna complicación moral, y luego, tranquilamente, entierra los cadáveres con la intención de volver por ellos más tarde y devorarlos. ¿Maldad? Ni por asomo. Las cosas le salen tan espontáneas -tan bien contadas- a Defoe, que ni siquiera tiene que tomarse el trabajo de persuadirnos de que Viernes no es perverso. Lo vemos. Lo palpamos. Es el buen salvaje.



Pero en cuanto a Robinsón, es el hombre a cuyos pies se extienden, con la mayor firmeza, siglos y más siglos de progresos, de refinamientos, de avances. Robinsón se afianza en ellos. Gracias a ellos produce, en su ínsula olvidada, todo un pequeño mundo a imagen y semejanza del otro, del que dejó más allá del Atlántico. Falta el contacto real con sus semejantes, pero está el contacto con sus obras, tal vez menos real pero sin duda tan eficaz como el otro. Y está también la nostalgia de los prójimos de carne y hueso, aunque en un lugar menos principal y angustioso. Robinsón añora a los suyos. "Como el tema del río en el mar, el tema de Robinsón es la sociedad, en la que se afana por desembocar algún día." “ Acaso no tanto como afanarse. Hay que recordar que el náufrago -y lo mismo aconteció en la realidad con Selkirk- no corrió al encuentro de sus salvadores. Procedió con una parsimonia que bien podría encubrir cierta desgana. Como tristeza por dejar la isla.





SWIFT.-Los viajes de Gulliver



La primera edición de Gulliver's Travels (cuyo verdadero título es Travels into several remote nations of the world, in four parts, by Lemuel Gulliver) apareció en 1726 y obtuvo un éxito extraordinario. Un informe de la época señala que se vendieron 10000 ejemplares en tres semanas. Swift siguió el modelo de un auténtico libro de viajes, los Voyages del marinero y pirata William Dampier. Un dato interesante para la historia de la literatura es que Dampier había recogido en la isla de Juan Fernández al náufrago Alexander Selkirk, cuya estancia solitaria de cuatro años en la isla sería la inspiración de Robinson Crusoe.



Guiliver's Travels se divide en cuatro partes bien diferenciadas. Las dos primeras («A Voyage to Lilliput» y «A Voyage to Brobdingnag») son las más conocidas, y el hecho de que una transcurra en un país de seres diminutos y otra en una tierra de gigantes ha dado origen a esa idea absurda de encuadrar a Gulliver's Travels dentro de la literatura infantil. Los cuatro viajes son radicalmente diferentes entre sí, y el viajero Lemuel Gulliver, la perfecta tabula rasa del empirismo, satiriza aspectos diferentes de la naturaleza humana y social.

El primero de los viajes a la isla de Lilliput parodia la política inglesa contemporánea, el sistema parlamentario y las intrigas y privilegios de la corte. La estancia de Gulliver en Lilliput está llena de alusiones a la política inglesa de la época (no hay que olvidar que Swift tomó partido a favor de los tories frente a los whigs).



En «A Voyage to Brobdingnag», el país de los gigantes, aparecen ya muestras de esa repulsión hacia el cuerpo humano que alcanzará expresión máxima en la cuarta parte. El horror de Swift por las funciones corporales, le ha valido el calificativo de misántropo, aunque el propio Swift matizaba su actitud en carta dirigida a Pope: «But principally I hate that animal called man, although I heartily love John, Peter, Thomas and so forth».

En el segundo de los viajes, Swift aproxima su ojo, es decir, la «persona» literaria que es Gulliver, al otro extremo del telescopio, y el mundo cambia vertiginosamente de dimensión. Vistos en su nueva magnitud, los actos físicos y morales de los habitantes de Brobdignac se ven deformados, desfigurados, y su armonía y articulación desencajada. En este viaje, en el que se consiguen los efectos del surrealismo, las intenciones paródicas y críticas de Swift son más difusas que en el primero, y el autor inicia su dolorosa peregrinación hacia las profundidades del mal, hacia la expresión simbólica, en términos de un aparente realismo, de la perversión intrínseca e irreversible de la vida humana.




«Debo confesar que jamás nada me ha dado tanto asco como la vista de aquel pecho monstruoso ... El pezón abultaba casi la mitad de mi cabeza y su color y el de la ubre era tan abigarrado de lunares, granos y pecas que nada podría encontrarse más nauseabundo ... Esto me hizo reflexionar sobre la finura de la piel de nuestras damas inglesas, que nos parece tan bella porque ellas son del mismo tamaño que nosotros y sus defectos no se ven más que con lupa» (Segunda parte, cap. 1).



La parte tercera de Gulliver's Travels es la menos unitaria, ya que comprende los viajes a Laputa, Balnibarbi, Glubbdubdrib y Luggnagg. En Glubbdubdrib, la isla de los magos, Gulliver habla con César, Bruto, Sócrates, Epaminondas y otras figuras del mundo clásico. La contemplación del Senado romano y de un parlamento contemporáneo da pie a una reflexión sobre la degeneración de la raza.

