Tema XIX. La consolidación de una nueva forma de escribir.


19.- La consolidación de una nueva forma de escribir. Estudio de las nuevas técnicas narrativas

1.       Nuevas técnicas narrativas.

2.       Los grandes innovadores de la novela: Joyce, Proust, Kafka.

3.       Análisis de La metamorfosis

 

NUEVAS TÉCNICAS NARRATIVAS

La novela decimonónica contaba una historia protagonizada por unos personajes destacados y se desarrollaba en un período de tiempo, por lo general extenso y bien determinado. En el siglo xx la novela se ha convertido en un complejo instrumento de conocimiento y percepción, que cuestiona el modo de captar la realidad e incluso la función del autor que escribe la narración. El género ha tratado de adaptarse a los nuevos tiempos: la teoría de la relatividad, el psicoanálisis, las teorías socialistas y los grandes cambios estéticos de las vanguardias han proporcionado nuevas maneras de ver el mundo y el hombre; en consecuencia serán necesarios nuevos procedimientos narrativos para reflejarlo. La novela de la segunda mitad del siglo xx no se podría entender sin analizar la renovación narrativa iniciada a comienzos del siglo por Marcel Proust, James Joyce y Franz Kafka. Desde entonces la novela ha sufrido tales transformaciones que hacen dificil definir este género en el siglo xx.

El argumento, cuestionado

Desaparece la preocupación por el argumento clásico, con su planteamiento, nudo y desenlace. En ocasiones la historia llega a desaparecer o es sustituida por fragmentos que el lector deberá reconstruir para comprenderla. Importará más cómo se cuenta que el argumento en sí; en la novela prevalece la presentación de problemas y mundos interiores.

Frente al realismo de la novela decimonónica, la novela actual da entrada a lo imaginativo, lo alucinante, lo irracional y lo onírico; la obra de Franz Kafka, de William Faulkner y la de los narradores hispanoamericanos son buenos ejemplos.

Personajes colectivos

El personaje deja de ser el héroe central en torno al cual gira el relato y se convierte en un elemento más de éste. El narrador ofrece pocos rasgos del personaje; en algunas ocasiones no se conoce ni su nombre o sólo se conserva de él la inicial, como en El castillo de Franz Kafka donde el protagonista se llama K. El personaje colectivo interesa más a la nueva novela; el hombre masa ha sustituido al antiguo héroe individual. John Dos Passos con su novela Manhattan Transfer y Thomas Mann con La montaña mágica son pioneros en la incorporación del protagonista colectivo. En la narrativa española hay que destacar La colmena (1951) de Camilo José Cela.

Tiempo y espacio

En la novela tradicional el relato seguía una presentación de los hechos cronológica y lineal. Los novelistas del siglo xx han prestado gran atención a los aspectos temporales. El desorden cronológico se ha convertido en uno de los rasgos estructurales más característicos de la novela actual, es decir, se ha roto la linealidad temporal, intercalando el pasado en el presente, como consecuencia del funcionamiento, no siempre ordenado, de la memoria. En la novela En busca del tiempo perdido de Marcel Proust las alteraciones temporales llegan a la fusión del pasado y presente en un único tiempo. Las técnicas cinematográficas han facilitado esta nueva concepción del tiempo mediante recursos como la fragmentación del relato en planos o secuencias casi independientes y el «flash back» (salto atrás, del presente al pasado).

 Otro aspecto que se ha modificado desde la aparición del Ulises de Joyce es el tiempo externo del relato, que se ha concentrado en unos pocos días e incluso horas. La reducción da mayor complejidad a la narración. La obra de Joyce dura escasamente un día; en las Opiniones de un payaso del alemán Henrich Böll se narra una historia que dura cinco horas, pero a lo largo de ellas el personaje reflexiona y recuerda toda su vida anterior.

Las innovaciones en el tratamiento del tiempo han determinado una modificación en el concepto de espacio. En muchas novelas la ubicación también se reduce y en ocasiones el espacio es puramente interior, el del propio protagonista.

Narrador y punto de vista

La novela del siglo xx ha intentado huir del narrador omnisciente (aquel que todo lo sabe, tanto con respecto al exterior como al interior de los personajes). Se trata de dar una visión que esté de acuerdo con los mecanismos humanos de percepción y captación del mundo. Algunos novelistas han reivindicado la total imparcialidad del narrador, para evitar que se inmiscuya en el relato. El narrador actúa como una cámara cinematográfica que limita el campo de sus conocimientos y no cuenta más que lo que ve; no profundiza en la interioridad de los personajes, ya que considera que sólo se les puede conocer desde fuera, por sus gestos, actos o palabras.

La nueva novela también ha empleado con frecuencia la narración en primera persona; de esta manera se transmite una visión limitada de la realidad, algo parecido a lo que ocurre en la vida real. En la segunda mitad del siglo xx se creó la narración en segunda persona, desde el «tú», y no desde la primera o la tercera persona de la novela tradicional. Esta segunda persona suele aparecer en novelas de carácter confesional, en las que el protagonista se dirige a sí mismo como si desdoblara su personalidad.

Una estructura muy usada en el siglo xx es el multiperspectivismo: la visión del mismo hecho, o del mismo personaje, desde diferentes perspectivas, no siempre coincidentes y a menudo divergentes. Cada perspectiva puede diferenciarse de las restantes, no sólo por lo que el narrador sabe, sino por cómo lo dice y por el tono de su voz. Con las diferentes perspectivas se consigue hacer dudar al lector y que él mismo acabe adoptando su propia visión sobre lo narrado. El autor intenta demostrar que no existe una verdad, sino diversas verdades.

 El monólogo interior

La eliminación del narrador y la desaparición del interés argumental (o al menos la disminución de su importancia) traen como consecuencia el predominio de lo técnico sobre lo temático. Una de las técnicas más usadas es el monólogo interior, que consiste en reproducir (usando la primera persona) los pensamientos de un personaje, tal como brotarían de su conciencia, es decir, sin someterlos a un orden racional o a una sintaxis lógica.

De esta manera, el lector entra en contacto directo con la vida psíquica del personaje. No hay que confundirlo con el monólogo tradicional (soliloquio) que es un diálogo del personaje consigo mismo y que se atiene a un orden racional y a una sintaxis lógica. Mediante el monólogo interior, los novelistas indican el desordenado fluir de la conciencia eliminando en la escritura los signos de puntuación y las estructuras gramaticales. El monólogo interior fue utilizado con gran maestría por James Joyce en Ulises,por William Faulkner y por             Virginia Woolf.

 

Renovación estilística

Se tiende a borrar la tradicional separación entre el lenguaje narrativo y el poético. Los límites de la novela han desaparecido y en ella tienen cabida los textos periodísticos, los anuncios, los informes... La tipografía se carga de valores expresivos, desaparece la puntuación ortográfica, se utilizan diversos tipos de letra, distintos idiomas. Algunos autores han conseguido efectos singulares jugando con los artificios tipográficos.

Nuevas estructuras

En la estructura externa se aprecian cambios como la desaparición en ocasiones de la división en capítulos, surgiendo así la secuencia (fragmentos de texto separados por espacios en blanco). En la estructura interna hay nuevas técnicas corno el contrapunto, que consiste en presentar varias historias que se combinan y alternan. Cuando son muchas las anécdotas y los personajes, se habla de técnica caleidoscópica, por ejemplo La colmena de Camilo José Cela.

 

 LOS GRANDES INNOVADORES DE LA NOVELA: JOYCE, PROUST Y KAFKA

 

JOYCE: EL MONÓLOGO INTERIOR

James Joyce (1882‑1941) nació en Dublín en el seno de una acomodada familia numerosa que se empobreció progresivamente. La ciudad de Dublín y la educación religiosa son claves de su obra. Los problemas de vista, la creciente afición al vino y los trastornos mentales de su hija le sumieron en una profunda tristeza.

Antes de publicar Ulises en 1922, Joyce había escrito una colección de cuentos titulada Dublineses (1914) y la novela Retrato del artista adolescente (1916), relato de aprendizaje en el que ya aparecen temas y personajes recurrentes en su obra. El protagonista, Stephen Dedalus, realiza un auténtico descubrimiento de sí mismo a través de las distintas etapas de su evolución vital. La novela se compone de cinco capítulos con análoga estructura: cada uno de ellos inicia una nueva experiencia que concluye con una caída; ahora bien, cada fracaso supone, sin embargo, un paso adelante en el camino del autoconocimiento. Cuando Stephen acaba conociendo su condición de artista, asume la soledad y el aislamiento que conlleva la creación. Esta obra es una reflexión sobre la función del arte y del artista en el siglo xx.

Ulises, la novela rompecabezas

Ulises constituye una absoluta ruptura con la narrativa tradicional, acaso la más profunda revolución jamás realizada en la novela. Narra un día en la intrascendente vida de tres personajes, Stephen Dedalus (protagonista de la novela anterior), Leopold Bloom y la mujer infiel de este último, Molly. La novela se desarrolla en un período de tiempo muy reducido, durante dieciocho horas de un 16 de junio de 1904. El marco de la acción es Dublín. La trama principal se centra en el ir y venir del señor Bloom mientras resuelve las pequeñas tareas de ese día, pero la acción se intensifica con la incorporación de otros personajes. Conoce al joven Stephen (tratado con mucha ironía en esta novela: ahora es la caricatura de un artista) en un prostíbulo y, desde ese momento, se entrecruzan sus vidas, pues pasa a actuar en la novela como “padre” del joven. La obra funciona como una parodia de la estructura de la Odisea de Homero: Bloom sería un Ulises contemporáneo que cruza los mares de la vida cotidiana, es encontrado por su hijo Telémaco (Stephen), que lo salva de Circe (en el burdel) y vuelve, después de tan arriesgada aventura, a los brazos de su esposa Molly, que le ha sido infiel (en necesario contrapunto con la fiel Penélope de la Odisea).