El tercer viaje es contradictorio y paradójico, pero concreto, como el primero, en la medida en que el autor limita su burla despiadada a los sabios, científicos y matemáticos que invaden la famosa Royal Society de Londres, y que investigan los más absurdos proyectos. Swift cumple sus objetivos críticos y paródicos con menos eficacia que en los otros tres viajes, y este tercero resulta el menos universal de ellos.

En el cuarto viaje, en cambio, la burla adquiere magnitudes nuevas. El juego de las paradojas estilísticas literarias, y de los niveles subversivos, cobra un sentido claro desde la perspectiva no menos fantástica, pero muy seria y abrumadoramente pesimista del final, del resumen síntesis swiftiano sobre lo que el autor interpreta ser la condición humana. Swift ha ido poco a poco perdiendo las ganas de continuar su complicado juego de humor y sutilezas, y se enfrenta por fin directamente al horror de la condición humana en la fantasía de los yahoos, unos humanoides abyectos. El libro para niños, el juego fantástico para cortesanos, damas y caballeros de tamaños y opiniones diversas, concluye con una consideración despiadada y desesperanzada sobre la virtud humana.



Frente a la creciente confianza en la bondad del ser humano no corrompido por la sociedad, Swift insiste, sobre todo en el cuarto de los viajes que realiza Gulliver a la tierra de los yahoos, en la corrupción intrínseca del ser humano, y contradice el optimismo progresista e incipientemente romántico de los tiempos.



EL CUARTO VIAJE



Hemos observado cómo se desencadena de inmediato la antipatía de Gulliver hacia el animal humano cuando lo ve sin el adorno de la ropa o de la civilización, y veremos que, únicamente cuando los caballos (houyhnhnms), ansiosos por conocer la naturaleza de Gulliver, le yuxtaponen a uno de esos animales (que ellos llaman “yahoos”, aceptará con horror que ese «abominable animal tenía una perfecta figura humana» (cap. 2). Sólo desea nuestro viajero salvarse de la identificación con los yahoos y, dado que los caballos consideran que su ropa es una cobertura natural y una «diferencia» que dificulta su definición, la ropa asume una importancia vital para Gulliver, el signo externo y visible de lo que quiere que sea diferencia intrínseca entre él y los yahoos. Cuando se descubre el «engaño», y Gulliver expone las razones por las que los de su especie se cubren el cuerpo («tanto por decencia como para guardarse de las inclemencias atmosféricas», cap. 3) la sorpresa de los houyhnhnms pone de manifiesto que el concepto de «naturaleza» de Gulliver está quebrado, pues cómo «iba [la Naturaleza] a enseñarnos a mantener oculto lo que la Naturaleza había dado» (cap. 3), y se hace evidente la confrontación entre el estilo de vida europeo, «real» pero artificial, y el de los caballos, «ficcional» pero natural. A su vez, el amo-houyhnhnm concluye, después de ver a Gulliver completamente desnudo, que «era un perfecto yahoo» (cap. 3), y el texto va dejando claro que ni la ropa (el pequeño engaño de Gulliver), ni la limpieza (no es tan sucio como los yahoos), ni la belleza (ni tan mal formado como ellos), ni la eficacia de su cuerpo (muy escasa de acuerdo con el amo-houyhnhnm) hacen al hombre (cap. 4).

Una vez establecida la identidad física de Gulliver con lo yahoos, éste debe mostrar su racionalidad y la de sus congéneres para poder escapar a la identificación completa con los repugnantes brutos, pero su pretensión se viene abajo muy pronto ya que la sola descripción de su tripulación (cap. 4) constituye un catálogo completo de los vicios humanos;, y para cuando termina su informe sobre la situación general de Europa y de su propio país (caps. 5 y 6), queda claro que nuestro viajero ya no estaba interesado en guardar las apariencias, que había renunciado a la defensa de sus congéneres y que solamente deseaba poder unir su destino al de los houyhnhnms: «No llevaba un año en aquel país cuando ya había cobrado un amor y reverencia tales a los habitantes, que adopté la firme resolución de no volver jamás a la especie humana y pasar el resto de mi vida en la contemplación y ejercicio de toda virtud entre aquellos admirables houyhnhnms» (cap. 7).

Como en el segundo viaje, las cuestiones fundamentales se plantean en éste mediante las conversaciones entre Gulliver y su anfitrión, o mejor ahora su «amo», como le llama Gulliver, en consonancia con la completa inversión de roles hombre-caballo que se lleva a cabo en esta parte. Gulliver vuelve a los mismos temas que trató con el rey gigante (la guerra, la ley y el derecho, el comercio, la medicina, el ministro principal del Gobierno y la nobleza) pero, en lugar de defender las vanidades de la sociedad inglesa, como había hecho entonces, aquí ha asumido plenamente el papel de satírico y pone de manifiesto con frialdad implacable el horror de aquella civilización.