La experimentación lingüística se convierte en un elemento fundamental de la novela; abarca todos los recursos posibles, pero sobre todo se centra en el monólogo interior. Con esta técnica capta y transmite la acción interior del personaje (sus sentimientos, ideas y recuerdos), su voz mental que nunca cesa y que no tiene pudor ante nada. Al exponer los pensamientos de los personajes, está desnudándolos como nunca se había hecho. Muestra que el hombre es humano por ser hablante y que la vida mental sólo se desarrolla apoyándose en las palabras. En la novela se mezclan estilos y registros diversos, desde el más culto al más vulgar; alterna géneros literarios y muestra diferentes puntos de vista, en ocasiones opuestos.

 

 PROUST: LA DISTORSIÓN DEL TIEMPO

 

Marcel Proust (1871‑1922) nació en París en una familia de la alta burguesía, lo que le permitió una esmerada educación. Era un esnob frecuentador de salones aristocráticos, con entreveladas inclinaciones homosexuales. Tras la muerte de su madre en 1906 tiene una crisis que le lleva a aislarse en un cuarto y refugiarse en la literatura.

Su gran obra En busca del tiempo perdido fue publicada entre 1912 y 1927. Está dividida en siete libros: Por el camino de Swann, A la sombra de las muchachas en flor; El mundo de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La Prisionera, La fugitiva y El tiempo recobrado. Es uno de los monumentos de la literatura moderna. Es, en cierto modo, una novela circular: narra la infancia, adolescencia, juventud y madurez de un hombre que quiere escribir una novela, pero no se considera capaz, o siente pereza y lo va dejando para más tarde. Al final del último libro comprenderá que ha llegado el momento de ponerse a escribir.

Tras múltiples desilusiones y decepciones, el protagonista‑narrador se dedicará a la única actividad que no puede decepcionarle: la literatura y el arte. Considera la creación literaria como la actividad más sublime del espíritu, puesto que ordena el pasado y saca a la luz la esencia y la verdad del mundo. Uno de los grandes méritos de Proust es la creación de numerosos personajes; algunos son secundarios y episódicos pero otros están perfectamente caracterizados. Crea hablas individuales características de cada persona, mediante las cuales consigue plasmar una dicción particular, un léxico, unos tics. Como la acción de la novela tiene lugar a lo largo de muchos años, se ve cómo cambian de aspecto físico, de forma de hablar y de pensar.

El narrador: héroe, actor y espectador

La novela, salvo raras excepciones, está escrita en primera persona, pero no debe ser identificada con el autor. Proust pretendía que su novela no fuera entendida como una autobiografía. Del narrador‑personaje de la novela sabemos que no tiene ocupación alguna, que lleva una vida mundana asistiendo a los más conocidos salones aristocráticos y burgueses de su época, que intenta escribir una novela y que presenta como únicas condiciones físicas un aspecto pálido y una salud débil. A lo largo del extenso relato el narrador muestra cómo cambia su visión del mundo desde la niñez hasta la madurez. Acaba decepcionándose del amor y de la sociedad aristocrática.

La búsqueda de un tiempo subjetivo

El tiempo constituye uno de los elementos principales de la obra. Proust se dedicó a conquistar el tiempo pasado. En el recuerdo, en la contemplación y en el arte Proust encontró la única manera de poseer la vida. Distingue entre memoria voluntaria, mediante la que reclamamos a nuestra inteligencia elementos o datos del pasado, pero que sólo proporciona imágenes aisladas, y la memoria involuntaria, que brota espontáneamente por una sensación, vivida anteriormente, que actúa de estímulo. El narrador llega a descubrir que todo nuestro pasado permanece vivo, oculto de una forma u otra dentro de nosotros, y puede ser rescatado, involuntariamente, mediante percepciones sensoriales, o por la intervención del arte. Por ejemplo, el narrador siente una gran felicidad cuando moja una magdalena en el té; analizando las causas de este sentimiento recuerda cuando en su niñez realizaba este acto y vuelve a revivir el pasado

Además de la crónica de una vocación literaria, la obra es una comedia social en la que la aristocracia decadente termina por rendirse ante la clase media, y donde los vicios y falsedades de uno y otro grupo aparecen revelados implacablemente. El amor heterosexual y homosexual, es analizado con crueldad en varias ocasiones.

 

 

 

 

KAFKA: UN MUNDO ABSURDO Y ANGUSTIOSO

 

Franz Kafka (Praga; 1883‑1924) refleja la distancia que existe entre el mundo y el hombre. Su concepción del mundo, basada en la minuciosa descripción del absurdo y el horror, inspiró a los existencialistas, que aparecieron tras la Segunda Guerra Mundial, y al teatro del absurdo, que surgió en los años cincuenta.

La biografía de Kafka es un factor primordial para comprender su obra. Perteneció a una familia judía acomodada que se había asimilado a la burguesía alemana. Kafka creció en una encrucijada de culturas ‑eslava, alemana y judía‑, sin identificarse del todo con ninguna. Criticará a su padre la pérdida de identidad, el no haber crecido en un terreno firme que pisar. Todos estos reproches se encuentran en Carta al padre. Tras doctorarse en derecho, se convierte en empleado de una compañía de seguros, trabajo que no le gustaba porque entorpecía su vocación literaria. Kafka fue un inadaptado que vivió completamente volcado en la escritura. Antes de morir ordenó que toda su obra fuera destruida, pero su amigo Max Brod no cumplió sus deseos y llegó a publicar incluso sus cartas y diarios. Hay que destacar Cartas a Felice (mujer con la que se comprometió dos veces aunque en ambas ocasiones Kafka anuló el compromiso) y Cartas a Milena (la mujer que tradujo algunos relatos de Kafka).

En sus novelas no le interesa la historia narrada sino su significado alegórico. Los personajes son entidades simbólicas, ficciones o parábolas, siempre sorprendentes. Sus obras reflejan las angustias del hombre contemporáneo. El sentimiento que se transmite es el de hallarse en un mundo sin explicación, regido por no se sabe quién; un mundo que somete, condena o degrada a la persona. En 1913 publica La metamorfosis, novela cuyo protagonista despierta convertido en un insecto, condición monstruosa y absurda que tendrá que aceptar como algo inevitable. Al año siguiente comienza a escribir la angustiosa novela de El proceso, en la que un tal Joseph K. se ve procesado sin llegar a saber nunca por qué, perdido en un laberinto de leyes y procedimientos enigmáticos. De esta novela hizo una magnífica adaptación cinematográfica Orson Wells en 1962, en la que capta perfectamente el complejo de culpa del personaje kafkiano. No menos angustiosa es El castillo (1921): un agrimensor llamado también K. ha sido contratado para trabajar en un castillo en el que nunca podrá entrar; tampoco sabrá qué trabajo se le pedía, ni quién es el terrible señor que domina a las gentes del lugar.

 

KAFKA  LA Metamorfosis

 

Nacido en 1883, Franz Kafka procedía de una familia judía germanohablante establecida en Praga, Checoslova­quia. Es el escritor alemán más grande de nuestro tiempo. Estudió leyes en la universidad alemana de Praga, y a partir de 1908 trabajó como empleado en las oficinas de una compañía de seguros. Casi ninguna de sus hoy famosas obras, como El proceso (1925) o El castillo (1926), fueron publica­das en vida. La más grande de sus narraciones cortas, La metamorfosis, fue escrita du­rante el otoño de 1912 y publicada en Leipzig en octubre de 1915. En 1917 escupió sangre, y el resto de su vida, que se prolongó durante siete años, estuvo jalonado por perió­dicas estancias en sanatorios centroeuropeos. En esos últi­mos años de su breve existencia (murió a la edad de cua­renta y dos años), vivió una feliz aventura amorosa con su amante en Berlín, en 1923. En la primavera de 1924 ingresó en un sanatorio próximo a Viena, donde murió el 3 de junio, de tuberculosis de la­ringe. Fue enterrado en el cementerio judío de Praga. Pi­dió a su amigo Marx Brod que quemara todos sus escritos, incluso los textos publicados. Afortunadamente, Brod no cumplió los deseos de su amigo.

Quien más influyó sobre Kafka, desde un punto de vista literario, fue Flaubert. Flaubert, que odiaba la prosa preciosista, habría aplaudido la actitud de Kafka para con su herramienta. A Kafka le gustaba extraer sus términos del lenguaje del derecho y de la ciencia, dándole una espe­cie de precisión irónica, sin intrusiones de los sentimien­tos personales del autor; éste fue exactamente el método utilizado por Flaubert para conseguir un efecto poético singular.

El protagonista de La metamorfosis es Gregor Samsa, hijo de unos padres de la clase media de Praga,  sólo interesados en el aspecto material de la vida, en suma, unos seres de gustos vulgares. Unos cinco años antes, el viejo Samsa había perdido gran parte de su fortuna, por lo que su hijo Gregor se vio obligado a colo­carse en la empresa de uno de los acreedores del padre, y convertirse en viajante. Su padre entonces dejó de traba­jar, su hermana Grete era demasiado joven para hacerlo, y su madre estaba enferma de asma. De modo que Gregor no sólo sostiene a la familia entera, sino que también les ha buscado el piso en el que ahora viven. Este piso, uno de tantos de un edificio de apartamentos, situado en Char­lottestrasse para ser exactos, está dividido en segmentos, como se dividirá él mismo más adelante. Estamos en Praga, Europa central, en el año 1912; el servicio está ba­rato, de forma que los Samsa pueden permitirse tener una doncella, Anna, de dieciséis años (un año más joven que Grete) y una cocinera. Gregor está casi todo el tiempo fuera, viajando; pero al iniciarse el relato, se encuentra pasando la noche en casa, entre dos viajes de negocios; y en­tonces sucede algo espantoso:

 «Al despertar Gregor Samsa una mañana de un sueño intranquilo, se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba ten­dido sobre su espalda dura, como blindada, y al levantar la cabeza un poco, pudo ver su vientre oscuro y abombado, dividido en callosidades onduladas, cuya altura apenas si podía sostener la colcha, a punto de escurrirse del todo. Sus numerosas patas, lastimosamente delgadas compara­das con el resto del cuerpo, se agitaban impotentes ante sus ojos.