La conversión de Gulliver al punto de vista de los houyhnhnms es tan absoluta que resuelve «no volver jamás a la especie humana» (cap. 7) y vivir dichosamente entre ellos.

Concluida la narración de sus viajes, el viejo misántropo se despide despotricando de la naturaleza envilecida del hombre, y asegurando que sus experiencias responden a la más escrupulosa verdad. Como han venido haciendo los satíricos desde la antigüedad, justifica su ingrato arte en la finalidad moral («mi único propósito es el bien público»; cap. 12) y vuelve, con mayor fuerza que nunca, a su papel de satírico en este último capítulo, donde cada párrafo requiere del lector un reajuste de posición al mezclarse en él la broma y la verdad, la ironía y el ataque directo.

Lo que Suwift hace, por tanto, en este cuarto viaje, es poner a prueba esta definición tradicional, homo est animal rationale, de manera característicamente minuciosa. Su imaginación literalizadora carga la frase animal rationale con todo el significado que puede soportar, de modo que es la razón pura e incorrupta, una facultad que no permite opiniones ni disputas sino que conduce inmediatamente a la certeza, la que gobierna a los caballos, representación concreta y literal del animal rationale.

Nos encontramos, por tanto, con que los houyhnhnms no pueden por menos de actuar con racionalidad, pero los yahoos no pueden más que servir a sus apetitos, lo que equivale a decir que ambos seres viven de acuerdo con una naturaleza diferente y más simple que la del hombre; comparten ambos la misma incapacidad para la elección y carecen asimismo de responsabilidad, ya que son la presencia del conflicto y la capacidad para el cambio las que obligan al hombre a la elección moral, algo que, consecuentemente, sólo un ser en la isla puede realizar: Gulliver.



La utopía en el cuarto viaje

El modelo racional de vida de los houyhnhnms tiene muchos rasgos en común con las comunidades utópicas más conocidas, muy especialmente con la República de Platón y la Utopía de T. Moro, pero es importante subrayar que, con independencia de cuáles sean sus modelos, se trata de un «buen lugar», de una «eu-topía» excepcionalmente pura, de gran simplicidad y ascetismo, en la que Gulliver encuentra el ideal para el que sus anteriores viajes le han preparado.

Los houyhnhnms representan el polo de una antinomia: «la perfección de la Naturaleza», frente a la repulsividad del hombre yahoo, y tanto Gulliver como ellos mismos se esfuerzan en señalar dónde reside su perfección física, mental y moral . Sin embargo, descubrimos que los racionales houyhnhnms carecen del problema fundamental que lleva a los hombres a escribir utopías, el de la potencialidad humana para el mal, el mismo que llevó a Sócrates a construir su Estado ideal ; por el contrario, estos seres no pueden concebir nada maligno y no necesitan luchar para alcanzar la virtud pues, aunque la corrupción, encarnada en los yahoos, existe en su civilización, estos no suponen tentación o amenaza alguna. Como la «edad de oro», su utopía les ha sido dada, no ha sido creada en términos aplicables a la condición humana , y está claro que la distancia entre este ideal y la realidad del hombre, tal como Swift la conocía, es completamente insalvable.

Recuérdese que la utopía, frente a otras sociedades ideales, es un logro humano. No depende de la intervención divina (la «edad de oro», el «paraíso terrenal» o «el milenio») es, en todo caso, una secularización del mito del paraíso que pasa a ser «un paraíso hecho por el hombre, una usurpación de su [de Dios] omnipotencia»




En armonía con la metafísica platónica que inspira a Swift, su viajero queda alienado tras la visión de la realidad del Bien en un país fantástico y de la irrealidad de la vida diaria en su Inglaterra reales, y frente a la solución que presenta Gulliver (separarse de la especie humana y retirarse a Utopía y al país de los houyhnhnms), Swift proponen vivir en el mundo manteniendo la utopía como una ciudad de la mente, como había hecho ya Platón. La república de los houyhnhnms aparece, desde esta perspectiva, como una encarnación de la utopía de corte clásico, aquella que se sitúa sólo en la mente y cuya función es la de enjuiciar el presente mediante “un ideal inmutable", a diferencia de las utopías «modernas», las que, a medida que la idea del progreso se fue incorporando al tiempo histórico, se escribieron con la esperanza de su realización en un futuro más o menos cercano. Lleva, en efecto, la república de los caballos racionales todas las marcas de las utopías «antiguas», ahistóricas, estáticas y eternas, de esas ciudades pensadas para la mente y no para un nuevo «paraíso terrenal» hecho por el hombre. Pero el ideal trascendente, que se presentaba realizado en las utopías «clásicas», aparece ahora encarnado en unos seres aún mucho más alejados del hombre y de sus posibilidades que los habitantes del Estado imaginario de Platón . Los de Swift son seres angélicos, no tocados por el pecado original, seres que no han de hacer frente a la maldición.

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