 "¿Qué me ha ocurrido?", pensó. No era un sueño...»

Ahora veamos: ¿cuál es exactamente el «bicho» en que el pobre Gregor, oscuro viajante de comercio, se ha con­vertido de repente? Por supuesto, es de la especie de los artrópodos, a la que pertenecen las arañas, los ciempiés y los crustáceos. Si las «numerosas patitas» a que alude al principio son más de seis, entonces Gregor no sería un in­secto desde el punto de vista zoológico. Pero  un hombre que se despierta tumbado de espaldas y descu­bre seis patas agitándose en el aire puede imaginar que son suficientes como para decir «numerosas». Por tanto, supondremos que Gregor tiene seis patas, y que es un in­secto.

La siguiente cuestión es: ¿qué insecto? Los comentaris­tas dicen que una cucaracha; pero esto, desde luego, no tiene sentido. La cucaracha es un insecto plano de grandes patas, y Gregor es todo menos plano: es convexo por las dos caras, la abdominal y la dorsal, y sus patas son pe­queñas. Se parece a una cucaracha sólo en un aspecto: en su color marrón. Aparte de esto, tiene un tremendo vien­tre convexo, dividido en dos segmentos, con una espalda dura y abombada que sugiere unos élitros. En los escara­bajos, estos élitros ocultan unas finas alitas que pueden desplegarse y transportar al escarabajo por millas y millas en torpe vuelo. Aunque parezca extraño, el escarabajo Gregor no llega a descubrir que tiene alas bajo el capara­zón de su espalda. Además, posee fuertes mandíbulas. Utiliza estos órganos para darle la vuelta a la llave en la cerradura, erguido sobre sus patas traseras, sobre el tercer par (un fuerte par de patas), lo que nos da una idea de la longitud de su cuerpo: unos tres pies. En el transcurso del relato, se acostumbra poco a poco a utilizar sus nuevos apéndices: sus patas y sus ante­nas. Este escarabajo marrón, convexo, del tamaño de un perro, es ancho.

En el texto original alemán la vieja asistenta le llama Mistkäfer, «escarabajo pelotero». Es evidente que la buena mujer añade el epíteto con intenciones amistosas. Técnica­mente, no es un escarabajo pelotero. Es sólo un escarabajo grande ( añadiremos que ni Gregor ni Kafka lo ven con ex­cesiva claridad).

Examinemos más de cerca la transformación. El cambio, aunque tremendo y horroroso, no es tan singular como podría suponerse a primera vista. Cuando nos acostamos en una cama rodeados de un am­biente extraño, tenemos propensión a experimentar un momentáneo desconcierto al despertarnos, una súbita sen­sación de irrealidad; experiencia que debe acontecerle una y otra vez a un viajante de comercio, ya que esta forma de vida le impide adquirir un sentimiento de conti­nuidad. La sensación de realidad depende de la continui­dad, de la duración. Por otro lado, el aislamiento y la extrañeza ante la llamada realidad son en definitiva características constantes del artista, del genio, del descubridor. La familia Samsa que rodea al insecto no es otra cosa que la mediocridad que ro­dea al genio.

 

 

La metamorfosis. El insecto o la anulación del yo: ¿una idea original?

 

En general, la obra narrativa de Kafka puede definirse como metaforización, con distintas variantes, de su propia problemática existencial. En este relato la metáfora de la cosificación o despersonalización del individuo en la sociedad moderna se concreta en el proceso de una metamorfosis que se produce en la figura de su protagonista. Kafka recurre por tanto a un procedimiento retórico que no es ajeno a la tradición li­teraria. Como antecedente clásico podría citarse Las metamorfosis de Ovidio, o inclu­so El asno de oro de Apuleyo. Sin embargo con este relato Kafka no pretende inscri­birse en dicha tradición y, de hecho, son varios los aspectos que lo distancian de ella. En primer lugar se trata de la transformación de un ser humano, la del viajante Gre­gor Samsa, en animal (insecto), mientras que en la tradición lo usual es la personaliza­ción de animales. Pero lo sorprendente para el lector es el hallazgo repentino de una metamorfosis ya cumplida cuando se inicia el relato y, durante algún tiempo, la convi­vencia de dos naturalezas, la humana y la animal, en un mismo ser. Por ello, y ante lo fantástico del hecho, la crítica ha apuntado también posibles modelos inspirativos co­mo Hoffmann, Gogol, e incluso Poe. Sin embargo, la búsqueda de tantas fuentes pue­de alejarnos de la intención del autor respecto a la transformación. Existen modelos que han podido influir, pero hay que buscarlos en el mismo contexto del escritor. En realidad se trata de una imagen que va madurando en su propio universo poético y va salpicando su narrativa.

La idea de una naturaleza ambigua (animal/ser humano) está recogida por Kafka en sus Diarios, en su anotación del día 26-10-1911 sobre la obra teatral yiddish El hombre salvaje del autor hebreo J. Gordin, a cuya representación asiste Kafka el 24 de octubre de 1911. "El hombre salvaje -anota- pronuncia parlamentos humanamente imprecisos". Pero existen otros elementos en la obra, asimismo anotados por Kafka, que pueden ser indirectamente relacionados con el futuro relato de La metamorfosis. Además de la imagen del hombre salvaje, Kafka apunta algunos elementos que, com­binados de distinta manera, están también en su relato: una familia presentada en un estado de decadencia económica, un marido rico comerciante, que es un mal padre, y que además ha dejado perder los negocios, así como también la presencia de un hijo joven sin carácter, y la idea del parásito que en la obra yiddisch recae sobre el amante de la madre.

En una carta que remite a Felice Bauer el 17 de noviembre de 1912, parece estar ya en germen el futuro relato, pues en ella le comunicaba su deseo de escribir una pe­queña historia que se le había ocurrido mientras estaba acostado, en un momento de plena relajación. Pocos días después, en otra carta, le insiste sobre lo "repugnante que resulta esta historia del animal". Éste era naturalmente un insecto, idea no antropo­mórfica que ya había utilizado en otro relato anterior, Preparativos de una boda rural, donde puede establecerse el antecedente más inmediato de La metamorfosis y concre­tamente el concepto del insecto. El protagonista, Eduard Raban, es un empleado (condición habitual en muchos de los personajes kafkianos) que, incapaz de afrontar la idea de un futuro matrimonio, se debate en su indecisión de asistir a una merienda en el campo donde le espera su prometida. Por ello, en un estado entre sueño y reali­dad, abatido por el cansancio, piensa en enviar "su cuerpo vestido" mientras su "yo" permanecerá tumbado sobre la cama cubierto con una manta bien oscura. "Cuando estoy en la cama -conjetura Raban- debo tener el aspecto de un gran coleóptero, de un ciervo volador o de una mariquita..."

Asimismo, la Carta al padre está salpicada de estas autocomparaciones con el in­secto para insistir en la condición de insignificancia del hijo respecto al padre, y en la actitud paterna frente a la escritura (o arte) y el hebraísmo ortodoxo. No olvidemos que un insecto es además, dentro de la escala animal, el de rango inferior. Por ello, en la Carta al padre, ante el desprecio de éste por todo lo que el hijo escribe o crea, Kaf­ka recurre a la significativa metáfora del gusano que, "espachurrado por un pie en la parte posterior, llega a liberar su parte anterior y se arrastra de costado". Esta idea del "espachurramiento" (aniquilación) es de hecho una de las primeras imágenes que afloran en la Carta para representar esta confrontación padre-hijo: "se habría podido deducir que me habrías sencillamente aplastado sin dejar traza de mí". Asimismo, la imagen del "insecto repugnante", Kafka recuerda haberla oído en boca de su padre comparándola con el actor J. Löwy y el mundo religioso que éste representa, eviden­ciando por tanto la debilidad del judaísmo paterno. La imagen del insecto sirve así para representar la propia situación espiritual de Kafka, su propia inacapacidad para la vida, pero también, como ha sido destacado por parte de la crítica, para significar la condición general del hebreo occidental. Éstas son pues dos variantes de una misma metáfora que en el relato La metamorfosis adquiere una nueva proyección: la cosifica­ción del hombre ante el trabajo alienador de la sociedad moderna, como ya se ha di­cho al principio.

¿Es entonces el insecto el núcleo fundamental de La metamorfosis? La mejor res­puesta la proporciona el propio Kafka, cuando en el momento de su publicación escri­be al editor Kurt Wolff (25-10-1915) advirtiéndole sobre el motivo de la portada. "Se me ha ocurrido -dice refiriéndose al ilustrador Starke- que quizás quiera dibujar al propio insecto. ¡Esto no, por caridad, esto no!... No se le puede dejar ver ni siquiera desde lejos." Frente a ello sugiere entonces el autor la posible ilustración: los padres o el principal ante la puerta cerrada, o mejor aún, los padres y la hermana en la habita­ción iluminada, mientras la puerta que da a la habitación contigua, toda oscura, per­manecerá abierta.

Esta sugerencia lleva a concluir que el insecto, es decir la transformación de Gre­gor Samsa, es sólo el resultado inmediato de una serie de fuerzas o agentes que lo han determinado. En la interpretación de estos últimos reside la significación del relato. Por ello, el lector no asiste a la metamorfosis, sino al proceso posterior cerrado con la muerte del protagonista que se origina precisamente por la actuación e intervención de dichas fuerzas, de las que ya algo nos ha anticipado la propuesta de Kafka al editor.

 

De la metamorfosis a la muerte: el proceso de anulación del yo

 

Kafka articula el proceso interior de la metamorfosis en tres capítulos o tres actos, por lo que el relato adquiere una marcada estructura dramática.

En el capítulo I el narrador nos introduce de lleno en una situación insólita descri­ta en términos reales: una mañana, al despertarse, Gregor Samsa, viajante de comer­cio, se encuentra transformado en insecto. Como si de una pesadilla se tratara, éste no muestra sorpresa alguna y su pensamiento se centra en las vicisitudes de ese mundo gris del trabajo, su dureza y su inevitable obligatoriedad pues debe trabajar para resar­cir las deudas contraídas por su familia. Al mismo tiempo, intenta adaptarse a las nue­vas condiciones físicas de su naturaleza de insecto. El no poder articular una palabra es atribuido al principio por Gregor a un posible enfriamiento, tan usual entre las gen­tes de su profesión. Pero la pérdida de la palabra posee un valor metafórico, es decir, el primer grado de esa progresiva animalización de Samsa (¿cabría hablar de un anti­darwinismo?) que desembocará en la aniquilación. Se trata, por tanto, de la pérdida de ese instrumento de comunicación que caracteriza al ser humano. Así, Kafka inaugura desde este momento uno de los núcleos significativos (y al mismo tiempo autobiográfi­cos) del relato: la imposibilidad de comunicación entre el sujeto y el mundo exterior. Éste está representado en el relato por el entorno familiar (padre, madre, hermana) y social (el principal del almacén que acude a la casa para conocer el motivo de la au­sencia de Samsa en el trabajo). Un mundo exterior, por tanto, en oposición al mundo interior que significa Gregor (su conciencia y su habitación). Dicha oposición está subrayada a través de la utilización del espacio: la habitación del protagonista y el resto de la casa. Dos zonas incomunicables entre sí y herméticamente delimitadas por puer­tas cerradas. Todas ellas impiden la reunión de los seres. La habitación de Samsa pre­senta además más de una puerta por donde individualmente llaman los personajes del "mundo exterior". Traspasar el umbral significará para Samsa una transgresión, y de ahí el castigo que recibe al haber intentado invadir un territorio que no le pertenece. Kafka lo "dramatiza" entonces mediante una agresión física por parte del padre que significativamente cierra los dos primeros capítulos. La habitación de Samsa, oscura, se convierte así en su propia madriguera  "Todo hombre -escribe Kafka en Cuadernos en octavo- lleva dentro de sí una habitación."

La degradación de Samsa, a medida que avanza el relato, se va concretando en dis­tintos aspectos. Gregor ha cambiado sus gustos (cap. II): siente un gran deseo de ali­mentarse (recuérdese el valor simbólico del alimento, es decir, la pureza), pero los alimentos "humanos" le disgustan. A partir de entonces se le arrojan restos de comida (la escala más baja de la nutrición humana y un nuevo síntoma de ese exilio al que está condenado). Al mismo tiempo, su capacidad intelectiva va dismi­nuyendo, su conciencia se difumina hasta desaparecer. Desde este momento el narra­dor ya no nos "representa" el pensamiento de Gregor, sino que se limitará a describir la situación como un narrador semiomnisciente (no sabe lo que va a pasar después).  Samsa ha dejado de pensar porque ha perdido la palabra, es decir la comunicación. Rota ésta por inexistencia de un interlocutor, su pensamiento no ha podido enriquecerse. A medida que la naturaleza humana desaparece, predomi­na la "animalesca": la verticalidad ha sido sustituida desde el principio por la horizon­talidad y Gregor repta por las paredes de su habitación despojada ahora de muebles, signos externos, al mismo tiempo, de humanidad. Es la larga agonía del insecto sobre la que años más tarde escribirá también a Milena en una carta (mayo 1920) donde re­lata el espectáculo de la desesperación y muerte de un insecto que había caído hacia arriba en el dorso de un sofá. La transformación de Gregor significa la imposibilidad de recuperar la naturaleza humana a la que sin embargo éste parece no querer renun­ciar y así se aferra a un cuadro que representa una figura femenina (la salvación, la participación en la vida a través de la mujer ).

Paulatinamente la familia va perdiendo interés por el insecto (cap. III) en una evolución que va desde la curiosidad a la hostilidad y desemboca en la indiferencia. Los vínculos del amor, que son los que pueden mantener unida a la familia y al mismo tiempo hubieran podido recuperar al animal, han ido desapareciendo. En una carta que Kafka escribe a Brod en octubre de 1912 le comunica que odia a todos los miem­bros de su familia, por lo que es posible apreciar en este punto una proyección auto­biográfica. A partir de la indiferencia de la familia, en la inconsciencia del insecto late la idea de la autoanulación. Pero simultáneamente se produce la degradación econó­mica de la familia, que obliga a trabajar al padre, madre e hija y a alquilar una de las habitaciones a unos huéspedes. Una noche, mientras la hermana toca el violín, Gregor decide traspasar por última vez el umbral de su habitación. Ha sido atraído por la mú­sica como búsqueda de un "alimento desconocido al que tan ardientemente aspiraba". Se trata pues de un alimento espiritual, es decir de una autosalvación a través del arte.

También se ha interpretado como instinto sexual, el último subterfugio o última ex­presión del deseo de vivir. Sin embargo, el rechazo definitivo de los demás, y en espe­cial de la hermana que está decidida a no soportar más al insecto, se convierte en su condena. La impasibilidad de Gregor significa entonces acatamiento de dicha condena y de ahí su muerte. En este sentido La metamorfosis es  un magistral relato de la anulación del alma en el cuerpo (no disyunción cuerpo/alma), interpretación que  responde a la influencia de las doctrinas  por las que el alma puede conservar su unidad sólo de acuerdo con todas las fuerzas del cuerpo. Cuando esto no sucede, el "yo" no se escinde del cuerpo sino que se anula en él. Así, la criada, cuando una mañana encuen­tra su cadáver, lo toca con la escoba, lo observa con curiosidad y lo arroja al cubo de la basura. El lector se halla entonces ante la culminación del proceso de "cosificación o reificación" de Gregor, puesto que el "yo" se ha anulado.

Eliminada por tanto la "inhumanidad", es decir, muerto Gregor, la humanidad (la familia) vuelve a recuperar sus derechos , y así los suyos piensan en casar a la hermana.

 

 ¿Un relato fantástico?

 

Kafka describe con minucioso detallismo y en términos reales una situación desde luego inverosímil. T. Todorov, en su Introduction á la littérature fantastique (1970), es­tudia desde su propia teoría de lo fantástico este relato. La metamorfosis, señala, parte de un acontecimiento sobrenatural. Según este crítico lo fantástico se reduce sólo al momento de duda o asombro que aparece en el lector ante un hecho insólito. Poste­riormente, si el hecho puede explicarse según las leyes lógicas que regulan nuestro mundo, entonces estaremos ante lo que él denomina "lo extraño", mientras que si, por el contrario, responde a leyes no alcanzables por nuestra racionalidad estamos ante lo "maravilloso" y en esta clave se acepta el hecho. Sin embargo para Todorov, La meta­morfosis excluye esta condición del relato fantástico, pues el mundo de Kafka es un mundo que obedece todo él a una ley onírica, y por tanto no se produce ese momento previo de duda (Samsa lo acepta con naturalidad, no se sorprende). Por ello, la dife­rencia entre la historia fantástica clásica y la de Kafka, opina, estriba en que mientras para la primera lo fantástico era una excepción, para el relato kafkiano es una regla. Por tanto se trata de una forma innovadora de relato fantástico respecto al del siglo xix. Para otros críticos , lo fantástico se produce por la interpretación y recreación al pie de la letra, es decir en términos de "cosa real", de la metáfora "soy (como) un escarabajo (insecto)", de la que a su vez Kafka ha su­primido la comparación "como".

 

 

 Las distintas interpretaciones del relato

 

Para Mittner La metamorfosis responde a la problemática relación del hijo con el padre, eterna e irresoluble aporía de Kafka. Samsa, señala el crítico, se siente un parásito ante su padre porque no es demasiado celoso en su trabajo. Se avergüenza de ello y por eso no se extraña de haberse convertido en escarabajo.

H. Kaiser (1973), por su parte, interpreta la obra en clave sexual: la metamorfosis es una especie de autocastigo por la osadía de haber competido con el padre, y en este sentido la agresión paterna es el símbolo de una castración. En una carta que envía a su amigo Felix Weltsch (22-9-1917) Kafka le ruega que le mande el segundo volumen de Perturbaciones de la vida instintiva y afectiva (Onanismo y homosexualidad) del doctor W. Stekel, donde su autor había dedicado "cinco líneas a La metamorfosis".

Desde una perspectiva socio-económica es interpretado por H. Sokel, quien ve en la metamorfosis una huida ante la responsabilidad del trabajo y del deber. Añadamos a ello que en sus Diarios (14 y 28 de diciembre de 1911) Kafka se lamenta de la exigencia por parte de su padre, quien, estando por entonces enfermo, quiere que se ponga al frente de su fábrica de amianto. La metamorfosis sería una peculiar forma de escapar a dicha reponsabilidad. En esta línea, el psicoanálisis, además de la interpretación sexual ya aludida, ha creído ver una rebelión por parte del protagonista contra la jerarquía fa­miliar natural, pues no corresponde al hijo la manutención de una familia cuando, en el relato, vemos que el padre no está enfermo.

Para De Benedetti (1966), es la historia de un condenado a servir a la vida en posi­ción de subordinación. De ahí la abyección, la conciencia de no ser nadie, de ser algo despreciable, y esta conciencia se materializa entonces en una forma que es la del insecto. Así la catástrofe final (la muerte) es por tanto una catarsis y una expiación de su propia existencia desgraciada.

Por último y en términos más generales, como ya se ha dicho, la metamorfosis re­sulta ser también el símbolo de la reducción a "cosa" del hombre contemporáneo por causa del trabajo alienante que domina nuestra sociedad.

 

 

 

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